Publicado el viernes, 20 de junio del 2014, en EL PAIS
No siempre la arquitectura de emergencia consigue ayudar a resolver problemas humanitariosPublicado el viernes, 20 de junio del 2014, en EL PAIS
No siempre la arquitectura de emergencia consigue ayudar a resolver problemas humanitarios
No siempre la arquitectura de emergencia y la buena voluntad de profesionales como Shigeru Ban, último premio Pritzker y reconocido por su vocación social, consiguen su propósito de resolver problemas y proporcionar una mejor vida a las víctimas de terremotos, huracanes, tsunamis y otras catástrofes naturales. Basta recorrer la polvorienta avenida principal de Tabarre, en la caótica Puerto Príncipe, para darse cuenta de lo difícil que es que las cosas salgan bien en situaciones tan complejas y extremas como las de Haití.
No hay problema en Tabarre para localizar tres moles emblemáticas: la casa del expresidente Jean Bertrand Aristide, la base militar de la Misión de Naciones Unidas para la Estabilización en Haití (Minustah) y la gigantesca embajada de Estados Unidos. Muy cerca de esta última sede blindada deberían encontrarse los refugios de emergencia diseñados por Shigeru Ban tras el fatídico temblor de 2010. Pero nada. Nadie el pasado mes de mayo sabía dar razón de la suerte corrida por las viviendas levantadas por Ban con tubos de cartón y lona en un mísero descampado de Tabarre, ni tampoco de las familias que debieron disfrutarlas. Ni un vestigio quedaba.
El arquitecto japonés llegó a Haití en febrero de 2010, un mes después del terremoto que destruyó Puerto Príncipe dejando 250.000 muertos y un millón y medio de personas sin hogar. Como en anteriores catástrofes en las que intervino (Ruanda, Turquía, China, Italia, Japón, India), Ban trabajó con materiales de bajo coste y fáciles de encontrar en Haití, y colaboró en esta ocasión con dos instituciones académicas, la Universidad Iberoamericana (Unibe) de Santo Domingo (las infraestructuras y universidades en Haití estaban devastadas) y la Universidad de Harvard.
La superficie del prototipo de refugio de emergencia que diseñó tenía 16 metros cuadrados, y los materiales empleados eran similares a los de otras intervenciones humanitarias: tubos de cartón, lonas, sogas y juntas de madera. Ban calculó que el gasto por albergue no superaría los 300 euros. En un primer viaje a Haití se identificó un asentamiento en Tabarre donde se habían instalado unas 50 familias que habían perdido sus casas y no querían desplazarse a uno de los gigantescos campamentos de refugiados que por aquel entonces había en casi todas las plazas y parques de la capital.
El propósito inicial era resolver la situación de emergencia, y en una etapa posterior iban a construirse viviendas con mejores materiales para que tuvieran una duración mayor. Shigeru Ban y sus estudiantes viajaron en varias ocasiones a Puerto Príncipe, pero desde el principio el trabajo fue complicado. En alguna entrevista explicó que hubo muchos problemas logísticos y que las instrucciones que impartía para montar las estructuras no eran cumplidas por el personal local. Según Ban, fue una de sus experiencias “más frustrantes”. Y un ejemplo de cómo a veces la arquitectura social no logra sus buenos propósitos.
No siempre la arquitectura de emergencia y la buena voluntad de profesionales como Shigeru Ban, último premio Pritzker y reconocido por su vocación social, consiguen su propósito de resolver problemas y proporcionar una mejor vida a las víctimas de terremotos, huracanes, tsunamis y otras catástrofes naturales. Basta recorrer la polvorienta avenida principal de Tabarre, en la caótica Puerto Príncipe, para darse cuenta de lo difícil que es que las cosas salgan bien en situaciones tan complejas y extremas como las de Haití.
No hay problema en Tabarre para localizar tres moles emblemáticas: la casa del expresidente Jean Bertrand Aristide, la base militar de la Misión de Naciones Unidas para la Estabilización en Haití (Minustah) y la gigantesca embajada de Estados Unidos. Muy cerca de esta última sede blindada deberían encontrarse los refugios de emergencia diseñados por Shigeru Ban tras el fatídico temblor de 2010. Pero nada. Nadie el pasado mes de mayo sabía dar razón de la suerte corrida por las viviendas levantadas por Ban con tubos de cartón y lona en un mísero descampado de Tabarre, ni tampoco de las familias que debieron disfrutarlas. Ni un vestigio quedaba.
El arquitecto japonés llegó a Haití en febrero de 2010, un mes después del terremoto que destruyó Puerto Príncipe dejando 250.000 muertos y un millón y medio de personas sin hogar. Como en anteriores catástrofes en las que intervino (Ruanda, Turquía, China, Italia, Japón, India), Ban trabajó con materiales de bajo coste y fáciles de encontrar en Haití, y colaboró en esta ocasión con dos instituciones académicas, la Universidad Iberoamericana (Unibe) de Santo Domingo (las infraestructuras y universidades en Haití estaban devastadas) y la Universidad de Harvard.
La superficie del prototipo de refugio de emergencia que diseñó tenía 16 metros cuadrados, y los materiales empleados eran similares a los de otras intervenciones humanitarias: tubos de cartón, lonas, sogas y juntas de madera. Ban calculó que el gasto por albergue no superaría los 300 euros. En un primer viaje a Haití se identificó un asentamiento en Tabarre donde se habían instalado unas 50 familias que habían perdido sus casas y no querían desplazarse a uno de los gigantescos campamentos de refugiados que por aquel entonces había en casi todas las plazas y parques de la capital.
El propósito inicial era resolver la situación de emergencia, y en una etapa posterior iban a construirse viviendas con mejores materiales para que tuvieran una duración mayor. Shigeru Ban y sus estudiantes viajaron en varias ocasiones a Puerto Príncipe, pero desde el principio el trabajo fue complicado. En alguna entrevista explicó que hubo muchos problemas logísticos y que las instrucciones que impartía para montar las estructuras no eran cumplidas por el personal local. Según Ban, fue una de sus experiencias “más frustrantes”. Y un ejemplo de cómo a veces la arquitectura social no logra sus buenos propósitos.