NORMAN FOSTER – VS – ENRIC MIRALLES
2017
Este curioso emparejamiento es fruto de la simple casualidad de un cruce de recuerdos almacenados en la memoria. Su razón se debe al haber sido testigo de dos intervenciones de arquitectura interior que hoy han desaparecido. Circunstancia que permite hablar de estos dos grandes arquitectos, de las peculiares formas de entender el espacio y de las notables diferencias que los separan.
Es obvio que no fueron de la misma quinta, pero este par de obras aparecieron en el panorama arquitectónico en la misma época. La obra de Norman Foster corresponde al interior de una tienda de moda para la firma Katherine Hamnett, de los años 80, ubicado en un barrio industrial en desuso de Londres y la de Miralles-Pinós a un proyecto de la misma época para la ejecución de un centro social en el barrio de la Mina de Sant Adrià de Besòs, (Barcelona). El hecho de haber visitado la primera de ellas en un viaje de estudios y la segunda con motivo de participar en un concurso para hacer una biblioteca en lo que fue el casal de la Mina son la coincidencia que a estos efectos se emparejan. Parecía claro que el primero estaba en los albores de lo que sería su estigma formal que terminaría incluyéndose en el ámbito del “Higt Tec”. El segundo arquitecto, con 20 años menos, también se encontraba en una situación parecida.
Antes de empezar el análisis de cada una de ellas, merece destacarse el paralelismo que se establece entre ambas obras. Sus similitudes afectan a sus tamaños, a la despreocupación de no incidir en las envolventes externas del edificio receptor, a los criterios de iluminación, a poner en evidencia el valor del vacío y a la escasez de mobiliario con que se equipan. Aunque la experiencia profesional que media entre ambos es importante, lo curioso es que esto no afecta a las obras que constituyen este comentario. Para asegurarme de que las dos tienen edades parecidas he comprobado fechas de nacimiento de cada una de ellas y ambas prácticamente son de la misma quinta. La tienda de ropa de Foster es de 1986 y el centro social del barrio de la Mina de 1987. O sea coetáneas para nuestro interés, sin duda el trabajo puede seguir adelante.
TIENDA DE ROPA DE KHATERINE HAMNETT
Un libro de presentación de los primeros trabajos de Foster publicado por Electa Monitor en 1986 contiene una entrevista al arquitecto en que muestra su fascinación por los finísimos diseños que tienen ciertos aparatos de apurada tecnología como las estructuras de riego que se desplazan sobre los campos de trigo o la finura formal de los aparatos de vuelo sin motor y otras exquisiteces semejantes. Sus primeras obras, que a mi modo de ver son las más interesantes, muestran como esencia: claridad conceptual y sencillez formal. En su elaboración se une elementalidad de espacio, apurada construcción y uso de una tecnología actual.
El éxito obtenido en esta primera época desembocaría, en las tres últimas décadas, en un volumen de obra desmesurado. El trabajo artesanal del inicio se transformó en un tinglado de oficinas repartidas por todo el mundo bajo el nombre de Foster and Partners. Tal que La relación del trabajo desarrollado es tan inmensa que en ocasiones al resumirla en publicaciones se omiten aquellas de menor importancia o que han quedado superadas. Sin embargo esta obra claramente menor, de tan bajo presupuesto, que tuvo tan corta vida abierta al público, donde apenas hay imágenes, que permitan ver con detalle cómo fue, no se omite si no que sigue incluyéndose en el listado. Prueba irrefutable del hito marcado en su evolución y que continúa presente en su ideario.
Justo inaugurada la tienda, la prensa especializada dio noticia del evento. Las imágenes que ilustraban el resultado de la obra supusieron una auténtica revolución en la manera de abordar estos proyectos. No se puede obviar que en el capítulo del interiorismo el tiempo vuela tan rápido que a veces 10 años son como un siglo y las vanguardias en estos treinta y tantos años hayan podido girar hasta tres veces y que hoy curiosamente vuelva a estar entre lo más novedoso.
