Tras aplicar planes urbanísticos modélicos, la ciudad sucumbe ahora a la más desorbitada burbuja inmobiliaria
Publicado el jueves, 4 de septiembre de 2014 en EL PAÍS
Es curioso cómo estas dos ciudades lejanas tienen puntos en común, empezando por su relación con el mar y terminando por los paralelismos entre sus grandes eventos. Tras la Copa del Mundo de fútbol de este año (el mundial en España fue en el 1982), Río de Janeiro será la sede de los Juegos Olímpicos de 2016, cuando Barcelona realizó los suyos en 1992, definiendo una nueva manera urbana de afrontarlos, y Río, liderada por Sergio Magalhães, presidente del IAB (Instituto de Arquitetos do Brasil), acaba de ganarle a París y a Melbourne la realización del Congreso Internacional de la UIA (Unión Internacional de Arquitectos) para el 2020. Barcelona fue la sede del congreso de la UIA en 1996, con tanta afluencia de asistentes que casi muere de éxito.
La atención de Río de Janeiro por Barcelona viene de lejos, especialmente a partir de que el arquitecto Luiz Paulo Conde, apasionado conocedor de Barcelona, estuviera en el Ayuntamiento de Río, como arquitecto municipal con el alcalde César Maia desde 1993 y como alcalde entre 1997 y 2001. Entonces se lanzaron dos planes urbanos modélicos: uno, Rio Cidade, dedicado a la remodelación del espacio público e inspirado en Barcelona, con asesoramiento, entre otros, de Oriol Bohigas, Lluís Millet, Jordi Borja, Manuel de Forn y Manuel Herce; y el otro, no influenciado por Barcelona, Favela Bairro, que ha sido un hito planetario pionero en la renovación y mejora de los slums.
Favela Bairro tuvo continuidad en el programa nacional de los PAC (Programa de Aceleração do Crescimento), pero en el actual plan Morar Carioca, en parte debido a las grandes inversiones inmobiliarias y deportivas, ha quedado en casi nada.
Si hay similitudes también hay diferencias: la más evidente es la tan insuficiente estructura para el tráfico y el trasporte público en Río, que hipoteca su eficaz funcionamiento a causa de los escasos itinerarios existentes, sin metro para lugares estratégicos como el aeropuerto, las terminales marítimas o la gran universidad federal en la isla de Fundão, lo que convierte en alucinante que se planteen unos Juegos Olímpicos sin temor a un colapso total. Río parte de muy buenas condiciones climáticas y paisajísticas, pero ha hecho poco para hacerlas sostenibles y mantiene parte de la bahía gravemente contaminada. Su gran desafío sigue siendo ser una ciudad inclusiva y no fragmentada.
Y es que Brasil, y muy especialmente Río de Janeiro, es uno de los lugares donde la burbuja inmobiliaria, tal como sucede en las capitales de China y de los Emiratos Árabes, en Londres, Vancouver o Panamá, está totalmente desorbitada. Y, aunque parezca paradójico, con los gobiernos del PT (Partido de los Trabajadores) de Lula y Dilma Rousseff, el dominio de los intereses del mundo inmobiliario y financiero ha sido más voraz y se ha convertido en totalmente dominante y monopolista.
El papel de los arquitectos y los técnicos se empequeñece al lado de media docena de grandes empresas inmobiliarias e inversoras que lo deciden todo en Brasil: lugar, presupuestos, plazos, tipologías, formas, materiales. Antes había un partido crítico que vigilaba. Hoy este partido en el poder pacta directamente con los grandes agentes, sin crítica ni control. Es cierto, sin embargo, que cuando se demuestra un caso de corrupción, el político de turno no queda impune, como en España, y es obligado a dimitir y puede pasar una breve temporada en la cárcel.
Siguiendo con las diferencias entre Río y Barcelona, la ciudad carioca es consciente de que debe consolidar medidas para atenuar los grandes desequilibrios sociales y apaciguar las favelas, polvorín de conflictos, que vayan más allá de las medidas policiales de control. Por lo tanto, invierte en ayudas para reequilibrar. Por ejemplo, una parte de los impuestos que pagan los hoteles se invierte en proyectos de desarrollo económico solidario, para fomentar la artesanía, la creatividad y el aprendizaje entre los habitantes de las favelas, especialmente las mujeres. También en esto somos diferentes, ya que la pretendidamente opulenta Barcelona de Xavier Trias casi no invierte en cuestiones sociales y de reequilibrio, y dedica la tasa turística a promocionar aún más Barcelona y a financiar el circuito de carreras de Montmeló.
Y en lo que también Brasil y España se miran es en sus movimientos sociales. Si aquí aprendimos de sus líderes ecologistas, del Foro Social Mundial y de los presupuestos participativos, ahora ellos se fijan en fenómenos como los indignados del 15-M, la victoria de Podemos y la confluencia que lidera Guanyem Barcelona. En esto ya se han entrenado a fondo, consiguiendo en junio del año pasado que no subieran las tarifas del transporte público y potenciado ahora una amplia corriente, sin precedentes, de rechazo a la Copa del Mundo y a los Juegos Olímpicos. La frase “no nos representan”, dedicada a unos políticos a los que solo les interesa mantenerse en el poder, se va extendiendo entre la ciudadanía de ambas ciudades y países.
Foto portada extraida de Construyendo desde el conflicto | “Puesto de orientación urbanístico y social, en la favela de Campinho”