Como buen noucentista que era, a Oriol le interesaba más fortalecer y consolidar las Instituciones de la sociedad y del país que atender a sus miembros
Publicado en La Vanguardia el 2 de diciembre de 2021
En una de las comidas semanales en casa de nuestra madre, donde padres, hermanos y nietos mantenemos cuatro o cinco conversaciones simultáneas, Oriol soltó uno de sus exabruptos de ámbito familiar más solemnes: “Solo hay una cosa peor que tener hijos… (pausa dramática)… y es no tenerlos”.
He aquí un comentario suicida si se tiene en cuenta el carácter exaltado de todos los miembros de la familia, pero que contiene los ingredientes terapéuticos de una sinceridad exagerada y voluntariamente provocadora.
De entrada se trataba de un razonamiento con la estructura típica de su comportamiento dialéctico: un reproche y un elogio o, mejor todavía, un reproche elogioso, que deja en suspensión el signo del aforismo.
No es ninguna novedad que “cagar dubtes” o “tastar olletes” forman parte reconocida del talante abierto y polifacético del Oriol. Esta aptitud y curiosidad le han permitido navegar con cierta impunidad y solvencia por terrenos que no son estrictamente los suyos: la política, la edición, el arte, la crítica, la pedagogía… y también la familia. Así, la afirmación que, como quien no quiere la cosa, dejó flotando sobre el pollo al curry de mi madre, presenta la cuestión familiar de modo sorprendente, porque no parece reconocer su papel consciente de padre de cinco hijos.
Pero vayamos por partes. Como tantos otros padres de su generación, Oriol nunca ha sabido demasiado qué hacer con los niños. Nunca nadie le ha visto jugar ni cinco minutos con ningún nieto, ni ninguno de los hijos recuerda haber pasado un rato con él construyendo un castillo de arena, ni haciendo un dibujo, ni leyendo un cuento, ni yendo al parque… Y no es que no estuviera ahí, o que se desentendiera, es simplemente que esta dimensión de la paternidad nunca le interesó demasiado o nunca pensó que le correspondía atenderla. Lo que verdaderamente entusiasmaba a Oriol no eran los hijos, ni sus genéricas vicisitudes, sino la cautivadora energía de la Familia. Le animaba el revuelo continuo de una casa en permanente ebullición y llena de vida. Una familia numerosa donde abuelos, padres, hijos, nietos, amantes, amigos e hijos sobrevenidos determinan con sus conflictos y contradicciones el germen simbólico de la civilización y, por qué no, de la construcción nacional.
Y es que, como buen noucentista que era, a Oriol le interesaba más fortalecer y consolidar las Instituciones de la sociedad y del país que atender a sus miembros. Allí donde estuvo lo demostró con compromiso y solvencia. Para él fue mes importante la Universidad que los estudiantes, la Editorial que los libros, el Museo que las obras de arte, la Arquitectura que los edificios, el Ateneo que los ateneístas y, cómo no, también fue mucho más importante para él la Familia, o las familias que supo sabiamente conjugar, que no los hijos.
En cualquier caso, la provocadora afirmación de la comida necesitaba de una réplica razonada y exagerada, pero sobre todo inmediata (en casa, perder un segundo es perder el turno y el hilo de la conversación). La primera respuesta posible podía haber sido la de simetrizar la frase cambiando hijos por padre y, así, devolver la pelota a su campo: “Sólo hay una cosa peor que tener padre… y es no tener”.
Pero el significado perdía sentido del humor (algo fundamental para enfrentarte a Oriol dialécticamente) y se convertía en una especie de máxima dramática, centrada en la figura autoritaria y genérica de un padre que él nunca fue. Su autoridad, por mucho padre que fuera, derivaba ante todo de su condición de pilar específico de la estructura familiar y de las diversas estructuras institucionales que recreaba y representaba. Así, la segunda posibilidad de réplica a su aforismo pasaba por personalizarlo y cambiar hijos por su nombre: “Solo hay una cosa peor que tener a Oriol Bohigas… y es no tenerlo”.
De esta manera, la provocación familiar resonaba en otros ámbitos donde seguramente podríamos encontrar nuevos adeptos. Mucha gente que lo ha conocido, disfrutado y sufrido, piensa que además de “ cagadubtes” y “tastaolletes”, Oriol era un verdadero “torracollons”, que no se ha privado nunca de decir lo que quería, al margen de afinidades y consecuencias. Muchos a menudo recuerdan aquello de “contra Bohigas vivíamos mejor”, porque, aún habiendo soportado estoicamente sus andanadas, reconocen el papel fundamental que ha representado en el devenir cultural de la ciudad.
Tener a Oriol Bohigas como director de la Escuela de Arquitectura, Gerente de Urbanismo, Concejal de Cultura, Presidente de Edicions 62, del Ateneo o de la Fundació Miró… y tenerlo como padre ha sido inevitable. No tenerlo, en cambio, supondría recrear una ficción al estilo de la de la película lacrimógena Qué bello es vivir , para imaginar qué habría sido de nosotros sin él. Los hijos, por razones obvias, no estaríamos aquí. Pero, ¿y la ciudad? ¿En qué Barcelona viviríamos si Oriol no hubiera existido?
Las respuestas imaginarías pueden ser muchas, pero tiendo a pensar que cada día que pasa Oriol capitalizará muchas más cosas de las que hizo. Un reconocimiento merecido, que hará al hombre más homenot , pero que habrá que matizar, y significar las muchas magnificas personas que han estado a su lado y que han permitido ejecutar el marco referencial que Oriol proponía. Empezando por sus socios del estudio de arquitectura MBM ( Josep, David, Francesc y Oriol), que le cedieron el espacio para explorar su enorme talento y curiosidad, y acabando por las dos maravillosas mujeres de su vida ( Isabel y Beth) que le han permitido construir y disfrutar una vida familiar plena, acompañado de todos los que le aman y ahora ratifican que no hay nada peor que perder a Oriol Bohigas.