Moisés Gallego in memoriam (por Enrique Granell)
2020 09 03
Al nacer seguramente su madre depositó a Moisés sobre unos mimbres que
flotaron suavemente sobre las aguas del rio Carrión. Esa experiencia
infantil lo convirtió casi sin querer en un personaje antiguo salido
de los versículos de la Biblia. Siempre miraba el mundo como si este
viaje sobre las aguas primordiales le hubiese enseñado a mirar las
orillas del rio desde una cierta distancia que le permitía relativizar
lo que veía.
Hicimos la carrera juntos, corregíamos nuestros trabajos uno tras otro
y discutíamos mucho. Él siempre defendía las posturas más modernas,
yo un poco para contrapesar su huracán, le hablaba de Palladio, de
Schinkel o de Rossi. Pero él seguía erre que erre con su Craig Ellwood
o con Sir Owen Williams. Llegó a la arquitectura, como su maestro
Albert Viaplana, desde la arquitectura técnica. Eso le concedía sobre
los demás compañeros de clase una ventaja suplementaria, él además
de haber dibujado el proyecto tenía una idea bastante clara de cómo
resolverlo materialmente. Ya desde aquellos años colocaba sus gafas
sobre la frente cuando no tenía que mirar de cerca y no era para
imitar a Corbu o a Oiza sino porque le servían para que su pensamiento
viese mejor y así orientase entre la maleza del mundo.
Como profesor era una fuerza desatada, un torrente que arrastraba a sus
alumnos hasta hacerles ver aquello que sus proyectos necesitaban. Las
palabras que formalizaban sus ideas eran pronunciadas con vehemencia,
pero no inconscientemente. Los estudiantes permanecían embobados en la
explicación hasta que el dedo de Moisés, después de dibujar infinitos
arabescos en el aire, se posaba en el detalle del proyecto que estaba
comentando. Entonces empezaba el baile. Esto habría que ponerlo aquí,
esto hay que girarlo, esto no debería estar, la orientación del
edificio aconseja otra cosa.
Pero lo mejor de Moisés eran los off escuela. Podía hablar durante horas
y costaba hacerle ver lo que los demás creíamos que no estaba bien.
A veces llegaba incluso a embalarse en una intransigencia vehemente.
Si hablábamos de los grandes maestros, su nombre no lo frenaba, era
capaz de no perdonarles sus errores.
Nos vimos hace un año. Ya no se encontraba bien pero todavía pudimos
recordar muchas cosas que habíamos pasado en compañía.
Las noches por venir ya nunca más volverán a escuchar esa voz torrencial
que era Moisés, un poco a la manera de un patriarca babilónico. Pero
lo peor será que ya nunca más podremos discutir con él porqué el mundo
llega a comprender tan raramente la Arquitectura.
refs.
Moisés Gallego
Fotografía: Martí Sanz, noviembre 2008. Visita con estudiantes y profesorado ETSAB a la Casa Ugalde de J. A. Coderch
Diagramación y maqueta por Mònica Soto, becaria de la Subdirección de Publicaciones ETSAB
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