La arquitecta barcelonesa, que lleva 30 años al frente de su propio equipo, ganó hace tres semanas el Premio Nacional de Arquitectura | Entrevista de Llàtzer Moix
Publicado en La Vanguardia el 31 de diciembre de 2021 | Fotos Xavier Cervera
Carme Pinós, arquitecta barcelonesa de 67 años, que compartió cerca de diez con el malogrado Enric Miralles y lleva treinta trabajando al frente de su propio equipo, ganó hace tres semanas el Premio Nacional de Arquitectura.
Proyectos descartados: No haría edificios con afán especulativo, o que destruyeran el paisaje o la ciudad
¿Cuál ha sido su reflexión tras el premio?
Siempre estoy reflexionando sobre la arquitectura. También ahora. Me gusta leer para entender al mundo. Y tener la cabeza en marcha. No he parado nunca de trabajar, como se ha visto este año en mi exposición en el ICO, que reunía 8 proyectos firmados con Enric Miralles y 80 míos. O en la de San Sebastián.
¿Por qué no ha parado?
Elegí ser arquitecta. Y para eso hay que trabajar mucho: ir a concursos, ganarlos y construir las obras. Esos 80 proyectos son todos distintos y son todos dignos. No me repito. Tengo una filosofía de trabajo, sí, pero cada proyecto es único. No he sido nunca una arquitecta vulgar o estándar.
Intento ser concisa y clara. Me gusta buscar cierta contundencia, sin imponerme
¿Qué cambia en su día a día un premio como este?
Me da más esperanzas de que las cosas irán mejor.
¿No van bien ahora?
El mundo ha cambiado mucho. Los despachos de volumen medio, de autor, como el mío, están un poco en crisis. Se prima la arquitectura estándar. Ni el mundo ni el mercado quieren riesgos.
¿Por qué le interesa el riesgo?
Porque quiero que mi obra nazca viva y nueva. Si reproduces modelos gastados pierdes frescura. Cuando te arriesgas, trabajas con más responsabilidad. Como si fuera la primera vez. Asumir esas responsabilidades te hace libre. Cuando asumes toda la responsabilidad y eres libre puedes responder de muchos modos a un programa. Eso te da más viveza y aun más responsabilidad. Quien no asume riesgos, en el fondo, no quiere asumir responsabilidades.
Cursé arquitectura porque me habían educado en el amor al arte y la cultura
¿Cuáles son las principales dificultades que debe superar ahora?
Ahora tengo encargos de casas unifamiliares, que dan mucho trabajo y poco rendimiento. El virus ha paralizado los grandes proyectos. Antes de la pandemia gané concursos para grandes obras –unos laboratorios en Francia, unos bloques de oficinas en Bélgica- que ahora están parados.
¿Por qué estudió arquitectura?
Cursé arquitectura porque me habían educado en el amor al arte y la cultura. Mi padre quería que mi hermano fuera arquitecto, pero él no quiso, y yo sí.
Trabajó con Enric Miralles entre 1983 y 1991. Han pasado treinta años desde entonces y veinte desde la muerte de Enric. ¿Cómo sintetizaría ahora aquella colaboración?
Fue un tiempo de formación. Estuve con Enric de los 21 a los 35 años. Nos juntamos a media carrera, luego formamos despacho, descubrimos a la vez la arquitectura. No es que él me la enseñara. Es que la descubrimos juntos. No hablaría de un antes y un después de Enric, sino de una continuidad. Estuve con él, al separarnos pasé años difíciles. Pero seguí trabajando y gané seguridad.
Al 2022 le pido que me salgan los números. Y también buenos proyectos
¿Cuál es la síntesis de sus treinta años de trabajo en solitario?
Acabo de hacer una exposición en San Sebastián, explicando mi proceso creativo. Me he dado cuenta de que hay unos conceptos constantes en mi carrera. Por ejemplo, las obras en las que juego con dos o tres volúmenes. Intento ser muy sintética, concisa y clara, porque no tengo capacidad retórica, porque me gusta buscar cierta contundencia, sin imponerme. Busco una presencia.
