Imaginemos que voy a visitar a cinco médicos, me examinan y me dan un diagnóstico. Y entonces yo elijo al que más me ha convencido y le pago. A los otros les agradezco su colaboración. O voy a un restaurante, pido cinco platos y solo pago el que más me ha gustado. Esto es lo que de alguna forma está pasando en muchas profesiones creativas. Con toda desfachatez se piden ideas y proyectos gratis. Es lo que se conoce como trabajo especulativo no remunerado. La actual situación de desespero ante la falta de encargos hace que muchos profesionales –o aficionados, da igual– estén dispuestos a trabajar sin cobrar, con la consiguiente degradación personal y del propio resultado, casi siempre mediocre. El cliente también pierde.
La moda consiste en pedir desde internet las ideas de forma abierta. Así el convocante accede a cientos, incluso miles, de propuestas y finalmente solo retribuye una. O la copia. Para disimular, esta práctica abusiva se ha bautizado con el anglicismo crowdsourcing, algo así como externalización multitudinaria. Y aunque en sí este método podría ser positivo para colabora- ciones con fines compartidos, se ha demostrado finalmente un perverso instrumento de precarización. Y lo grave es que de ello no solo se benefician grandes compañías como Pepsi-Cola o Telepizza, sino también últimamente la propia Administración pública, saltándose las más elementales reglas éticas. La justificación de sus defensores es diáfana: «El mercado nos dice que le gusta el modelo»; claro, le sale gratis. Y su demagogia, escandalosa: «Democratizamos el talento para que todas las empresas accedan a él»; sin pagar, se entiende. En fin, la muerte del talento. Como explica la web antispec.com, un cáncer para los ilusos diseñadores, que están meando contra el viento al participar en estas convocatorias. ¿Alguien más trabaja gratis?
Artículo publicado el 27 de junio de 2013 en El Periódico