En una de nuestras conversaciones sobre las relaciones entre arquitectura e ingeniería en los pasillos de la ETSAB, Agustí Obiol nos descubrió “La arquitectura del ingeniero” de Carlos Fernández Casado. En realidad, nos estaba obsequiando con un pensamiento que prevalece sobre la tristeza de su pérdida. Encarnaba ya solo en su título, la identificación del mundo de la técnica con su valor cultural diluyendo los límites entre las disciplinas, tendiendo (y construyendo) puentes entre unos y otros, entre el proyecto y la estructura, entre la profesión y la academia, desde la convicción de que son una sola cosa.
La figura de Agustí Obiol se inscribe en la tradición barcelonesa de grandes proyectistas de la estructura nacidos del vínculo del hacer con el pensar que, desde los estudios en la Llotja, pasando por las primeras figuras de la escuela de Arquitectura hasta la generación de los Margarit, Buxadé o su propia oficina BOMA junto a Brufau y Moya y luego BAC, nutren la historia de laprofesión en Barcelona. La adscripción a esta ‘escuela’convive con el carácter pionero de su figura al haber refundido como nadie las distintas disciplinas tras la escisión pseudocientífica que trajo la segmentación moderna del conocimiento en la estela de las grandes figuras que surgieron a partir de la segunda mitad del siglo XX. Como uno de los máximos exponentes de esta renovada tradición ha sido autor de innumerables obras que no es necesario glosar aquí, aunque sí lo sea constatar que muchos de estos edificios no solo en nuestra ciudad sino también en toda España quedan hoy, sin saberlo, huérfanos.
Porque como sus realizaciones, Agustí Obiol no exhibíagratuitamente su privilegiada inteligencia, afloraba en los diálogos con su mirada incisiva y su palabra aparentemente tenue, a la vez concisa, precisa y brillante. Trabajar con él era emocionante como hemos podido disfrutar hasta los últimos meses a través del proyecto de un puente. Un escenario universal que no necesita más precisiones: dos arquitectos en torno a un puente, uno propone un espacio, el otro propone un contrapeso. O, ¿es al revés? No importa, los dos hablan y dibujan lo mismo. El dilema de si la cúpula hace el espacio o el espacio hace a la cúpula no procede, son la misma cosa.
Igual que tantos edificios, los pasillos de la escuela quedan hoy más vacíos, no solo por el silencio de su andar tanpersonal que a las 8.30 le conducía a aquellos alumnos que hasta hace poco le esperaban y admiraban. Su inagotable generosidad intelectual y personal abandona también a sus compañeros dejándonos a la intemperie de estos inexorables sistemas no siempre capaces de integrar la verdadera condición de la técnica en la arquitectura,arraigada, como en medicina, en su ejercicio. Su hija Cecilia nos contaba como su padre arquitecto, casi por una elegida casualidad, se decidió en el último instante de una cola de inscripción universitaria por la arquitectura en lugar de por la medicina. Gracias a ella y con su misma sensibilidad y exquisito trabajo, hemos podido recoger no solo brillantes aportaciones de Agustí sino también orientar algunas de nuestras acciones académicas y profesionales, y disfrutar de su actitud ante la profesión yla vida.
En una de las compartidas correcciones en la Escuela yrefiriéndose al análisis de un edificio existente, alguien criticó: “parece que lo haya hecho un ingeniero”. Agustí replicó “Ojalá lo hubiese hecho un ingeniero”. Con el tono y la pausa de sus humildes certezas, aparentemente sencillas pero nutridas de magisterio y experiencia,entablaba sus diálogos y compartía sus proyectos, acaso de nuevo la misma cosa. Esta inclusiva generosidad sustentasus numerosísimas colaboraciones profesionales donde destacaron su excepcional maestría en el campo de lasestructuras metálicas -nacida de su influyente tesis doctoral- capaz de cuestionar hasta las reservas que elcitado Fernández Casado tenía respecto a la escualidez del acero.
Su tenaz tarea de generar arquitectura independientemente del contexto o de la dificultad del material, amplía la transversalidad de su personalidad al mundo de las ideas, de las personas y de las cosas. Capaz de enlazar el proyecto de estructura con la arquitectura, el arquitecto con el ingeniero, su labor trascendía lo particular para referirse al intercambio disciplinar, trasladando técnicas de obra civil a los edificios, y también viceversa. Nuestropequeño homenaje es el fecundo desvelo de un genio. Cuando en estos pasillos, hoy llenos de su ausencia, nos aconsejó la arquitectura del ingeniero, en realidad, nos hablaba del ingenio del arquitecto: Agustí Obiol.
Carlos Ferrater y Alberto Peñín