A propósito de David Chipperfield, premio Pritzker 2022
Publicado en Valencia City en marzo de 2023
La crítica gastronómica define elogiosamente al Bar do Porto situado en Corrubedo a las puertas de la ría de Arousa como un «bar de toda la vida». Se trata de un local renovado treinta años después de su cierre en los años 90, abierto a una terraza de verano orientada al primer sol y a un pequeño puerto al océano. Entre agua y taberna se interpone el umbral de acceso, señalado con dos escalones de mármol y una carpintería roja de guillotina que soporta una tipografía desconcertante, sangrada en todo el ancho del local en la tarja superior de su ventanal.
En el interior, piezas de granito de gran tamaño y juntas prominentes contraponen su rugosidad al pulido de la entrada, a la barra cerámica y al techo de madera blanca, rayada y paralela al mar. El mobiliario cualifica distintos espacios con muy poco, dirigiendo la mirada al paisaje para degustar la calidad de la materia prima ofrecida en la taberna. Con esa consistencia y arraigo, acompañados de una cubertería sencilla y contemporánea, se disfruta de la creatividad sin estridencias de sus platos.
Detrás de la segunda vida de esta taberna de puerto, situada bajo su vivienda, está el arquitecto David Chipperfield, quien acaba de recibir el premio Pritzker 2022, popularmente conocido como el Nobel de la arquitectura, otorgado por la fundación Hyatt y con un curioso inicio ligado a los hoteles americanos. El jurado subraya, como si describiera no solo el Bar do Porto sino también su propio menú, «las cualidades del talento, visión y compromiso que han producido contribuciones significantes para las personas y el entorno construido a través del arte de la arquitectura».
La cita resitúa la arquitectura como un arte social, arraigado en su entorno físico y en el que la originalidad se entiende desde el origen y no desde la ocurrencia. Interpreta el pasado para proyectarlo al futuro sin necesidad de eslóganes, manifiestos o etiquetas, probablemente estímulos de algún galardón anterior. Su trabajo se extiende por todo el mundo con despliegue de talento y sensibilidad a los nuevos escenarios contemporáneos, antes que desde la ambición de una franquicia multinacional. Es el galardón más unánime.
La obra de Chipperfield es rigurosa y consistente, y como este reconocimiento, pertinente. Proyectos tan relevantes como la isla de los museos en Berlín dialogan con la historia trágica de Alemania, con la arquitectura clásica de Schinkel e incluso con la mismísima Nefertiti que allí se encuentra, rodeada de una luz misteriosa y un trabajo preciso y silencioso de las salas que la acogen y rodean, tratadas desde la más sobria contemporaneidad, capaces de revivir y reinterpretar en museo una ruina.
A pocos minutos de allí la excelsa renovación del templo del más riguroso de los maestros del movimiento moderno, la Neues Gallery de Mies van der Rohe, ejemplifica el vínculo con aquella modernidad, revisitada de su mano y que algunos dan por erradicada. No han muerto ni la Historia, ni la Arquitectura, pese al oxímoron de la inteligencia artificial.
También obras fundacionales como el edificio Rolex de Nueva York, la casa de la cultura de Zurich, el edificio Amorepacific de Seoul, el museo Jumex de México o las torres de vivienda Hoxton en Londres parecen reivindicar silenciosamente la cualidad de objetos concebidos y realizados con oficio y sentido común. Sí, «objetos», palabra proscrita frente a la preponderancia de los procesos o la omnipresencia de las disciplinas perimetrales que convierten a los arquitectos en conversadores, salvo cuando se saben rodear de colaboradores y de un compromiso profundo como el que Chipperfield ha sabido tejer en el caso de la fundación RIA de Galicia para la revalorización del territorio.
Junto a otro puerto, en nuestra ciudad, tenemos la suerte de contar con una de estas piezas afortunadas; una serie de terrazas que parecen deslizarse entre les veles i vents del mediterráneo desde una proeza técnica silenciada. Es nuestro mejor Pritzker en la Comunidad Valenciana, el tercero tras el aulario de Siza y el Palacio de Congresos de Foster, obra en palabras de la presidenta del jurado (tal vez no tan erradas) «de Copperfield».
Su magia no ha pasado nunca desapercibida para la crítica y así, apenas hace tres meses el periodista Llàtzer Moix en la presentación en el Colegio de Arquitectos de Valencia de su libro Palabra de Prizker, un compendio de maravillosos diálogos con 23 premiados, respondía a la pregunta de quién merecía el premio que no lo hubiera recibido todavía con un indubitable: Chipperfield.
Crítica arquitectónica, y gastronómica, coinciden, como si en la terraza del bar do Porto estuviéramos disfrutando de sus mejores jurelitos, mirando al mar en el umbral de su terraza, asidos a la delicadeza de unos cubiertos de Santiago diseñados con talento por el último y más merecido de los premios Pritzker.
*Alberto Peñín Llobel es arquitecto y Catedrático de Proyectos Arquitectónicos de la Universitat Politècnica de Catalunya