El arquitecto que mayor atención dedicó a la vivienda propuso, hace casi un siglo, una fórmula que hoy parece una panacea: casa de campo para hombre de ciudad
Publicado en El País el 21 de junio
Casa de campo para hombre de ciudad. Así describía su contribución a la arquitectura doméstica el que aspiraba a ser “no el mejor arquitecto norteamericano, sino el mejor arquitecto que jamás existirá”, como dejó escrito en una de sus autobiografías. Autor de más de 400 viviendas y de, por lo menos, tres filosofías, técnicas y prácticas constructivas domésticas revolucionarias, Frank Lloyd Wright (1867-1959) hizo lo contrario de lo que hacen la gran mayoría de arquitectos de éxito: cada vez construyó más casas. Y cada vez las simplificó más.
Aun así, su capacidad para reinventar (y reinventarse), su apasionada dedicación a la arquitectura y su inquebrantable fe en sí mismo lo hicieron desplegarse en numerosos frentes. Todos los desarrolló con acierto. Algunos de ellos han transformado la idea de vivienda. Y la manera de vivir. Aunque durante años la densidad urbana era la propuesta favorita de los urbanistas. La proliferación de urbes de menor tamaño daría mejor respuesta a los déficits domésticos detectados tras el confinamiento. Wright lo vio. Su primera aportación seria a la historia de la arquitectura y de la vivienda fueron las casas de la pradera, las Prairie Homes.
Crecido en Wisconsin e instalado en el Loop de Chicago, Wright participó de la emigración hacia el extrarradio, es decir, en la expansión del núcleo floreciente de Chicago. Oak Park, donde construyó su casa e instaló su estudio a finales del siglo XIX, pasó en una década de 4.000 a 18.000 habitantes. Allí levantó 23 casas y el Unity Temple, hoy patrimonio de la Unesco. Las casas las encargaban vecinos que llevaban sus hijos a la guardería que Kitty, su primera mujer, instaló en su casa. Las mujeres eran sus clientas. De nuevo, al contrario que la mayoría de los arquitectos, Wright no hacía ascos a ningún tipo de publicación. Comenzó a publicar sus viviendas en el Ladies Home Journal. La clave: “Una casa pequeña con mucho espacio”.
Fueron también las mujeres las que querían casas abiertas, bien iluminadas, con cocinas integradas —y no segregadas— con cuartos de juego para sus hijos. Una vida sencilla pero cómoda. Una construcción no barata, pero sí posible. Una idea rompedora con un corazón —la chimenea como centro del hogar— legendario. Eran casas pequeño-burguesas en las que se respiraba lujo. Más allá de Oak Park, el arquitecto levantó siete viviendas en otro suburbio de Chicago, River Forest y también un Club de Golf.
De las 45 casas de la pradera, 30 no fueron construidas en la pradera, sino en barrios suburbanos. En esas viviendas el lujo no era lo superfluo: eran los voladizos que daban sombra e impedían que la lluvia salpicara los cristales, era la doble altura de la sala estar. Las de Wright eran casas burguesas que se sentían progresistas. Kenneth Frampton las describió así: una mediación ante el capitalismo inhumano y un muro ante el comunismo revolucionario.
En las casas de la Pradera de Wright el énfasis está en el horizonte. Y la unidad familiar individual convive con la continuidad de la ciudad. Las proporciones aplanadas no quieren molestar. La planta semiabierta busca no dejar a nadie fuera. Allí hay pocos pero grandes espacios. Y están comunicados porque hasta los muebles están tratados como elementos arquitectónicos que distancian sin separar. Hay luz cruzada, perimetral, es cierto, pero también la hay cenital. Las claraboyas llevan luz donde no llega la perimetral.
Con todo, Wright se cansó de la vida de barrio. Regresó a Spring Green, Wisconsin, a hacerse una casa donde había sido feliz tras haber cambiado Chicago. Después de diseñar Broad Acre City, sobre 1934, se fue a vivir al desierto. A empezar de nuevo. Como si una cosa fuera la arquitectura y otra fuera la vida. Empezar de nuevo es una manera trabajosa de no afrontar el final.
La primera vez que Wright cambió su idea de casa —una vez la tuvo— fue con 42 años. Estaba aburrido de la vida familiar. Había logrado hacerse un nombre. Construir distinto. Tenía seis hijos y se enamoró. La infidelidad no rompió su círculo. No vamos a entrar aquí en lo que hubiera pasado si hubiera sido mujer porque es pura especulación: habría sido imposible conseguir tanto siendo mujer. El caso es que cansado de repetir la fórmula de voladizos y espacios abiertos en las casas de la pradera y tras regresar a Wisconsin y sufrir un trauma —la muerte de su amante asesinada—, Wright renació de las cenizas con una propuesta para construir con lo más barato del mercado: bloques de hormigón.
Sin sótano, agujereados para colocar el hierro que los sujetaría y decorados. Sin relación con el lugar ni con la naturaleza, los cuatro (en realidad cinco) ejemplos de viviendas levantadas con bloques de hormigón en California descubren a otro arquitecto. No el último ni el penúltimo Wright: estaban por llegar la casa de la Cascada, el Guggenheim y las viviendas Usonianas. Estas últimas eran las viviendas democráticas que se había pasado toda la vida buscando. Quedan para un próximo post sobre el arquitecto que más casas hizo y que se mantendrá siempre actual porque no sé cansó de reinventarse, no caprichosamente, para tratar de mejorar la vivienda. Fue así como Wright, actual y decimonónico, naturalista y urbano, escapó cualquier definición.