El próximo 19 de mayo, David Chipperfield inaugura en Londres, su ciudad, la intervención en la Royal Academy.
Publicat el divendres 11 de maig de 2018 al Diari El Mundo / INMACULADA MALUENDA / ENRIQUE ENCABO
Instituciones y museos de repercusión internacional señalan a este arquitecto y su oficina como una de las más influyentes en el contexto contemporáneo. Retos que, sin embargo, se equilibran con un propó- sito personal que ha llevado al británico a poner en marcha una fundación para promover el desarrollo productivo y el bienestar social en la Ría de Arosa.
No parece haber nadie en la casa, pero el ruido del oleaje nos conduce a un salón que asoma, de lado a lado, a la ensenada. Frente a él, unamesa y un papel anuncian a nuestro anfitrión, que se materializa al instante. Como suele ocurrir con las residencias privadas de los arquitectos,la de David Chipperfield (Londres, 1953) en Corrubedo es, en cierta medida, un autorretrato. Desvela un notable esfuerzo en hacerse visible solo cuando es preciso, sea mediante un buen suelo o vistas generosas al paisaje. Esa naturalidad, que se extiende a su discurso, explica el consenso que recae sobre Chipperfield como arquitecto global.
Con proyectos enlugares tan dispares como México, Japón o Inglaterra (dondeinaugura el 19 de mayo su reforma en la londinense Royal Academy), también España (Madrid, Barcelona, Teruel y Valencia) cuenta con edificios de su firma. Su última obra en nuestro país no es, sin embargo, física. A finales de 2017, el arquitecto puso en marcha la Fundación RIA (Red de Innovación de Arosa), centrada en preservar y mejorar las condiciones socioeconómicas y naturales de un territorio que Chipperfield siente, cada vez más, como propio: “Es un reconocimiento del porqué durante los últimos 25 años hemos venido cada año desde una metrópoli como Londres –con sus ventajas, potencial y privilegios– a este lugar que, siendo aparentemente opuesto, tanto disfrutamos. Ni es turístico ni tiene asociaciones pintorescas o románticas, pero sus cualidades son únicas”.
Pregunta.– ¿Entiende su fundación como una oportunidad para desarrollar facetas que no estén relacionadas directamente con el diseño?
Respuesta.– La arquitectura no debería ser la expresión egoísta del genio individual del arquitecto. Si lo es, se obtiene algo como la Ciudad de la Cultura en Santiago. Ese fue el inicio de una conversación con Alberto Núñez Feijoó, presidente de la Xunta, quien me consultó qué podíamos hacer con ese conjunto. No tenía respuesta, pero sí una idea: quería trabajar en la Ría de Arosa. Resulta paradójico que en esta zona coexistan las ciudades más feas en la localización más bella. La singularidad de Galicia responde a una relación triangular entre naturaleza, economía y sociedad: no es posible reflexionar sobre el entorno construido sin pensar en lo natural, que aquí no es tan solo un paraje, sino también un modo de vida, un paisaje cultural.
»A través de la Fundación queremos afrontar problemas de naturaleza urbana, como la gran cantidad de casas vacías que hay en algunos cascos, la excesiva dependencia del coche o el aislamiento progresivo de algunos pueblos del mar, generado por las áreas industriales delos puertos. Y también promover el fortalecimiento de la economía a través de actividades como la pesca y la agricultura, para que los jóvenes permanezcan en este lugar. Aquí, el papel del arquitecto se desplaza de alguien que diseña ventanas y fachadas a determinar qué es lo importante para la comunidad: el espacio público, el aspecto y la cohesión de las calles, las actividades y el comercio y, finalmente,la arquitectura son los parámetros que construyen su identidad, no otros más superficiales.Necesitamos centrarnos en los fundamentos.
P.– Con el tiempo, su trabajo se ha aproximado cada vez más al clasicismo. ¿Esos fundamentos responden también al lenguaje?
R.– En último término, el lenguaje es algo que no se puede evitar. En una escala relativamente pequeña, como la de esta casa, tal vez sea posible. Pero, conforme nos acercamos a la gran escala, se vuelve más importante proyectar una imagen representativa. El Movimiento Moderno, en su oposición al lenguaje, mostró ciertas limitaciones. Hacer algo puro y abstracto podía ser realmente emocionante, pero la gente no sabía muy bien cómo relacionarse con ello. El lenguaje moderno ha obtenido gran parte de su energía al separarse dela tradición, pero perdió impulso una vez superó ese estadio. Existe la necesidad de leer la arquitectura, de entenderla. No se trata solamente de tener una experiencia en su interior, sino también desde el exterior, como sucede, por ejemplo, en la galería James Simon, dela Isla delosMuseos de Berlín, o en el museo de Marbach (Alemania). Más que aproximarnos al clasicismo, hemos querido exagerar el espacio existente entre lo público y lo privado. Los espacios más ricos de la arquitectura son aquellos enlos que se produce el tránsito entre la calle y el edificio, la relación entre interior y exterior.
P.– En sus inicios le calificaron de “agresivamente moderno”. De ahí a ese interés por la tradición hay un largo trecho…
R.– En cierta medida, no es tan diferente. La arquitectura es quizá la más humanista delas artes, en caso de que la arquitectura sea un arte. Porque no existe de manera independiente ala sociedad.
P.– ¿No cree quela arquitectura sea un arte?
R.– En absoluto. Los arquitectos tenemos ideas de carácter artístico pero no somos artistas. El artista no tiene responsabilidades, sólo consigomismo; el arquitecto sí, tanto con quienes realizan los encargos como con los que van a disfrutarlos.
P.– ¿Cuál debería ser, entonces, el papel de la experimentación en arquitectura?
