Publicat el 2 de Desembre a La Vanguardia
Rotterdam, cuartel general de Rem Koolhaas, acaba de inaugurar su edificio más voluminoso: se llama De Rotterdam, está enclavado en la zona portuaria de Wilhelminapier y lleva la firma del propio Koolhaas y de su estudio OMA. Publicado el 2 de Diciembre en La Vanguardia
Rotterdam, cuartel general de Rem Koolhaas, acaba de inaugurar su edificio más voluminoso: se llama De Rotterdam, está enclavado en la zona portuaria de Wilhelminapier y lleva la firma del propio Koolhaas y de su estudio OMA. Se trata de una única construcción, pero podríamos describirla como tres torres -a veces parecen cuatro, debido a sus retranqueos- asentadas sobre un zócalo común de seis plantas, seccionadas a media altura y con sus tramos superiores ligeramente desplazados respecto al eje vertical. Este enorme conjunto ocupa la superficie de un campo de fútbol, mide 150 metros de altura, 100 de anchura, acogerá a 5.000 personas, tiene 160.000 metros cuadrados construidos, un coste de 340 millones de euros y ha sido bautizado ya como la ciudad vertical.
Cualquier edificio que sume tantos metros y sea de una altura limitada comporta un serio riesgo para el arquitecto: convertirse en un enorme muro, en un monumental y masivo biombo que divida la ciudad. Son encargos envenenados, de los que el proyectista puede salir más o menos airoso. Rafael Moneo y Manuel de Solà-Morales lo lograron en el edificio de L’Illa, en Barcelona, que tiene unos 300 metros de fachada convertidos en sutil enlace entre dos zonas de Barcelona, gracias a los retranqueos y a una línea de cornisa suavemente cóncava. En Rotterdam, Koolhaas ha optado por colocar un programa mixto (60.000 metros cuadrados de oficinas, 240 apartamentos, hotel de 285 habitaciones, etcétera) en esas tres torres partidas, cuyos cuerpos superiores transmiten una sugerente sensación de inestabilidad.
El amontonamiento de cuerpos no es una novedad: el neoyorquino New Museum, de Sanaa, evoca una pila de cajas estable, de la que no se espera movimiento. Por el contrario, De Rotterdam remite a un juego infantil de construcciones al límite de su equilibrio. Sobre todo, cuando se miran de frente, desde la otra orilla del río Mosa, junto al puente Erasmus, y se descubren los vacíos que separan las torres y los rayos solares que se cuelan entre ellas, estilizándolas. Luego, según uno se acerca por el puente, De Rotterdam va ganando un aspecto masivo -otros prefieren calificarlo de “poderoso”-, pese a su intencionado juego volumétrico y a la fina celosía de aluminio de la envolvente. En todo caso, cabe considerar este trabajo de Koolhaas, que coloca unas torres sobre otras, una aportación mayor. Particularmente, en el ámbito de la arquitectura holandesa, que en los últimos decenios ha porfiado como pocas para investigar y renovar la morfología de los edificios de altura.
De Rotterdam tiene pues un destacado componente escultórico, una vocación icónica que constituye su aportación más visible (en los trabajos de diseño en el interior de la torre han intervenido otros profesionales), y viene a reflejar en su propia ciudad las teorías de su ensayo Delirious New York. Es también la mayor contribución de Koolhaas en su ciudad y país natales, tras una larga carrera -tiene ya 69 años- en la que ha brillado como ensayista y arquitecto y ha construido en todo el mundo, dejando edificios de referencia como la embajada de Holanda en Berlín, la biblioteca de Seattle o la torre de la Televisión Central de China. Y, por supuesto, es además la manifestación más aparatosa del aprecio de Rotterdam por su laureado arquitecto.Se trata de una única construcción, pero podríamos describirla como tres torres -a veces parecen cuatro, debido a sus retranqueos- asentadas sobre un zócalo común de seis plantas, seccionadas a media altura y con sus tramos superiores ligeramente desplazados respecto al eje vertical. Este enorme conjunto ocupa la superficie de un campo de fútbol, mide 150 metros de altura, 100 de anchura, acogerá a 5.000 personas, tiene 160.000 metros cuadrados construidos, un coste de 340 millones de euros y ha sido bautizado ya como la ciudad vertical.
Cualquier edificio que sume tantos metros y sea de una altura limitada comporta un serio riesgo para el arquitecto: convertirse en un enorme muro, en un monumental y masivo biombo que divida la ciudad. Son encargos envenenados, de los que el proyectista puede salir más o menos airoso. Rafael Moneo y Manuel de Solà-Morales lo lograron en el edificio de L’Illa, en Barcelona, que tiene unos 300 metros de fachada convertidos en sutil enlace entre dos zonas de Barcelona, gracias a los retranqueos y a una línea de cornisa suavemente cóncava. En Rotterdam, Koolhaas ha optado por colocar un programa mixto (60.000 metros cuadrados de oficinas, 240 apartamentos, hotel de 285 habitaciones, etcétera) en esas tres torres partidas, cuyos cuerpos superiores transmiten una sugerente sensación de inestabilidad.
El amontonamiento de cuerpos no es una novedad: el neoyorquino New Museum, de Sanaa, evoca una pila de cajas estable, de la que no se espera movimiento. Por el contrario, De Rotterdam remite a un juego infantil de construcciones al límite de su equilibrio. Sobre todo, cuando se miran de frente, desde la otra orilla del río Mosa, junto al puente Erasmus, y se descubren los vacíos que separan las torres y los rayos solares que se cuelan entre ellas, estilizándolas. Luego, según uno se acerca por el puente, De Rotterdam va ganando un aspecto masivo -otros prefieren calificarlo de “poderoso”-, pese a su intencionado juego volumétrico y a la fina celosía de aluminio de la envolvente. En todo caso, cabe considerar este trabajo de Koolhaas, que coloca unas torres sobre otras, una aportación mayor. Particularmente, en el ámbito de la arquitectura holandesa, que en los últimos decenios ha porfiado como pocas para investigar y renovar la morfología de los edificios de altura.
De Rotterdam tiene pues un destacado componente escultórico, una vocación icónica que constituye su aportación más visible (en los trabajos de diseño en el interior de la torre han intervenido otros profesionales), y viene a reflejar en su propia ciudad las teorías de su ensayo Delirious New York. Es también la mayor contribución de Koolhaas en su ciudad y país natales, tras una larga carrera -tiene ya 69 años- en la que ha brillado como ensayista y arquitecto y ha construido en todo el mundo, dejando edificios de referencia como la embajada de Holanda en Berlín, la biblioteca de Seattle o la torre de la Televisión Central de China. Y, por supuesto, es además la manifestación más aparatosa del aprecio de Rotterdam por su laureado arquitecto.