ARQUITECTURES ESCRITES | VICTOR RAHOLA (AXA)

ARQUITECTURES ESCRITES | VICTOR RAHOLA (AXA)

ELS MURS DE PEDRA SECA A EIVISSA

2012

A principios de los sesenta, Eivissa conservaba todavía la tradición de una cultura arcaica, que durante siglos de aislamiento se había preservado del mundo exterior. Al mismo tiempo recibía con escepticismo y curiosidad la llegada de las primeras tribus urbanas. Desde entonces, la isla estará sometida a un proceso de transformación, lento pero continuado, por absorber la creciente masa turística.

El abandono de las tierras de labranza y la presión constructora dejan parcialmente en desuso la trama territorial de antiguos caminos, particiones, muros y canalizaciones, construidos con el trabajo y la sabiduría de generaciones. La falta de un proyecto que supiera valorar este pasado y sacar lecciones de la tradición para adaptarse a una construcción frágil, provocó la fractura de esta cultura llena de soluciones de gran atractivo estético y arquitectónico.

El muro de piedra seca era el elemento ordenador de la totalidad del territorio, la escritura de un paisaje que con lenguaje propio, todavía hoy, define la identidad del territorio. La distribución y su forma es el resultado de la observación de la topografía, del suelo, de la orografía y del movimiento de personas y animales: los muros para la contención de la tierra, las canalizaciones para dar salida al agua, los caminos con la estrategia de abarcar toda la propiedad. En el centro se ubica la casa, junto con la casa de los animales, la del carro y los almacenes; esta densidad constructiva se diluye en los límites, y sin solución de continuidad se confunde con las propiedades vecinas. El trabajo acumulado de muchas generaciones nos ha dejado un espacio humanizado. Es la relación entre idea y materia, entre muro y piedra, y la piedra y el hombre. Eso es lo que queda, todavía, de la isla de Eivissa y de su cultura.

En la actualidad, una mirada sobre lo que se ha construido nos muestra la existencia de una dispersión urbana y edificaciones aisladas, sin relación de unas con otras, situadas en lugares estratégicos para disfrutar los mejores panoramas. El espacio rural que lo abarcaba todo ha cedido a nuevas infraestructuras y edificaciones, produciendo su fragmentación, y ha imposibilitado reconocer la fractura, manteniendo una actitud absentista frente a los problemas que se señalan e impiden la buena implantación en el terreno. La incomunicación entre lo nuevo y lo viejo es un hecho real que se trata con una falta absoluta de visión, donde los límites, tan cuidadosamente tratados anteriormente, son espacios subordinados, mal usados para situar todo aquello no deseable. Se agrede violentamente donde se debería ser más sensible. Teniendo en cuenta que lo nuevo es siempre más fuerte que lo viejo, hará falta que las leyes protejan y estimulen lo que queda para evitar su destrucción.

¿Qué es lo que nos hace falta proteger? Centenares de kilómetros de muros de piedra seca, que con su geometría dan forma al territorio, construidos desde la lógica de la necesidad, con sabiduría y esfuerzo. Delimitando canalizaciones de agua, topografía y cultivos, caminos y propiedades. Son las cicatrices y las marcas hechas en tiempos milenarios. Es la memoria densa de los sufrimientos y alegrías de vivir de la tierra y en la tierra. Este es el paisaje que, ahora fragmentado, tendremos que recuperar y ser sensibles a él. Necesitamos una nueva mirada sobre el territorio que sea vigorosa, y poder percibir un nuevo paisaje pacificado y reconciliado. Un paisaje armonioso que no precise de vallas para no ver la porquería que hay fuera. No hay otra salida.