Las condiciones del encargo son un tanto sorprendentes, a saber: el espacio es un antiguo garaje de reparación de coches totalmente desmesurado de tamaño para una tienda de ropa destinada minorías, sin excesivo género puesto a la venta. Para acceder al interior del local se debe atravesar un pasillo angosto de unos treinta metros de longitud. La tienda no tiene escaparate a la calle y el contacto con ella se limita al ámbito de una puerta que se cierra con persiana enrollable de chapa metálica, como ya existiera en la época de taller. Solamente el revoco de jambas y dintel pintado de color negro con el añadido de unas letras de cartón pegadas sobre el dintel con el nombre de la propietaria, dispuestas como a veces se hace en los recintos feriales, y un guarda jurado al pie de la puerta, anunciaban el cambio de uso.
Fue en primavera del año de 1988 donde se dio la casualidad de hacer un viaje de estudios a Londres acompañado de una veintena de alumnos de 4º curso de la ETSAB. El motivo fue el ver la entonces no muy numerosa obra del arquitecto. Aprovechar el viaje para recalar en la tienda parecía ineludible. Llegamos justo después de comer, era un día laborable, no teníamos prisa, nuestro aspecto distaba mucho de ser del tipo de clientes pijos y estirados que el establecimiento tenía acostumbrado a recibir. El local estaba completamente vacío y los dependientes vestidos de negro, de arriba abajo, nos miraron como si fuéramos extraterrestres. Sabían que no íbamos a comprar y nosotros al análisis de la obra que era lo nuestro.
De la obra teníamos escasa información. Así que la intención de la visita era escudriñar todo lo que estuviera a la vista. La primera sorpresa es que casi no había nada que ver. La tecnología de nuevos materiales, de nuevas estructura y de acabados que ya habíamos comprobado en las obras ya visitadas aquí no existía. Aquí todo era concepto y sorpresa. La primera de ellas es que tras la puerta se da con un largo pasillo con una ligera curvatura del que solo se entrevé el final. Un recorrido limitado por paredes desnudas y pintadas de blanco sin ningún ornamento, o sea un trayecto extraño para una tienda de ropa de moda. Sin embargo el camino se eleva del suelo en suave pendiente de subida al inicio y bajada final. El resultado equivale a caminar sobre un puente elevado del suelo unos 60 centímetros, con altura suficiente para equiparlo con barandilla y pasamanos en cada lado. El pavimento es de piezas de vidrio listrado y retro iluminado que crea en el paseante un efecto teatral. Esa es su función: ofrecer una sensación de misterio y contraste que provoque un andar liviano en el traspaso al interior.
El siguiente impacto es el espacio que se abre al final del recorrido. Cinco naves con cerchas a dos aguas y lucernarios a contraluz muestran volumen de espacio y cantidad de luz totalmente inesperada. El espacio es un triángulo isósceles truncado de 20 m de base y 50 m de fondo con una superficie de 500 m2. Ámbito del todo excesivo para mostrar un género que se almacenaba sin apreturas en tres simples “burritos” de 3 metros de longitud i dos singulares mostradores. Ese es todo lo que habitaba el local.
Los dos mostradores son piezas que juegan a ser inmateriales, donde soportes laterales, tablero superior y estanterías intermedias están resueltas con vidrio. Los pocos jerséis que lo ocupan parecían flotar en el magma de aire, que es lo que abunda en el local. Paredes blancas i ventanas de las antiguas naves se conservan con vidrios malteados en blanco, color que se repite en paredes cerchas y techo. La uniformidad del recinto es tan densa que los límites del local se difuminan en el campo visual. Los “burritos son unas estructuras de acero tubular esmaltado de la mínima expresión, su estabilidad queda relegada a dos patas trianguladas en los extremos que dan soporte a la barra de donde se cuelga la ropa, casi no hay nada más.
