ARQUITECTURES ESCRITES |Moisés Gallego (AXA)

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LA DESAPARICIÓN DE BUENAS ARQUITECTURAS

2020

Una de las conclusiones económicas de la globalización a nivel casero es que las clases medias van perdiendo poder adquisitivo a una velocidad preocupante, en tanto que otras clases llamadas emergentes crecen en niveles económicos digamos desproporcionados. El resultado es que se generan unas desigualdades socialmente inexplicables. Para lo que nos ocupa es que esta circunstancia tiene sus reflejos en el mundo de la arquitectura, y el motivo es que algunas casas de gran valor arquitectónico son compradas por estos personajes para derribarlas y hacerse otras que reflejen su reciente poderío económico alcanzado.

Esto pasó con la casa que Gordon Bunschtaf, arquitecto y premio Priztker el año 1988,  que con su mujer construyó una vivienda de planta baja en un amplio solar con vistas al lago Georgica, en East Hampton, Long Island, resultando una joya de casa racionalista que no se dio a conocer lo suficiente en los medios de publicación especializados por un exceso de privacidad personal. La casa se fue poblando de obras de arte en esculturas y pinturas que el personaje fue coleccionando a lo largo de su vida. Allí vivió feliz el matrimonio hasta la muerte del arquitecto. Su mujer, en reconocimiento a la personalidad y en recuerdo de su marido, abandonó la casa y  optó por donarla con sus enseres al MOMA de NY, entidad que aceptó de muy buen grado la oferta por el interés de la colección de arte que contenía. Pasado un tiempo, y ante la imposibilidad de mantener el edificio sin un uso lógico para ellos, la entidad optó por venderla a una persona versada en arte con la condición de mantener el edificio en su estado original.

Esta así lo hizo hasta que de mayor la cedió a su hija sin mantener la condición con la que ella adquirió la casa. El resultado inmediato es que la vivienda acabó vendiéndose al mejor postor, el cual optó por derribar lo existente y hacerse una nueva. Parece ser que entidades culturales conocedoras de esta intención preguntaron al nuevo propietario el por qué derribar esa casa. Su respuesta no dejó lugar a dudas. Dijo: la casa no está catalogada y yo lo que he comprado es un magnífico solar amplio y con vistas al lago.

Eso mismo le pasó al arquitecto Charles Moore con la primera casa que, en forma de cabaña sin tabiquería resuelta como un ”loft”,  proyectó y llevó a cabo en una urbanización de cierto rango, que desde el punto de vista arquitectónico fue muy celebrada, recogiéndose en numerosos libros de arquitectura y revistas especializadas. El arquitecto incansable en la práctica docente gustaba de cambiar de universidad cada cierto tiempo, utilizando el vasto panorama americano y en cada ocasión procedía a vender la casa que había levantado para acomodarse en otro estado. Así ocurrió con esta vivienda. Al comprador, como en el caso anterior, le intereso más el solar que no lo que contenía y la casa fue derruida sin contemplaciones.

Más cerca de nuestras latitudes también se está dando este fenómeno, una preciosa casa de líneas modernas proyectada por Alejandro de la Sota estaba ubicada en una urbanización cercana al circuito del Jarama. El propietario era el Sr. Guzman, ingeniero aeronáutico que se la encargó por la afinidad que sentía por su obra. El solar era el típico de las urbanizaciones extensivas con una superficie donde la vivienda de una planta más media planta sótano cabía holgadamente en el terreno,  además de tener una piscina en el jardín. La casa fue utilizada en vacaciones y fines de semana por la familia e hijos, e incluso fue residencia permanente en la edad de jubilación del propietario. A su muerte y ante la imposibilidad de dividir la casa entre sus herederos, estos optaron por vender la casa al mejor postor sin poner las condiciones deseables de respetar lo existente. Al mangante o magnate comprador, no sé ahora como se dice, lo que más le interesaba de la operación era el solar y poner allí una casa que tuviera “empaque” de esas que ha visto en revistas especializadas y que caracteriza a cierta clase social con la que gustaba emparentar. Nosotros, los arquitectos, cada vez que desaparece alguna de estas obras sentimos un dolor semejante al abandono de un ser querido, que vamos a hacerle, somos así y sabemos que no hay nada que frene esta absurda locura.

Ahora el tema de la sostenibilidad ha aportado un nuevo argumento que precisa al menos escamparlo a los cuatro vientos. El texto consiste en concienciar a la sociedad sobre la barbaridad que implica comprar una casa para derribarla y hacer otra. Operación que genera un cuantioso volumen de escombros que cada día cuesta más llevarlo a depósitos autorizados, ya que a su vez cada día quedan menos recintos para recibirlo. Energía desaprovechada a la que hay que sumar la generada en la producción de nuevos materiales, y esto antes no pasaba.

Fin, “punto pelota”, eso mismo es lo que me dicen muchos compañeros cuando tras una exposición inverosímil con un final desconcertante no aciertan a terminarlo.