Crecer sin segregar | Anatxu Zabalbeascoa

Crecer sin segregar | Anatxu Zabalbeascoa

Únicamente las ciudades inclusivas garantizan el futuro de las personas, del planeta y de las propias urbes. Crecer sin segregar es el gran reto para las nuevas metrópolis, pero también su única opción. No es solo un imperativo ético, es una cuestión de supervivencia.

 

Nosotros, o nuestros antepasados, llegamos a las ciudades con ambición de sobrevivir o, si tuvimos suerte, de prosperar. “Las ciudades todavía son máquinas con las que convertir a los desesperados en no tan desesperados”, ha escrito el arquitecto Deyan Sudjic, autor de La arquitectura del poder (Ariel). Por eso son lugares en perpetua transformación. Analizar nuestra vida cotidiana lo demuestra. Lo que nosotros llamábamos tiendas de chuches, nuestros hijos lo llaman chinos, precisamente porque inmigrantes chinos regentan esos comercios de barrio. Si en nuestra infancia nos sorprendía ver a un negro por la calle, hoy, desde la escuela, convivimos con múltiples nacionalidades. Que las asistentas domésticas ya no lleguen de Pollatos de la Sierra, sino de Asunción o Timisoara, también describe el micromundo urbano en el que lo global se redefine al entrar en contacto con lo local. Y es que, además de ser lugares para el cambio, las ciudades transforman a quienes las cambian. Así, son el escenario de las diferencias, pero su salud depende de que esas diferencias vivan integradas en lugar de separadas. Saber integrarlas dio lugar al Soho londinense. No hacerlo generó las revueltas de Seine-Saint-Denis, a 15 kilómetros de París.

El asunto es más práctico de lo que parece. Cuando las diferencias económicas y educativas se vuelven insalvables aparecen los guetos. Y, por una cuestión de números, son los ricos los que terminan por encerrarse. Sucede en medio mundo, la no-inclusión, la falta de mezcla social incuba conflictos. No se trata solo de dar de comer. Las mejores ciudades educan con el ejemplo. No con lo que imponen, al contrario, con lo que hacen posible. Y los ejemplos no se ciñen exclusivamente a la población británica aparcando el coche y cogiendo el metro para moverse por Londres o a los daneses transformando Copenhague en la ciudad más pedaleable del mundo. Los ejemplos los dan los políticos con políticas de cuotas de vivienda asequible en todos los barrios en lugar de convertir la construcción en un negocio exclusivamente especulativo. Pero también los ciudadanos dan ejemplo cuando se organizan, cuando defienden sus derechos, cuando ellos mismos construyen la ciudad.

En Bombay hay seis millones de chabolistas, pero sus favelas ocupan solo el 8% de la superficie urbana. Es decir, ofrecen una doble lección de futuro. Primero por la densidad como forma de vida más sostenible. Segundo porque en barrios como Dharavi, donde 300.000 personas viven en un kilómetro cuadrado todo, absolutamente todo se recicla.

Tal vez por ese precedente que congrega lo mejor y lo peor del mundo, el arquitecto chileno Alejandro Aravena —autor de viviendas incrementales capaces de crecer a medida que los propietarios prosperan — sostiene que las favelas no son el problema, sino la solución. “Es tal la magnitud, la velocidad y la escasez de recursos con que se deberá responder al proceso de urbanización del planeta, que no hay ninguna posibilidad de enfrentarlo sin la concurrencia de la capacidad de autoconstrucción de la propia gente”, explica. La idea de que “las favelas son una fuerza económica que hay que encauzar” se la leyó al economista peruano Hernando de Soto en el libro el Misterio del capital. Por eso, explica, no defiende poetizar la pobreza o la marginalidad, “se trata de canalizar las fuerzas”. De escuchar a la gente y conseguir involucrarlos en la mejora de sus barrios.

En Dharavi, Bombay, donde viven más de 300.000 personas en dos kilómetros cuadrados, todo se recicla.

La participación ciudadana es la vía para conocer los problemas para luego intentar solucionarlos. “Cuando se trabaja en contextos de escasez, el prejuicio es que la gente no sabe mucho y la verdad es que si alguien sabe cómo hacer un uso eficiente de recursos escasos esas son las comunidades menos favorecidas”, explica Aravena. El chileno está convencido de que frente a la escasez se debe ser estratégico y se aprende a priorizar. Así, una relación horizontal es clave; “informar y comunicar restricciones, sin anestesia, es la base del proceso de participación”. Además de la participación ciudadana como vía para la inclusión social, este arquitecto defiende la inclusión programática: que no haya barrios sólo residenciales, sólo comerciales o sólo de oficinas. Empleando su misma lógica, habría que añadir que no haya barrios solo de favelas. ¿Cómo planificar la arquitectura para que pueda asumir la incertidumbre de la vida? “La única diferencia entre un remedio y un veneno es la dosis”, responde.

El desaparecido urbanista italiano Bernardo Secchi (1934-2014) ya alertó sobre las desigualdades como el cáncer de las ciudades. En su libro póstumo, La ciudad de los ricos y la ciudad de los pobres (Catarata), dejó también un consejo: la adopción de políticas que no se basen en obras espectaculares sino que garanticen la permeabilidad, el acceso a la naturaleza y a las personas. Para todos. Sin distinción. Afrontar los problemas, no desplazarlos ni aislarlos, es la vía para que la ciudad haga lo que siempre ha necesitado hacer para solucionar sus crisis: cambiar.