Conferencia de Inauguración | Patxi Mangado

Conferencia de Inauguración | Patxi Mangado

Introducción de Patxi Mangado a la Conferencia del III Congreso ArquitecturaIntroducción de Patxi Mangado a la Conferencia del III Congreso Arquitectura

 

Estamos comenzando el tercer congreso organizado por la Fundación Arquitectura y Sociedad. Una Fundación cuya andadura comenzó hace ya más de seis años coincidiendo con el inicio de la que a buen seguro ha sido la más importante crisis económica que conozcamos los aquí presentes y que, sin duda, ha tenido importantísimas consecuencias para la arquitectura española.

Durante todos estos años de funcionamiento, y organizando distintos eventos en relación con nuestro ideario, ha sido mi criterio intervenir lo menos posible y mantener un perfil bajo en relación a las actividades de la misma. Criterio que evito en este congreso.

El lema bajo el que se celebra este congreso, “la arquitectura necesaria” anima a hacer alguna manifestación y obliga a afirmar posiciones especialmente en unos tiempos de transformación y duda. Obviamente no se trata de la posición de la Fundación en su conjunto pues ello sería contradictorio con la naturaleza abierta y diversa de la misma. Pero creo no faltar a la verdad si digo que tras largas conversaciones con muchos de sus miembros, algunas de estas ideas son mimbres de importancia a la hora de definir el sustrato de nuestra manera de pensar en arquitectura.

Intentemos referirnos brevemente al panorama actual. Estamos aún inmersos en años que están siendo durísimos para los arquitectos españoles. Para todos, jóvenes y menos jóvenes, pues si bien es cierto que los primeros tienen como desventaja la falta de estructura adecuada que los apoyen, no lo es menos que los segundos, precisamente por defender estructuras que se han demostrado ineficaces, ven condicionada la capacidad de moverse hacia el exterior.

Estudios cerrados, fuga de nuestros mejores jóvenes arquitectos después del esfuerzo realizado para formarlos, salarios miserables por debajo del umbral de la dignidad si es que existen… Pero con todo lo peor, lo más injusto y doloroso es la pérdida de prestigio que han sufrido los arquitectos, cuando no el ninguneo y la descalificación interesada o simplemente simplista procedente del ámbito institucional, social o mediático.

Los mismos medios e instituciones que jaleaban o utilizaban la arquitectura más mediática, la más costosa y por cierto en su mayor parte realizada por los arquitectos que venían de fuera de España, ahora, en un ejercicio que más parece resultado de una visión simplista o peor aún, de un intento de echar balones fuera en el juicio de las responsabilidades, matando al mensajero, nos culpan o nos presentan como los más fáciles culpables de buena parte de esta crisis.

Un panorama pues nada halagüeño, por todos conocido y que, creo yo, ha llegado la hora de desmontar en lo que tiene de simplista y falso, reivindicando bien alto y claro el valor de la arquitectura y el papel de los arquitectos españoles durante estos años. Un papel quizás modesto, pero no por ello menos importante en la extraordinaria y magnífica evolución de este país.

