Este es el título del libro póstumo de Martin Pawley, uno de los críticos británicos de la segunda mitad del siglo XX, junto con Reyner Banham y J. M. Richards, y expresa un hecho inquietante: la crítica de arquitectura, tan influyente hace pocas décadas, hoy tiene un papel irrelevante.
En el caso de la crítica de arquitectura se suman dos crisis, la cultural y la propia. Se enmarca en el fenómeno más general de la pérdida de papel representativo de los intelectuales progresistas, que, aunque existan, tienen menos posibilidades de expresarse en los medios que hace unos años. Y en el terreno de la arquitectura, la mala salud se percibe hoy mucho más al compararla con su periodo dorado, entre los años sesenta y ochenta, con figuras como Manfredo Tafuri, Aldo Rossi, Colin Rowe o Kenneth Frampton, yendo desde el espectro más radical y marxista hasta el más formalista, nostálgico y defensor de la autonomía de la arquitectura.
También se suma que el mismo saber de la arquitectura ha perdido papel decisorio y de liderazgo con relación al que tuvo en el periodo de entreguerras y en la posguerra, en que las políticas de vivienda, inspiradas por arquitectos, sentaron las bases del Estado de bienestar. Hoy la arquitectura y el urbanismo son serviles a los objetivos financieros e inmobiliarios, y tienen escasa iniciativa para plantear alternativas a lo que imponen los intereses dominantes. A este descrédito han colaborado la complicidad con la especulación, la corrupción y el alarde de poder.
Hay más factores que explicarían esta muerte tan hegeliana decretada por Pawley: lo que queda de la crítica está dominado por la cultura angloamericana, que sigue definiendo posiciones, como la poscrítica, los tecnoadministradores o los neopragmáticos. Y en este punto de inflexión, Peter Eisenman, con su negatividad, y Rem Koolhaas, con su pragmatismo, han potenciado la dispersión. En Europa quedan pocos focos de la crítica, más allá del grupo editorial de la revista Lotus en Milán y de facultades de arquitectura como la de la Delft University of Technology.
Otro factor que influye en la consistencia de la cultura crítica es que el mundo de Internet ha potenciado un panorama con innumerables protagonista, sin los referentes míticos de otras épocas, como Karl Kraus, Jean Paul Sartre y otros. Hoy proliferan los intelectuales, por suerte, con más mujeres y con procedencias no eurocéntricas; se consolidan nuevas corrientes ecologistas, feministas y queer, pero su influencia y alcance quedan reducidos a ciertos ámbitos.
En el caso de Cataluña, el desinterés por la teoría es manifiesto y recurrente. La crítica y la historia la han escrito los mismos protagonistas, que se incluyen a sí mismos en sus escritos, como Oriol Bohigas o Helio Piñón; algo que sería inadmisible en otros campos artísticos. El gran teórico que tuvimos, Ignasi de Solà-Morales, es reconocido aquí por su gran personalidad y por ser el arquitecto del Liceo, pero no por el peso de su propuesta crítica, de alcance internacional. Somos un país que alardea de su pragmatismo y que no valora la actividad de la crítica. Por eso, los arquitectos profesionalistas y ambiciosos han creado sus propias agencias, lobbies y blogs, intentando medrar repartiendo placebo de crítica. Sin embargo, no habrá manera de conceptualizar, proponer alternativas y replantear la arquitectura si no se piensa desde la historia y la crítica.
Las nuevas teorías han de partir de otras coordenadas: rechazo a la pretendida autonomía de la arquitectura, sintonía con los medios de comunicación y con las posibilidades de las industrias locales, incorporación de los nuevos modos de trabajo colectivo y de cooperación. Se ha de avanzar en procesos en los que la abstracción recurre a mecanismos versátiles, como los diagramas; la arquitectura se centra en la vida y en la experiencia, y se reencuentra la vertiente activista y experimental que tuvo en otros momentos de transformación.
Cierta crítica está muriendo al mismo tiempo que ciertas premisas de rigor, honestidad y espíritu crítico no se valoran, pero van a surgir otras, imprescindibles para superar este panorama de imposturas, trivializaciones, autoelogios y fórmulas caducas.
Article publicat a El País el 12 d’abril de 2012