Quiero recordarte siempre como lo que has sido, un enorme y arrollador manantial de agitación cultural, arquitectónica y política
Publicado en El Periodico el 1 de diciembre de 2021
Querido Oriol, ojalá este artículo no se publique nunca. Lo escribo ahora, en el verano de 2002. Justo después de haberte visto lúcido y lozano, elegantemente vestido, con tu albina cabellera envidiable –yo estoy calvísimo–, junto a Beth, esplendorosa. Y al volante de un descapotable que cumple, me dices, un tardío e insospechado sueño tuyo de juventud. Vaya, vaya…
Si estas notas ven la luz algún día querrá decir que tú ya no estás entre nosotros. Por eso prefiero evocarte ahora, sin las prisas de los homenajes calientes y precipitados. Sin verte degenerar. Sin la urgencia de redactar en pocos minutos algo que requiere si no tiempo, sí al menos paz y concentración. Quiero recordarte siempre como lo que has sido, un enorme y arrollador manantial de agitación cultural, arquitectónica y política. ‘Tastaolletes’, ‘cul inquiet’, ‘cagadubtes’, ‘lletraferit’ y bastante ‘torracollons’. Son tantas cosas las que se pueden decir de ti que se suele acabar con resúmenes insulsos o anécdotas parciales. Otros hablarán de tu apabullante, sólida y no justamente valorada carrera arquitectónica. O de tu apuesta por la promoción de la cultura e instituciones. O de tu definitiva contribución al urbanismo democrático de la nueva Barcelona. Pero a mí me sorprende tu erudición, disfruto con tus apasionados comentarios sobre cualquier temática relacionada con el progreso –esa palabra que tanto amas– de la humanidad. Creo que es fruto de una enfermiza curiosidad, que desde niño –mimado, único– te ha ido creciendo de forma incontinente. Tu voracidad por conocer y saber. Y esa es la explicación de tu lucidez, que a los 77 años te mantiene en perfecta forma mental. Y, tal vez, incluso el factor determinante de tu singular forma física, que a pesar de miles de copas, ausencia radical de deporte, jornadas agotadoras y toneladas de humo de apestosos ‘toscanis’ en tus pulmones, te mantiene tan fresco. Lluís Pau lo atribuye al diámetro exagerado de tu cuello, que permite una irrigación sanguínea a tu gran capacidad craneal. Es decir, por cabezón.
Admiro especialmente tu compromiso político. Pues creo que mucho más importante que la arquitectura y el diseño, por mucho que amemos nuestra profesión, lo es la política –¡no la mezquina de los políticos, claro!–. Lo social, la forma organizada para buscar el bienestar de los ciudadanos, la ‘civitas’. Tu compromiso al respecto ha sido ejemplar, en un ejercicio que está desprestigiado y que te habrá causado no pocos dolores de cabeza, incomprensión y ni cuatro duros. De esta forma quedas entroncado en la tradición de Puig i Cadafalch, Domènech i Montaner, y otros célebres personajes ‘noucentistes’, tan de tu agrado. Sabían que, por encima de todo, estaba la responsabilidad por lo colectivo. Incluso para un artista que se nutre principalmente de lo individual e íntimo.
Agradezco mucho tu dedicación a la pedagogía, en la Escuela de Arquitectura, pero también en diarios, revistas, conferencias, debates. Siempre dispuesto a colaborar hasta en el más disparatado proyecto de promoción cultural. Aquí hay que mencionar tu enorme generosidad. Parece imposible que tanta gente haya pasado por tu estudio, haya colaborado en tus diferentes responsabilidades, casi todo el mundo ha sido invitado a tu estudio, o cenado en tu casa o compartido tu presencia en una mesa redonda, o ha sido citado en tus escritos o prólogos. Siempre has encontrado el tiempo y la energía suficiente para darla y no precisamente a cambio de algo. Tu actitud no ha sido premeditadamente interesada o jesuíticamente direccionada. Era simple disponibilidad, a pesar de tu prestigio y responsabilidades. Has opinado con la convicción de los pocos hombres verdaderamente libres que quedan, en este país de pacatos y miedicas. A pesar de la leyenda, no te puedo considerar ‘enfant terrible’ ni provocador, tan solo valiente y apasionado. Un poco terrorista verbal, eso sí. Pero jamás vi una tontería en alguno de los escándalos que se armaron por tus opiniones, siempre una razón no por real menos contundente.
¡Qué pena que este escrito se publique! Querrá decir que no podré volver a verte explicando el último proyecto con la ilusión de un recién colegiado. Ni debatir con ingenio sobre aquello que a todos nos ofende pero no osamos decir. No habrá más esa referencia ‘bohiguiana’ que arrastran ya varias generaciones de profesionales que te hemos odiado, admirado, maldecido, alabado, envidiado, querido. Eres un personaje único que, por derecho propio, sin intención ególatra, ha ocupado tanto espacio que ha hecho estrecha la plaza. Un tapón omnipresente. Una mezcla apabullante de inteligencia y constancia, con ganas de construir. Eso tan escaso, el compromiso con la sociedad dialogando en búsqueda de nuevos horizontes.
Sí, me dará pena que se publique algún día este artículo, pero a lo mejor nunca verá la luz. Al paso que vamos, no sería de extrañar que yo palmase antes, y tú aún andases, a los 100 años, dando charlas, dirigiendo ateneos, apoyando a ‘okupas’, activando la república en tertulias y ’empaitant senyores’. No te mueras nunca Oriol. Para mí, nunca.