Desde que se da a una trayectoria, el Premio Nacional no había reconocido nunca a una mujer, salvo a Matilde Ucelay, la primera española que se tituló como arquitecta. ¿Cómo valora esto?
Espero que no me hayan dado el premio por ser mujer, sino por mi obra. Trabajo con un equipo, pero soy la líder. Está bien que las mujeres ganemos visibilidad. Y que la ganen mujeres aún jóvenes. Los premios nacionales de otras disciplinas a menudo recaen en personas muy mayores. La excepción en mi caso no sólo es pues por el sexo, también un poco por la edad.
Soy arquitecta, soy empresaria, soy mi representante… Todo esto cansa y agota
En España hay mujeres arquitectas notables, pero la mayoría trabajan con su pareja. ¿Por qué cree que ha ganado usted el premio nacional?
Porque soy la más abuela. En mi generación era frecuente que los despachos tuvieran un único jefe, y que fuera hombre. Ahora los despachos son más de equipo. Y mixtos. Pero la arquitectura se ha hecho muy compleja. A mí me toca hacer de todo. Soy arquitecta, soy empresaria, soy mi propia representante… Todo esto cansa y agota. Pero aguanto porque me entusiasma lo que hago y porque tengo un gran equipo. Me queda energía para hacer muchas cosas.
Voy a pedirle que me sintetice tres de sus obras. Para empezar, la torre Cube en Guadalajara (México).
Me pidieron una torre singular. Y me basé, a falta de otras referencias, en el buen clima de Guadalajara. Es una torre donde se expresa la estructura, es como un árbol que aguanta los bloques de pisos en voladizo. Hice un esfuerzo para crear espacios aireados, para que no fuera necesario el aire acondicionado. Es una obra con voluntad de singularidad.
Espero que me lo hayan dado no por ser mujer, sino por mi obra
CaixaForum, en Zaragoza.
También allí el cliente pidió singularidad. Mi idea fue hacer un edificio que fuera una puerta entre dos partes de la ciudad, por eso lo levanté, para que la ciudad pasara por debajo.
La Escola Massana, en Barcelona.
La Massana es parte del conjunto de la plaza de la Gardunya. Allí organizo circulaciones ciudadanas. La Massana crea en su interior un mundo muy abierto, para que los estudiantes se muevan por él sin que el edificio les atrape, con la ciudad siempre a la vista. De todas mis piezas en esa plaza –también proyecté la fachada trasera de la Boquería o un bloque de viviendas- la Massana es el edificio con más personalidad.
¿Le incomoda que le encarguen edificios singulares?
No. Intento entender lo que me piden, y si me parece bien, lo hago.
¿Qué tipo de edificios no haría nunca?
Los que responden básicamente a un afán especulativo, los que destruyen el paisaje o la ciudad.
¿Qué importancia ha tenido la innovación en su carrera?
Hago lo que hago por ganas de descubrir. No quiero ser diferente, sino estar viva, que lo que construyo tenga alma.
¿Qué importancia ha tenido la expresión plástica?
Todo debe tener un valor abstracto. Cualquier línea que trazo responde a experiencias vitales, a resolver un programa, a crear relaciones y movimientos… Pero además debe tener calidad plástica.
¿Y la importancia de la pasión?
Nada me gusta más que plantear nuevos proyectos. Es lo que me da más paz. Trato de llegar a cosas que me ayudan a entender el mundo y las pongo en mi arquitectura.
Los despachos de volumen medio, de autor, como el mío, están un poco en crisis
Muchos y muchas jóvenes estudiantes de arquitectura la consideran un ejemplo. ¿Qué les diría?
Que disfruten de la responsabilidad que significa ser arquitecto. Asumir responsabilidades da muchos ánimos. También les diría que afronten esta responsabilidad no como un peso, sino como una ocasión para disfrutar. Y que no se miren. A veces los estudiantes miran lo que han hecho y se comparan. Les conviene concentrarse mucho en lo que hacen, pero no mirarse ni compararse, eso puede ser decepcionante.
En el 2021 ha protagonizado exposiciones en Madrid y San Sebastián y le han dado el Premio Nacional. No está mal. ¿Qué le pide al 2022?
Que me salgan los números. Y buenos proyectos. Que este reconocimiento sirva para conseguirlos.