Ética y política de la arquitectura | Oriol Bohigas (AxA)

La muerte a pocos días de cumplir los 105 años del arquitecto brasileño Oscar Niemeyer es una noticia triste, pero también muy importante, porque exige subrayar públicamente el valor de una obra personal de grandísimo nivel y la trascendencia colectiva de una exigencia cultural y profesional que ha formado escuela y estilo.

Oscar Niemeyer se podría definir como uno de los insignes componentes de la segunda generación de maestros del movimiento moderno. Esta segunda generación actuó bajo la enseñanza de arquitectos como Le Corbusier y otros compañeros surgidos del CIAM (Congreso Internacional de Arquitectura Moderna, fundado en 1928), pero introduciendo unas modificaciones y unos cambios de actitud que caracterizan unas fórmulas nuevas basadas en un lenguaje menos dogmático, en un realismo ambiental y tecnológico y en una discusión de teorías y metodologías que han marcado un paso importante en la evolución de la arquitectura contemporánea. Es evidente que Niemeyer es el abanderado significativo del sector más dispuesto a la modernidad de esa segunda generación. Sus obras lo acreditan sobradamente y su prestigio internacional se apoya en muchas consideraciones fiables tanto críticas como históricas.

Pero Oscar Niemeyer añade otro factos muy importante a esa calidad profesional propia. En realidad, es el representante más conocido de un grupo de arquitectos de Brasil o de, incluso, toda América Latina, que proclamaron en su momento la eclosión de la arquitectura moderna en América Latina pero con consecuencias evidentes en todo el continente. La irrupción de este grupo de arquitectos fue un acontecimiento indudable y lograron la creación de una nueva arquitectura, dentro de los cánones de esta segunda generación, específicamente brasileña con características propias muy determinadas pero también con una capacidad para plantearse como un acontecimiento pedagógico y claramente transformador. Es evidente que hoy en día el panorama arquitectónico de Brasil está dominado por las obras voluntariamente innovadoras de Oscar Niemeyer y es evidente también que el prestigio universal de estos arquitectos ha aportado cambios esenciales en el devenir de la arquitectura de estos últimos años.

Para comprender la coherencia de este grupo innovador, solo hay que visitar la ciudad de Brasilia, ordenada urbanísticamente por Lucio Costa pero construida en buena parte por Oscar Niemeyer y sus colaboradores. El gran centro representativo y directivo de la ciudad es, seguramente, el espectáculo más sorprendente de una nueva monumentalidad referida a los modelos de las vanguardias figurativas.

Finalmente, no se puede hablar de Niemeyer sin hacer referencia a su constancia en la responsabilidad política. No se trata solo de una adhesión partidista, sino de un concepto general sobre el papel que tiene que ejercer la arquitectura y el urbanismo en la configuración de las nuevas ciudades. La forma de la ciudad es un tema a discutir desde puntos de vista políticos y atendiendo a las proximidades más realistas y, al mismo tiempo, más utópicas.

La muerte de Oscar Niemeyer nos debe obligar a mantener los principios éticos y políticos de la arquitectura del movimiento moderno. Esperamos que su desaparición provocará unos nuevos estudios sobre su obra y la afirmación de un propósito de honestidad y eficacia profesional.

Article publicat a El Pais el 6 de desembre de 2012