Publicat el 6 de març a El Periódico
Ahora lo llaman deconstruir. Lo de destruir tiene mala fama, pero el ser humano siempre ha sentido una irresistible atracción por cargarse cosas. Publicado el 6 de marzo en El Periódico
Ahora lo llaman deconstruir. Lo de destruir tiene mala fama, pero el ser humano siempre ha sentido una irresistible atracción por cargarse cosas. Cada uno tiene en mente algunos edificios que borraría ipso facto del mapa. A veces se trata de un derribo físico y otras veces metafísico. Nos irrita su altura, su fealdad o un uso indigno. Pero no nos engañemos, solo el poder tiene capacidad para derribar. El primer derribo punitivo fue el de la Torre de Babel, por arrogante. Pero el más significativo, la voladura con dinamita en 1972 de un barrio entero de viviendas, Pruitt-Igoe en San Luis (EEUU), considerada la sentencia de muerte de la arquitectura moderna. La fulminante caída de las Torres Gemelas de Nueva York ha sido el derribo simbólico por excelencia, perfecto en su siniestra lógica. Por cierto, ambas construcciones -barrio y torres- fueron obra del mismo arquitecto, Minoru Yamasaki, a quien para más inri ETA pretendía volar su torre Picasso de Madrid. Un gafe del derribo, vamos.
Por aquí un especialista en demoliciones patrimoniales ha sido la inefable constructora (sic) Núñez y Navarro. Pero nuestro propio ayuntamiento ha ejercido también históricamente derribos polémicos, como los chiringuitos de la Barceloneta o naves industriales del Poblenou. También se automutiló unas cuantas plantas de su sede institucional en Ciutat Vella, en un acto más demagógico que conveniente. Y ahora se explaya popularmente con el maldito anillo de las Glòries.
Entendemos la demolición del hotel de la playa del Algarrobico como un triunfo del sentido común, pero la del barrio del Cabanyal en Valencia como una salvajada. En realidad, nada se crea o se destruye, todo va cambiando de forma, pero los átomos son los mismos en esta locura creativa del mundo. Por cierto, ¿qué edificio le gustaría erigir? ¿A que resulta mucho más difícil? Pues eso.
Cada uno tiene en mente algunos edificios que borraría ipso facto del mapa. A veces se trata de un derribo físico y otras veces metafísico. Nos irrita su altura, su fealdad o un uso indigno. Pero no nos engañemos, solo el poder tiene capacidad para derribar. El primer derribo punitivo fue el de la Torre de Babel, por arrogante. Pero el más significativo, la voladura con dinamita en 1972 de un barrio entero de viviendas, Pruitt-Igoe en San Luis (EEUU), considerada la sentencia de muerte de la arquitectura moderna. La fulminante caída de las Torres Gemelas de Nueva York ha sido el derribo simbólico por excelencia, perfecto en su siniestra lógica. Por cierto, ambas construcciones -barrio y torres- fueron obra del mismo arquitecto, Minoru Yamasaki, a quien para más inri ETA pretendía volar su torre Picasso de Madrid. Un gafe del derribo, vamos.
Por aquí un especialista en demoliciones patrimoniales ha sido la inefable constructora (sic) Núñez y Navarro. Pero nuestro propio ayuntamiento ha ejercido también históricamente derribos polémicos, como los chiringuitos de la Barceloneta o naves industriales del Poblenou. También se automutiló unas cuantas plantas de su sede institucional en Ciutat Vella, en un acto más demagógico que conveniente. Y ahora se explaya popularmente con el maldito anillo de las Glòries.
Entendemos la demolición del hotel de la playa del Algarrobico como un triunfo del sentido común, pero la del barrio del Cabanyal en Valencia como una salvajada. En realidad, nada se crea o se destruye, todo va cambiando de forma, pero los átomos son los mismos en esta locura creativa del mundo. Por cierto, ¿qué edificio le gustaría erigir? ¿A que resulta mucho más difícil? Pues eso.