Es verdad que en los últimos años ha habido desfases económicos y presupuestarios que han provocado escándalo y que ya algunos denunciábamos aún a riesgo de parecer aguafiestas. La mayoría de ellos como consecuencia de un sistema perverso de adjudicaciones y de un exceso institucional y privado en el que algunos arquitectos les ha gustado nadar. También lo es que muchos arquitectos han confundido arquitectura con la simple construcción sin escrúpulos al servicio de actitudes especulativas que poco tenían de compromiso con nuestra ciudad, nuestro paisaje o nuestra cultura. No podemos ni debemos ocultar ésto si queremos otra vez levantar la cabeza. Pero también es verdad que gran parte de la arquitectura española y de sus actores, han contribuido de manera decisiva, generosa y eficaz, junto a otros muchísimos agentes sociales e institucionales en el logro de una España más justa y equilibrada, mejor ordenada, con mucho mejores ciudades, espacios públicos y servicios. La mesura, la justa relación entre medios y fines, la conciencia del tiempo y el contexto y una clara voluntad de servicios demostrada en programas y edificios de gran valor ciudadano, estaban ya presentes en los grandes arquitectos españoles de los años 50 y 60, en nuestros abuelos, y ha seguido ilustrando el hacer de buena parte de los arquitectos españoles desde el advenimiento de la democracia y particularmente durante estos últimos años. Por ello, frente a una demonización bastante generaliza, injusta y probablemente interesada, hemos de reivindicar junto al reconocimiento de nuestras culpas, también nuestros aciertos, que han sido muchos, al menos tantos como los de otros oficios. ¿Por qué los arquitectos españoles siguen estando valorados de manera tan significativa fuera de nuestro país, desde luego muy por encima de lo que están en el interior? ¿Por qué esta valoración muy generalizada y contrastada entre instituciones académicas y profesionales, también sociales, no tiene reflejo en un país, España, demasiado acostumbrado a los juicios según movimientos pendulares extremos y a hacer leña del árbol caído? Ahora que tanto se habla de la marca España, alguien debería pararse a pensar respecto a quienes y a qué pueden contribuir a crearla de manera sólida, a partir del prestigio bien merecido y de un trabajo bastante bien realizado durante estos años. Los arquitectos estamos ahí.

El título de este congreso es muy oportuno y lo primero que sugiere es reivindicar la importancia de la arquitectura y sus hacedores. Sin entrar todavía a definir cual es para cada uno de nosotros la arquitectura que es necesaria, algo que haremos a lo largo de estos días, lo primero que hay que decir es que la arquitectura es muy necesaria. Vivir y trabajar bajo un techo en las mejores condiciones posibles, disfrutar de mejores cuidados, ser más respetuoso y utilizar mejor el medio que hemos heredado, disfrutar de la belleza de los espacios, contribuir a definir una cultura y un tiempo, y toda una larga serie de objetivos tan evidentes como los descritos, es algo que no es un lujo, sino una evidencia, una necesidad y un derecho de todo ciudadano. Por eso la arquitectura, que es algo más que la simple construcción, es irrenunciable, es algo en lo que merece la pena invertir tiempos y recursos.

La Fundación Arquitectura y Sociedad que hoy nos congrega aquí, siempre ha tenido clara esta idea. Que la arquitectura es una necesidad y también un servicio. Un servicio que implica entre otras cosas un agudo conocimiento de la realidad. Personalmente pienso que la realidad y sus problemas, constituyen el mejor crisol donde generar ideas para hacer arquitectura, inteligente y sensiblemente entendida, y es, en una cierta actitud transgresora que supere lo vulgar y lo evidente, donde reside la verdadera voluntad de servicio. Pero, también, que todo ello no es posible desde una actitud ciega y endogámica que nos aleje a los arquitectos de lo que nos rodea, de la sociedad en la nos movemos. La búsqueda fructífera de un contacto entre ambos, entre arquitectura y sociedad, es el objetivo fundamental de nuestra Fundación pero creo expresarme sinceramente cuando digo que también lo ha sido de muchos arquitectos españoles formados en la más pura tradición de los cincuenta y sesenta, donde la austeridad obligaba a hacer lo estrictamente necesario en términos de recursos materiales y lo más en términos de calidad y buen hacer arquitectónico. Más por menos como ya pregonaba el lema de nuestro primer congreso.

Termino haciendo un canto al optimismo. No solo porque no tengamos otra opción, que también es verdad, sino porque creo de verdad que nuestro trabajo, independientemente de los vaivenes coyunturales, independientemente de los cambios que afecten a la manera de hacer o de configurar nuestras estructuras productivas, puede y debe contribuir a mejorar lo que nos rodea en términos físicos pero también en términos de equilibrio social y calidad de vida. Y eso acaba imponiéndose, no les quepa la menor duda. Quisiera así pues finalizar trasladando este canto de optimismo especialmente a los jóvenes arquitectos que solo conocen los duros tiempos actuales. La arquitectura es necesaria, y los que la hacen con cariño y voluntad de servir, los que entienden su trabajo con generosidad y no solo como una manera cualquiera de ganarse la vida, los arquitectos de verdad, son muy necesarios. Nunca hemos tenido generación de arquitectos jóvenes tan preparada, solo espero que la sociedad les de la oportunidad de demostrar lo buenos que son. Habéis elegido bien.

