Los arquitectos Roldán + Berengué (AxA) han aprovechado las cualidades simbólicas de un edificio centenario para reafirmar la identidad de un barrio
Publicado en El Pais Babelia el 1 de febrero de 2020
La reconversión de un almacén textil en un conjunto de viviendas aúna patrimonio arquitectónico, vida de barrio y sostenibilidad.
El rescate es la versión mas profunda del reciclaje. Lo dota de urgencia y amplia su sentido al aplicarse a cuestiones no solo físicas. En arquitectura, los barrios y los edificios se rescatan o se transforman. A veces, la frontera entre estas dos intervenciones es esquiva, porque lo nuevo suele deslumbrar. Por eso es esencial que lo nuevo parta de la historia, de las marcas que traza el uso, cuando se busca recuperar en vez de rehacer. Actualizar los barrios implica responder a una pregunta clave: ¿para quién se construyen?
En el vecindario barcelonés de Sant Andreu, la trama densa de las calles respirar al llegar a los antiguos edificios fabriles que la empresa textil que nació como Fabra i Coats levantó a partir del siglo XIX. Junto a los almacenes de la antigua hilatura, aparecen espacios huecos reconvertidos ahora en zonas peatonales de encuentro y descanso. La convivencia en esos lugares se está rescatando. Y reinventando.
De la misma manera que la fábrica, que llegó a dar trabajo a más de 3.000 vecinos, nació de la unión de los empresarios catalanes Fabra y los ingleses Coats –la que supuso la primera inversión internacional en la industria catalana- , su nuevo-viejo urbanismo representa la unión cívica de la cultura, la calle y la vivienda. El Ayuntamiento de Barcelona enmarcó esa transformación, que incluye numerosas intervenciones en todo el territorio de la ciudad, en un programa que bautizó Fábricas de creación. Querían poner el pasado al servicio del futuro, hacer del reciclaje una política social y arquitectónica.
En ese marco, la nave que el equipo de arquitectos Roldán + Berengué ha transformado en 46 viviendas para jóvenes artistas ha pasado de tener dos pisos a organizarse en cuatro forjados de madera ensamblados en seco. La cubierta de teja árabe y la fachada, de ladrillo macizo, sí son las originales. No se trataba solo de conservar el patrimonio y reciclar materiales: su grosor de 45 centímetros las convierte en amortiguadores térmicos. Además, la nueva fachada interior de madera –con puertas de acceso a los pisos- mantiene la temperatura a 24 grados en verano y a 18 en invierno, de modo que se han ahorrado materiales y energía.
Sirviendo de acceso al edificio, una plaza interior comunica física y visualmente las cuatro nuevas plantas: des del vestíbulo hasta las cerchas de la cubierta. Esos espacios comunitarios conviven dentro y fuera del conjunto arquitectónico. En un extremo de la nave, los cuatro nuevos forjados desaparecen para dejar crecer los castillos de la Colla Castellera Jove, que entrena allí cada semana.
Los arquitectos Roldán + Berengué han aprovechado las cualidades simbólicas de un edificio centenario para reafirmar la identidad de un barrio, han rescatado huecos para esponjar la vida cotidiana del los nuevos vecinos y han recuperado los materiales para hacer más eficiente la construcción. Lejos de momificar el patrimonio, o de amenazarlo, esta intervención tan drástica como contenida lo dota de sentido social. Construir con respeto hacia el pasado y hacia el futuro no solo conserva el patrimonio arquitectónico, sino que también le añade los usos necesarios para resucitarlo.