Donde antes había elegancia y funcionalidad, ahora hay mal gusto
Si Ildefons Cerdà levantara la cabeza y observara su Eixample le daría un pasmo. Cuesta entender por qué Ada Colau ha convertido uno de los distritos más bonitos de Barcelona en un paradigma urbano del feísmo. Hay bolardos de hierro por todas partes. Hay bloques de cemento parcelando chaflanes. Hay carriles peatonales por donde nunca pasea nadie. Hay carriles bici metidos con calzador que estrangulan el tráfico y desafían las estadísticas de siniestralidad en los cruces.
Donde antes había elegancia y funcionalidad, ahora hay mal gusto. Vayas a pie o en coche, no dejas de preguntarte qué sentido tienen todas esas obras sobre la trama urbana que ha hecho ejecutar la alcaldesa con la excusa de la pandemia. La humanización de la ciudad, necesaria sin duda y que encaja en una tendencia europea, no pasa por unas medidas extremas operadas desde la improvisación. ¿Cuál era el plan, alcaldesa? ¿Y cuál la estrategia? Cualquiera diría que a nuestros regidores no les gusta su ciudad, al menos no como a sus colegas de Londres, París o Lisboa. Me gustaría equivocarme porque es Barcelona la ciudad de mis amores. La quiero como era. Colau también la quiere, pero para cambiarla.
Colau ha impuesto el feísmo en el Eixample con el objetivo último de ahogar a los coches
Este jueves el arquitecto Oscar Tusquets publicó en este diario un artículo magnífico que les aconsejo que recuperen si no pudieron leerlo. Tusquets escribía una singular necrológica del plan Cerdà. Hablaba de la neutralidad de la trama del Eixample, la razón de ser de la transformación que operó Cerdà en el corazón de Barcelona, y de cómo el equipo de Colau se lo está cargando con sus intervenciones. A estas se refería Tusquets como “ocurrencias”.
Comparto desde la primera a la última letra la indignación que destilaba el artículo del arquitecto. No es que Tusquets o servidora estemos en contra de las supermanzanas, ni de pacificar el tráfico, ni de las zonas 30, ni de los carriles bici. A lo que somos absolutamente contrarios es al abandono de la racionalidad, del sentido común y del buen gusto. Y en esas está Ada Colau, imponiendo una especie de dictadura de la bici, peatonalizaciones donde no son necesarias o abriendo pretendidas aceras que nunca harán esa función porque ya disponemos de unas fantásticas aceras por las que pasear y en las que nunca ha habido problemas de espacio, ni con los rigores de la pandemia.
Mucho se ha hablado estos meses de urbanismo táctico, aunque tengo para mí que lo que está haciendo la alcaldesa no se trata de eso. En esencia, el urbanismo táctico supone una cura de urgencia y provisional ante el deterioro o la dejadez pública. No pasa en el Eixample.
Vuelvo a Tusquets para hallar un por qué. Según el arquitecto, todo se reduce a un objetivo: poner trabas al tráfico rodado.
Ah. El feísmo no tiene lógica pero sí ideología.
No es metáfora ni alegoría la guerra al coche. Colau ha utilizado todos los medios para desalojarlos. Ha levantado unas calles, ha neutralizado otras y se ha puesto a construir carriles bici a lo loco sin pensar en las consecuencias. Hay impacto ciudadano porque no todos los barceloneses pueden ir en bici o prescindir del vehículo privado. Y estético. A saber si pronto también económico.