Profesor legendario de la ETSAB y uno de los profesionales más apreciados del gremio arquitectónico barcelonés, ha fallecido este lunes a los 96 años
Publicado en La Vanguardia el 19 de octubre de 2020
Federico Correa, coautor de la ordenación del Anillo Olímpico de Montjuic, profesor legendario de la ETSAB y uno de los profesionales más apreciados del gremio arquitectónico barcelonés, ha fallecido este lunes, poco antes de las cinco de la tarde, en su domicilio de paseo de Gràcia, a la edad de 96 años.
Federico Correa Ruíz concibió la arquitectura como “un servicio a la sociedad” -“si no lo es, es deleznable”, apostillaba- y dedicó largos y fecundos años a la docencia en la ETSAB, donde se convirtió en un profesor mítico, “por conciencia cívica”. Así lo indicó a “La Vanguardia” en octubre de 2008, cuando fue investido doctor honoris causa en la Universitat Ramon Llull. Esta vocación de servicio no casaba, a primera vista, con su porte de dandy siempre bronceado, elegante y perfectamente conjuntado, aún cuando usaba camisas de color butano o guantes de cabritilla color turquesa. Pero fue la que le guió durante su larga vida profesional.
Nacido en Barcelona en 1924 y fallecido ayer, Federico Correa ha sido una figura arquitectónica singular. Pasó años de infancia en Filipinas. Y pasó dos años en el Reino Unido durante la guerra civil, siendo un adolescente, lo que le permitió dominar el inglés cuando aquí lo hablaban pocos. De vuelta en su ciudad, inició estudios en una gris ETSAB, con pocos profesores memorables, entre ellos Jujol y Ràfols. Junto a su viejo compañero de los jesuitas –y futuro socio de por vida- Alfonso Milà entendió que la enseñanza era allí reaccionaria y decidieron postularse como empleados en el estudio de Coderch de Sentmenat, que les aceptó y con el que colaboraron en las célebres Viviendas de la Barceloneta. A través de Coderch conoció a maestros italianos como Ernesto Rogers, Franco Albini e Ignazio Gardela, con los que ampliaría su agenda internacional y su condición cosmopolita, alimentada desde su juventud con una reveladora suscripción a la revista Architectural Forum, otra singularidad bajo el franquismo.
La obra de Correa junto a Milà se inicia en Cadaqués, con piezas como la Casa Villavecchia (1955), donde la renovación de lo autóctono con criterios de modernidad daría la pauta para la respetuosa y refrescante línea arquitectónica que distingue dicha localidad costera. En los 60 y los 70, Correa y Milà produjeron obras de interiorismo, entre ellas decenas de oficinas para Olivetti; y también otras que son ya clásicos, todavía en activo, como los restaurantes Flash-Flash e Il Giardinetto. En 1972 terminaron su mayor edificio, la Torre Atalaya en la Diagonal de Barcelona. Y en 1981 firmaron el proyecto de reforma de la plaza Reial.
En 1984, junto a sus colegas Margarit y Buxadé, Correa y Milà ganaron el concurso para la ordenación del Anillo Olímpico de Montjuic, “punto álgido de mi carrera”, según sus propias palabras. Luego participarían también en la reforma del Estadio Olímpico. Esta carrera tendría otros hitos relevantes, como la sede de la Diputació de Barcelona, donde en un delicado ejercicio volumétrico y contextual, integraron en su obra parte de la casa Serra de Puig y Cadafalch: un afortunado ejercicio de modernidad que no ignora la historia. En 2002, Correa y Milà pusieron broche a su carrera con la inauguración del Museo Episcopal de Vic.
Federico Correa ha sido un dibujante excepcional, capaz de dibujar directamente sus proyectos en perspectiva, con los detalles de acabados, o de firmar delicados retratos con lápices de colores. Y ha sido, además, uno de los profesores míticos para dos o tres generaciones de alumnos de la Etsab, donde dio clases desde 1959 como profesor de composición, hasta que en 1966 fue expulsado por sus actividades críticas ante el régimen franquista junto a decenas de docentes. En 1977 –tras aprovechar su forzado apartamiento para cofundar la escuela de diseño Eina o ser uno de los impulsores de la revista Arquitectura-Bis- se reintegró ya como catedrático de proyectos en su facultad, donde permaneció hasta su jubilación en 1990. Fueron célebres sus ejercicios –dibujar un banco, un armario, una habitación de estudiante y el vestíbulo de una residencia- con los que, curso a curso, quiso despertar en sus alumnos “una racionalidad autónoma” que les enseñara a elegir emplazamientos, definir necesidades, redactar programas de uso y seleccionar materiales y, al fin, llegar a una forma.