Patxi Mangado

 

Estamos comenzando el tercer congreso organizado por la Fundación Arquitectura y Sociedad. Una Fundación cuya andadura comenzó hace ya más de seis años coincidiendo con el inicio de la que a buen seguro ha sido la más importante crisis económica que conozcamos los aquí presentes y que, sin duda, ha tenido importantísimas consecuencias para la arquitectura española.

Durante todos estos años de funcionamiento, y organizando distintos eventos en relación con nuestro ideario, ha sido mi criterio intervenir lo menos posible y mantener un perfil bajo en relación a las actividades de la misma. Criterio que evito en este congreso.

El lema bajo el que se celebra este congreso, “la arquitectura necesaria” anima a hacer alguna manifestación y obliga a afirmar posiciones especialmente en unos tiempos de transformación y duda. Obviamente no se trata de la posición de la Fundación en su conjunto pues ello sería contradictorio con la naturaleza abierta y diversa de la misma. Pero creo no faltar a la verdad si digo que tras largas conversaciones con muchos de sus miembros, algunas de estas ideas son mimbres de importancia a la hora de definir el sustrato de nuestra manera de pensar en arquitectura.

Intentemos referirnos brevemente al panorama actual. Estamos aún inmersos en años que están siendo durísimos para los arquitectos españoles. Para todos, jóvenes y menos jóvenes, pues si bien es cierto que los primeros tienen como desventaja la falta de estructura adecuada que los apoyen, no lo es menos que los segundos, precisamente por defender estructuras que se han demostrado ineficaces, ven condicionada la capacidad de moverse hacia el exterior.

Estudios cerrados, fuga de nuestros mejores jóvenes arquitectos después del esfuerzo realizado para formarlos, salarios miserables por debajo del umbral de la dignidad si es que existen… Pero con todo lo peor, lo más injusto y doloroso es la pérdida de prestigio que han sufrido los arquitectos, cuando no el ninguneo y la descalificación interesada o simplemente simplista procedente del ámbito institucional, social o mediático.

Los mismos medios e instituciones que jaleaban o utilizaban la arquitectura más mediática, la más costosa y por cierto en su mayor parte realizada por los arquitectos que venían de fuera de España, ahora, en un ejercicio que más parece resultado de una visión simplista o peor aún, de un intento de echar balones fuera en el juicio de las responsabilidades, matando al mensajero, nos culpan o nos presentan como los más fáciles culpables de buena parte de esta crisis.

Un panorama pues nada halagüeño, por todos conocido y que, creo yo, ha llegado la hora de desmontar en lo que tiene de simplista y falso, reivindicando bien alto y claro el valor de la arquitectura y el papel de los arquitectos españoles durante estos años. Un papel quizás modesto, pero no por ello menos importante en la extraordinaria y magnífica evolución de este país.

Es verdad que en los últimos años ha habido desfases económicos y presupuestarios que han provocado escándalo y que ya algunos denunciábamos aún a riesgo de parecer aguafiestas. La mayoría de ellos como consecuencia de un sistema perverso de adjudicaciones y de un exceso institucional y privado en el que algunos arquitectos les ha gustado nadar. También lo es que muchos arquitectos han confundido arquitectura con la simple construcción sin escrúpulos al servicio de actitudes especulativas que poco tenían de compromiso con nuestra ciudad, nuestro paisaje o nuestra cultura. No podemos ni debemos ocultar ésto si queremos otra vez levantar la cabeza. Pero también es verdad que gran parte de la arquitectura española y de sus actores, han contribuido de manera decisiva, generosa y eficaz, junto a otros muchísimos agentes sociales e institucionales en el logro de una España más justa y equilibrada, mejor ordenada, con mucho mejores ciudades, espacios públicos y servicios. La mesura, la justa relación entre medios y fines, la conciencia del tiempo y el contexto y una clara voluntad de servicios demostrada en programas y edificios de gran valor ciudadano, estaban ya presentes en los grandes arquitectos españoles de los años 50 y 60, en nuestros abuelos, y ha seguido ilustrando el hacer de buena parte de los arquitectos españoles desde el advenimiento de la democracia y particularmente durante estos últimos años. Por ello, frente a una demonización bastante generaliza, injusta y probablemente interesada, hemos de reivindicar junto al reconocimiento de nuestras culpas, también nuestros aciertos, que han sido muchos, al menos tantos como los de otros oficios. ¿Por qué los arquitectos españoles siguen estando valorados de manera tan significativa fuera de nuestro país, desde luego muy por encima de lo que están en el interior? ¿Por qué esta valoración muy generalizada y contrastada entre instituciones académicas y profesionales, también sociales, no tiene reflejo en un país, España, demasiado acostumbrado a los juicios según movimientos pendulares extremos y a hacer leña del árbol caído? Ahora que tanto se habla de la marca España, alguien debería pararse a pensar respecto a quienes y a qué pueden contribuir a crearla de manera sólida, a partir del prestigio bien merecido y de un trabajo bastante bien realizado durante estos años. Los arquitectos estamos ahí.