La luz que inundaba el local provenía, parte filtrada de los ventanales existentes en el lateral a norte, en tanto que la mayor cantidad provenía del techo. Los lucernarios se disponen en la contrapendiente de las cerchas de tal manera que, en el sentido de la entrada, actuaban como iluminación indirecta. La sensación de vacío era tan fuerte que en el umbral del traspaso al interior del local saltaba la magia del vacío como una bofetada. Para acomodar o quitar la crudeza al recinto, en el centro del local se añadió un piano de cola. También pintado de blanco y dos figuras de cera, vestidas igual que los dependientes, que lo acompañaban. Eso es todo.
El día de la visita ya no se encontraba el piano, en su lugar se había puesto una fuente ornamental del más puro estilo “Kitsch” con un enanito de esos que suelen poblar algunas parcelas de urbanizaciones marginales. El sorprendente impacto visual superaba con creces el efecto del piano. Para que ese todo esto tuviera el efecto buscado se eliminó la entreplanta que existía en el local, con lo que la altura libre del espacio tenía una media de 7 metros y el volumen ascendió a medidas inhabituales en este tipo de tiendas. El pavimento era de cemento, las cerchas las existentes y la cubierta del tipo ligero de plancha de aluminio o algo similar, daba igual. Falta añadir, y esto es importante, el conjunto de probadores que cierra el capítulo.
Los probadores se situaron en ambos extremos del local, en la parte ancha había cinco unidades i en el lado del triángulo truncado dos, el paramento frontal de estos cuartos estaban decalados debido a un giro dado en los cubículos. Estos recintos se construyeron con bastidores de madera y con el paramento exterior forrado de vidrio. Un vidrio que iba de suelo a techo, con una altura aproximada de 6 o 7 metros que servían para que el comprador pudiera verse con la ropa escogida. La desproporción entre el tamaño del vidrio y su condición funcional en realidad obedece al objetivo de que el público, al moverse por el interior del local, las paredes extremas le devolviera el espacio especular que han dejado atrás. La magia estaba servida, el efecto multiplicador de los espejos acentuaba el vacío, luz volumen y dimensiones de la tienda. Las fotografías que se publicaron no tuvieron más remedio que dejar constancia de este efecto.
Evidentemente el resultado marco una forma totalmente fascinante y distinta de abordar este tipo de instalaciones. Lo que vino detrás fueron, como suele ocurrir en estos casos iteraciones que se agruparían en el común denominador minimalista. Los avatares del negocio de la moda circulan a velocidades que nada tienen que ver con los tiempos de la arquitectura. La tienda un día dejo de funcionar en el más absoluto silencio y con ello esta lección de arquitectura se quedó sin texto.
CENTRO SOCIAL LA MINA
Antes de proyectar este encargo la obra de Enric Miralles-Carme Pinos era ya conocida a pesar del escaso tiempo que el tándem funcionaba. Un trabajo incansable desarrollado en concursos, proyectos y pocas obras construidas fueron suficientes para mostrar el enorme talento y capacidad de trabajo que el equipo acumulaba. En 1987 les cae el encargo de adecuar un centro social en el conflictivo barrio de la Mina de Sant Adrià del Besòs. El espacio no era mucho mayor que el descrito de la tiende de ropa. En el fondo un rectángulo de unos ocho metros de altura, donde el espacio vacío será lo dominante.
La envolvente del centro es un simple prisma rectangular con un añadido lateral de menor altura. La definición de la caja y su anexo es solamente la creación de un espacio interior donde proyectar el programa requerido. De la memoria publicada en la revista “Croquis” sobre una monografía del autor éste dice: “Quizás pueda llegar a pensarse que la construcción estaba allí antes”. Todas las imágenes y planos que Ilustran la obra solo hacen referencia al espacio interior, es pues a partir de esta premisa que más adelante se añade “trabajar en un interior siempre a oscuras hace pensar de que el envoltorio desaparezca”.
