Cuando el arquitecto Winy Maas explica sus ilusionantes reformas urbanísticas en marcha cita como referencia la transformación barcelonesa de los 90. ¿Y la ciudad de hoy?¿Qué se comentará en el futuro de la Barcelona de esta década?
Publicat a La Vanguardia el 29 de setembre de 2019
MVRDV, el estudio holandés del arquitecto Winy Maas, está hoy en plena ebullición. Su urbanismo verde y saludable, atento a la diversidad de las personas (“¿por qué si vestimos cada uno según nuestro estilo tenemos que vivir en casas iguales?”), se manifiesta por todo el mundo con proyectos que no dejan indiferente a nadie.
De ellos habló la semana pasada Maas en el ciclo Architecture for lunch del Soho House de Barcelona. Asistía un público afín, como los arquitectos Héctor Restrepo, Guillermo Reynés y Jaume Falguera; la directora académica del Institut d’Arquitectura Avançada de Catalunya (IACC), Areti Markopoulou o el director general de Soho House Barcelona, Richard van Batenburg.
Maas asumió hace dos años uno de esos proyectos que marcan un antes y un después en la historia de una ciudad. Se trata de la reforma integral del centro de Eindhoven, donde ahora viven menos de 7.000 personas y donde se aspira a alojar a 20.000 en edificios verdes y adaptados a los rigores de la crisis climática. En las imágenes que mostraba Maas en una pantalla abundaban los edificios surcados por jardines imposibles. Más que de construcciones de rascacielos, parecían colosales cataratas adaptadas al uso residencial. Los paisajes urbanos de Maas simulan de manera muy estimulante la derrota del hormigón ante el avance imparable de la naturaleza.
El proyecto de este arquitecto holandés atiende al detalle (se ha analizado la historia del pavimento de la ciudad antes de optar por el suelo definitivo), pero también deja volar la imaginación cuando dibuja una iglesia que se eleva por el impulso de un rascacielos que surge bajo sus cimientos.
En cierto modo, cuando se comprueba lo eficaces que son los jardines verticales a la hora de mitigar la aspereza de las ciudades, surge la duda de lo que habría sido de Barcelona de haber cundido el ejemplo de la fachada vegetal de la antigua Banca Catalana (hoy la sede de Planeta), un trabajo de paisajismo adelantado a su tiempo de Everest Munné. Lamentablemente, nadie siguió la senda trazada hace más de 40 años por este jardinero.
Maas calificó de ilusionante el proceso de tormenta de ideas que dio cuerpo al proyecto: “Mientras planificábamos el downtown de Eindhoven, nos sentíamos cómo si estuviéramos en la Barcelona de los 90”, confesó, evocando los años de la gran transformación olímpica, cuando en la capital catalana se convocaban concursos internacionales de arquitectura.
Son muchas las ciudades que están inmersas en procesos de reinvención de su urbanismo, reformas que se aprovechan para incorporar medidas paliativas del calentamiento global.
Que Barcelona esté hoy ausente del mapa de las grandes transformaciones urbanísticas es, probablemente, el precio a pagar por la parálisis política que afecta desde hace años a las diferentes administraciones. Sin embargo, en lo que respecta al ámbito municipal, no hay excusa para que no se acometan ahora proyectos de una cierta envergadura. El gobierno de la ciudad es razonablemente fuerte tras el pacto entre comunes y socialistas.
Proyectos ambiciosos serían por ejemplo el impulso de la Ciutadella del Coneixement (convertir el parque y su entorno en un polo de ciencia y cultura); la transformación de la montaña de Montjuïc en un gran parque de deporte y cultura o la convocatoria de concursos internacionales de ideas para el desarrollo de planes residenciales en barrios beneficiados por la nueva centralidad de la estación de La Sagrera.
Mientras tanto, el único gran proyecto en marcha de una dimensión suficiente como para alterar el perfil de la ciudad es la construcción de la Sagrada Família, iniciada hace más de un siglo.