El título de este congreso es muy oportuno y lo primero que sugiere es reivindicar la importancia de la arquitectura y sus hacedores. Sin entrar todavía a definir cual es para cada uno de nosotros la arquitectura que es necesaria, algo que haremos a lo largo de estos días, lo primero que hay que decir es que la arquitectura es muy necesaria. Vivir y trabajar bajo un techo en las mejores condiciones posibles, disfrutar de mejores cuidados, ser más respetuoso y utilizar mejor el medio que hemos heredado, disfrutar de la belleza de los espacios, contribuir a definir una cultura y un tiempo, y toda una larga serie de objetivos tan evidentes como los descritos, es algo que no es un lujo, sino una evidencia, una necesidad y un derecho de todo ciudadano. Por eso la arquitectura, que es algo más que la simple construcción, es irrenunciable, es algo en lo que merece la pena invertir tiempos y recursos.

La Fundación Arquitectura y Sociedad que hoy nos congrega aquí, siempre ha tenido clara esta idea. Que la arquitectura es una necesidad y también un servicio. Un servicio que implica entre otras cosas un agudo conocimiento de la realidad. Personalmente pienso que la realidad y sus problemas, constituyen el mejor crisol donde generar ideas para hacer arquitectura, inteligente y sensiblemente entendida, y es, en una cierta actitud transgresora que supere lo vulgar y lo evidente, donde reside la verdadera voluntad de servicio. Pero, también, que todo ello no es posible desde una actitud ciega y endogámica que nos aleje a los arquitectos de lo que nos rodea, de la sociedad en la nos movemos. La búsqueda fructífera de un contacto entre ambos, entre arquitectura y sociedad, es el objetivo fundamental de nuestra Fundación pero creo expresarme sinceramente cuando digo que también lo ha sido de muchos arquitectos españoles formados en la más pura tradición de los cincuenta y sesenta, donde la austeridad obligaba a hacer lo estrictamente necesario en términos de recursos materiales y lo más en términos de calidad y buen hacer arquitectónico. Más por menos como ya pregonaba el lema de nuestro primer congreso.

Termino haciendo un canto al optimismo. No solo porque no tengamos otra opción, que también es verdad, sino porque creo de verdad que nuestro trabajo, independientemente de los vaivenes coyunturales, independientemente de los cambios que afecten a la manera de hacer o de configurar nuestras estructuras productivas, puede y debe contribuir a mejorar lo que nos rodea en términos físicos pero también en términos de equilibrio social y calidad de vida. Y eso acaba imponiéndose, no les quepa la menor duda. Quisiera así pues finalizar trasladando este canto de optimismo especialmente a los jóvenes arquitectos que solo conocen los duros tiempos actuales. La arquitectura es necesaria, y los que la hacen con cariño y voluntad de servir, los que entienden su trabajo con generosidad y no solo como una manera cualquiera de ganarse la vida, los arquitectos de verdad, son muy necesarios. Nunca hemos tenido generación de arquitectos jóvenes tan preparada, solo espero que la sociedad les de la oportunidad de demostrar lo buenos que son. Habéis elegido bien.

Patxi Mangado