Publicat el 31 de març de 2014 al Diari de Tarragona
¿Se convierten los planes territoriales en alternativa a los planes generales para ciudades?Publicado el 31 de març del 2014 en el Diari de Tarragona
¿Se convierten los planes territoriales en alternativa a los planes generales para ciudades?
En el actual convulso escenario socioeconómico occidental –que está removiendo las conciencias–, sería pertinente introducir la reflexión de si las políticas territoriales han tenido algo que ver en esta dinámica expansiva y desmesurada, que a costa de llevar al límite las capacidades especulativas, han aumentado los desequilibrios sociales que siempre han caracterizado a la Europa más al sur. La constante tendencia de mirarnos en el espejo centroeuropeo, en el que las menores distancias y las mayores densidades han abonado la teoría de las redes territoriales, nos ha llevado a soportar un esfuerzo mayúsculo por las mayores distancias y las menores densidades que nuestro mosaico territorial ofrece.
Este debate podría articularse sobre las consecuencias que comporta adoptar un modelo de organización territorial que lleve implícitas unas necesarias políticas de metropolización muy ambiciosas y, por consiguiente, alejadas de nuestra verdadera capacidad. El retroceso económico que siempre amenaza a una sociedad de base capitalista, que depende de la gestión de sus excedentes, se ha visto incrementado por las lecturas sistémicas del territorio que se han llevado a cabo en períodos desarrollistas. Judith E. Innes y David E. Booher reflexionan sobre los efectos de las economías metropolitanas en su artículo La realidad metropolitana como sistema complejo: una nueva visión de la sostenibilidad publicado en 1999. Sostienen que el urbanismo ha privilegiado una territorialidad areolar, definida por zonas, límites y fronteras, en el sí de los cuales se ejercen otros poderes o centralidades, y sumado a la habitual subestimación entre ciudades y territorios, ha tenido como consecuencia la extensión de las redes y por consiguiente la distribución del poder en forma de nuevas centralidades, que a la vez exigen mayores conexiones y esfuerzos públicos. Esta visión funcionalista que simplifica el territorio a un esquema de conexiones y que reduce el proyecto metropolitano únicamente a sus estructuras, ha sido un factor determinante en la sobredimensión de las políticas territoriales y ha tendido a anular la realidad urbana tradicionalmente más competitiva. En otras palabras, la expansión a cualquier coste.
A falta de un modelo administrativo útil que neutralice la tendencia de manipular la periferia para justificar su metropolización, ¿se convierten los planes territoriales en alternativa a los planes generales para las ciudades? Personalmente próximo a las tesis de que no todo es ciudad, pero casi todo puede ser o llegar a convertirse en urbano, mi propósito es reflexionar sobre hipótesis que puedan confirmar a la ‘estimulación urbana’ como una herramienta alternativa a las tendencias que más alimentan la identidad metropolitana. Adquiere entonces especial interés examinar el talento formal de nuestras ciudades para articular y coordinar las realidades ‘poliédricas’ del Camp de Tarragona desde la fertilidad de la pequeña escala.
En el actual convulso escenario socioeconómico occidental –que está removiendo las conciencias–, sería pertinente introducir la reflexión de si las políticas territoriales han tenido algo que ver en esta dinámica expansiva y desmesurada, que a costa de llevar al límite las capacidades especulativas, han aumentado los desequilibrios sociales que siempre han caracterizado a la Europa más al sur. La constante tendencia de mirarnos en el espejo centroeuropeo, en el que las menores distancias y las mayores densidades han abonado la teoría de las redes territoriales, nos ha llevado a soportar un esfuerzo mayúsculo por las mayores distancias y las menores densidades que nuestro mosaico territorial ofrece.
Este debate podría articularse sobre las consecuencias que comporta adoptar un modelo de organización territorial que lleve implícitas unas necesarias políticas de metropolización muy ambiciosas y, por consiguiente, alejadas de nuestra verdadera capacidad. El retroceso económico que siempre amenaza a una sociedad de base capitalista, que depende de la gestión de sus excedentes, se ha visto incrementado por las lecturas sistémicas del territorio que se han llevado a cabo en períodos desarrollistas. Judith E. Innes y David E. Booher reflexionan sobre los efectos de las economías metropolitanas en su artículo La realidad metropolitana como sistema complejo: una nueva visión de la sostenibilidad publicado en 1999. Sostienen que el urbanismo ha privilegiado una territorialidad areolar, definida por zonas, límites y fronteras, en el sí de los cuales se ejercen otros poderes o centralidades, y sumado a la habitual subestimación entre ciudades y territorios, ha tenido como consecuencia la extensión de las redes y por consiguiente la distribución del poder en forma de nuevas centralidades, que a la vez exigen mayores conexiones y esfuerzos públicos. Esta visión funcionalista que simplifica el territorio a un esquema de conexiones y que reduce el proyecto metropolitano únicamente a sus estructuras, ha sido un factor determinante en la sobredimensión de las políticas territoriales y ha tendido a anular la realidad urbana tradicionalmente más competitiva. En otras palabras, la expansión a cualquier coste.
A falta de un modelo administrativo útil que neutralice la tendencia de manipular la periferia para justificar su metropolización, ¿se convierten los planes territoriales en alternativa a los planes generales para las ciudades? Personalmente próximo a las tesis de que no todo es ciudad, pero casi todo puede ser o llegar a convertirse en urbano, mi propósito es reflexionar sobre hipótesis que puedan confirmar a la ‘estimulación urbana’ como una herramienta alternativa a las tendencias que más alimentan la identidad metropolitana. Adquiere entonces especial interés examinar el talento formal de nuestras ciudades para articular y coordinar las realidades ‘poliédricas’ del Camp de Tarragona desde la fertilidad de la pequeña escala.