El proyecto tendrá su esencia en cualificar un espacio interior, y los argumentos para abordarlo serán los siguientes. Una manifiesta despreocupación por la definición de la envolvente exterior. Otro será La calidad del vacío y para ello se dispone de un prisma elemental de unos 500 m2 de superficie con ocho metros de altura sin apenas mobiliario. Otro será la luz, Hacer del recinto un espacio apergolado, como si fuera a cielo abierto. Por último el mobiliario que será una estructura de hormigón de dos entreplantas superpuestas, que dibujan una EQUIS, en el espacio y suspendida en el local.
A pesar de que el edificio se bautiza como centro social. El interior obedece a ubicar una sala de usos múltiples con un uso indefinido pudiéndose utilizar como sala de exposiciones, o sala de conferencias, o sala de conciertos, o sala de teatro experimental o cualquier otra cosa de carácter público según se gestione. La planta baja tiene un anexo lateral donde todo parece indicar que allí se ubicaran aseos, camerinos, o salas de ensayo, o almacén de sillas o cualquier cosa que precise la sala. Desde dos posicionamientos totalmente alejados, las coincidencias en que ambos argumentan su proyecto son evidentes, no así los resultados. Diferencias que iremos descubriendo en un hipotético paseo a través de las fotografías y planos que se conservan de la obra.
Empezaremos el recorrido desde la calle y desde allí, aparece una pared curva que se extralimita de la caja y sale al exterior reproduciendo el gesto afectado de un hipotético bedel que invita a entrar. El espacio que deja libre es exiguo y tras dos quiebros aparece la puerta. Tras ella la pared curva del exterior por dentro continúa su camino generando un espacio intermedio que podíamos asociarlo al foyer de la sala principal. Desde allí una escalinata ligeramente apartada indica un recorrido interno que da acceso a unas oficinas para la gestión del equipamiento. Siguiendo con el ámbito público atravesar este espacio implica acceder a la sala principal bajo un techo que no es el del prisma inicial. Es como en una iglesia donde el coro justamente se dispone sobre el acceso marcando una primera escala antes de llegar al centro de la sala.
Esos techados intermedios que Enric los define como cruce de caminos equivalen a dos plataformas que abrazan a su manera el vacío central. Dibujan una cruz aspada. Precioso argumento que en algunas ocasiones y con motivo de preparación de clases, en diálogos entre Viaplana y Enric se había citado la magia que genera señalar con una equis la situación del tesoro en los planos de los piratas. El primer trazo es estrecho con referencia a los primeros palcos que suelen acolchar los teatros y el superior es toda una plataforma evocadora del tradicional anfiteatro. Todo ello pone en evidencia el uso teatral como argumento básico de la organización interior.
Llegados al centro de la sala se divisa el techo resuelto como un entramado de madera que simula una pérgola y una fuerte luz artificial por encima que evoca la idea de espacio a cielo abierto. Seguramente la condición asociada de usos múltiples no permitía otras soluciones que no aumentaran el coste de la obra. No creo que hay más que a comentar. Como en el caso anterior se trató de un proyecto resuelto con criterios similares como también lo fue el abordar el encargo con una mínima intervención. La vida útil de ambos también fue corta.
La falta de presupuesto en la gestión del centro social marco una rápida defunción del edificio. En el año 2000 ambos interiores dejaron de funcionar. Del primero no queda absolutamente nada. Del segundo la administración se planteó hacer una nueva biblioteca en la que se pedía mantener la EQUIS como signo de identidad del lugar. El nuevo equipamiento respondió a la iniciativa según se observa en una fotografía, en fase de construcción, obtenida de Google. A mi modo de entender ambos arquitectos, que casualmente sus obras se entrecruzaron en los finales de 1980, han desaparecido del ámbito arquitectónico, el primero de ellos, todavía en activo, víctima de su ambición y el segundo por una maldita enfermedad que truncó su vida. No hay más que decir.
Moisés Gallego, arquitecto
Enero de 2017