R.– Es una buena pregunta. Tiene que existir cierta experimentación, no creo que podamos apoyarnos únicamente en la tradición; pero es necesario admitir que nuestra disciplina ya no se encuentra a la vanguardia de las innovaciones sociales de calado. Las casas de Le Corbusier de la década de 1920 eran monumentos a la modernidad, aunque se construían con ladrillos. Más que innovación real, eran promesas de innovación. » Una ciudad como Londres muestra cómo los desarrollos de las últimas dos décadas han sido profundamente retrógrados. En la de 1960 sí que se logró innovar con proyectos de vivienda social como Robin Hood Gardens o el Barbican Centre, pero ya no se llevan a cabo planteamientos así, sino arquitecturas perezosas, sin riesgo ni perspectiva social. Hemos cambiado el concepto de innovación por algo bastante más débil. Creo que las generaciones más jóvenes, alejadas de esa arquitectura de la especulación, se están volviendo más responsables. Aunque realicen proyectos más peque- ños, se hacen preguntas más profundas.
P.– El 19 de mayo inaugura su reforma dela RoyalAcademy of Arts en Londres. En comparación con otros lugares, ha trabajado relativamente poco en su ciudad.
R.–Nunca hemos tenido demasiadas oportunidades en Inglaterra y no creo que nadie las tenga hoy en arquitectura pública. El panorama del Brexit resulta un tanto deprimente. Londres, como comentaba, está dominada porla arquitectura de la especulación. La Royal Academy es, por supuesto, un gran proyecto, aunque su escala es más bien pequeña. Se compone de muchas actuaciones menores, pero es responsable y sutil. Transcurrido un plazo de unos cinco años, tras la novedad, nadie se percatará delo que hemos hecho allí.
P.– ¿Qué supondrá para la institución?
R.– Creo que la Royal Academy se va a convertir en un lugar más dinámico. Hemos creado una nueva entrada al norte del conjunto para acceder directamente desde la calle, por Bond Street. También aparece por vez primera un auditorio y podrán verse los talleres. Es como si hubiésemos levantado una piedra y descubierto un montón de tesoros que habían permanecido ocultos.
P.– Es el último de una larga lista de museos en su trayectoria, desde Shanghai aMéxico. ¿En qué han cambiado estos centros?
R.– Los museos han adoptado por obligación, y también voluntariamente, mayores responsabilidades sociales. Primero, por un deseo honesto de llegar a un público más amplio, lo que conduce al segundo motivo, más práctico: el éxito se mide en el número de visitantes y justifica la necesidad demás fondos, más dinero. En esa preocupación por estar más conectados, los museos han dejado de ser lugares en los que solo se admira belleza para convertirse en espacios que incitan a la comprensión. El caso específico de los centros de arte contemporáneo es muy interesante.Ya no se trata de colgar obras de una pared, sino de debatir sobre conceptos e ideas, en su mayoría de corte social. Son instituciones cada vezmás dinámicas, que organizan continuamente eventos, performances… Los entiendo como puntos de encuentro. Al habernos vuelto menos religiosos, quizá el papel de las iglesias como lugar de iluminación lo hayan adoptado hoy los museos.
P.– Como en muchos otros de sus proyectos, aquí trabaja sobre un edificio preexistente. ¿De qué forma coexisten el arquitecto de obra nueva y el que dialoga con el pasado?
R.– No lo veo como dos facetas tan diferentes. Las responsabilidades son similares.En nuestro caso, podría explicarlo gráficamente: en un extremo, estaría la intervención en la Galería Nacional de Mies van der Rohe en Berlín donde, más que cambios significativos, estamos reparando el edificio. A medida que nos alejamos, estaría la James Simon Galerie, la Royal Academy, etc., y, al otro extremo, el proyecto Veles i Vents de Valencia. Es decir, vamos desde la carencia de contexto a proyectos en los que el contexto lo es todo.
P.– ¿Se siente libre con este tipo de restricciones?
R.– Uno encuentra otro tipo de libertad. La pelea no es formal, sino intelectual. Proteger adecuadamente un edificio de Mies, por ejemplo, no implica imitarlo. Si queremos que siga siendo Miesctenemoscquecafrontar el desafío de que los aspectos técnicos queden equilibrados por los culturales. Si lo conseguimos, quizá sea nuestro proyecto más importante en Berlín, aunque nadie sabrá nunca, en realidad, lo que hemos hecho. P.–Museos, viviendas de alto standing o tiendas para diseñadores, como Miyake o Valentino, son proyectos de cierta exclusividad. ¿Es la suya una arquitectura del lujo? R.– Lo que sucede, cada vez más, es que los arquitectos nos estamos volviendo un lujo porque añadimos valor a lo que hacemos. Si no lo logramos, carecemos de propósito en un mercado como el actual. Antes solíamos trabajar para la sociedad, pero hoy trabajamos para el dinero. Quizá esta sea la principal razón por la que los museos son tan importantes para nosotros; somos capaces de añadirles valor, pero desde un enfoque profesional más satisfactorio.
P.– Encargos en todo el mundo, oficinas en cuatro países, prestigio y reconocimiento social. ¿Qué mas puede ofrecerle la arquitectura?
R.– Todavía me quedan desafíos por alcanzar. Siempre he querido compaginar el hacer buenos edificios con lograr contribuir a la sociedad, como esperamos con el trabajo en la Fundación RIA. Me gustaría mantener el equilibrio entre las dos situaciones.
»En este momento, creo que los retos de la arquitectura son de carácter mucho más social. Necesitamos gente que haga vivienda social relevante. De la misma manera que necesitamos lugares que nos hagan sentir mejor.