Frank Gehry recibe mañana el Premio Príncipe de Asturias de las ArtesFrank Gehry recibe mañana el Premio Príncipe de Asturias de las Artes
Publciado el jueves, 23 de octubre de 2014 en EL PAIS
En la primera planta del Centro Pompidou, todo el mundo desea sus cinco minutos con Frank Gehry (Toronto, 1929). Le ríen las gracias, le persiguen por todos los rincones, se toman selfies junto a él y le agarran del brazo para apartarlo de la multitud. El arquitecto se deja llevar, exhibiendo una sonrisa inoxidable y esquivando las decenas de maquetas que forman parte de la retrospectiva que le dedica el museo. Hasta que, unos minutos después, lo descubrimos derrotado, sentado en el único punto ciego donde podrá tener algo de paz. Al descubrir que tiene visita, se reincorpora. “Pregúnteme lo que quiera”, solicita con otra sonrisa.
A los 85 años, el arquitecto se ha convertido en protagonista de la temporada cultural en París. Además de la muestra en el Pompidou, acaba de inaugurar la nueva Fundación Louis Vuitton, deslumbrante templo de cristal que acogerá el último arte contemporáneo en la zona oeste de la ciudad. Su viaje a Europa está comportando “una agenda cargada”, como reconoce. Gehry también recibirá mañana el Premio Príncipe de Asturias de las Artes. “Fue una sorpresa. La verdad es que no sabía mucho sobre el premio, pero me sentí honrado”, confiesa. “Cuando supe quién formaba parte del jurado, todavía me gustó más. Será una buena ocasión para conocer a los Reyes”.
El jurado —en el que figuran personalidades de la cultura como Enrique González Macho, Elena Ochoa, Benedetta Tagliabue, Patricia Urquiola, Carlos Urroz y Miguel Zugaza— le concedió el galardón por “la relevancia y la repercusión de sus creaciones, con las que ha definido la arquitectura en el último medio siglo”. Gehry superó a otros finalistas como el videoartista Bill Viola, el arquitecto Toyo Ito, la cineasta Agnès Varda y el compositor Arvo Pärt. Según el acta del jurado, mereció el premio, recompensado con 50.000 euros, por su “juego virtuoso con formas complejas”, al servicio de una arquitectura “de carácter abierto, lúdico y orgánico”.
A Gehry, todo eso parece darle bastante igual. En el fondo, este canadiense de nacimiento y californiano de adopción preferiría pasar sus tardes navegando frente a su casa de Santa Mónica, primera construcción que le catapultó a una gloria tardía, que llegó cuando había superado los cincuenta. “Solo navego una vez a la semana. Es el único momento en el que dejo de trabajar”, parece lamentar. ¿Le sobrecogen tantos premios y elogios desmedidos? “Soy demasiado viejo para sentirme intimidado, pero es verdad que, a veces, tanta atención acaba siendo demasiado”.
Pese a todo, Gehry no tiene ninguna intención de jubilarse. “Aunque quisiera no me dejarían, ¿verdad?”, pregunta apuntando a su asistente, una mujer con traje de chaqueta que pone cara de circunstancias. “Aún disfruto de este oficio, aunque no sea perfecto. He tenido mis altos y bajos, pero todavía me gusta”, reconoce. ¿Cuál fue el último desplome de moral? “Hace poco. Estamos teniendo problemas con el Einsenhower Memorial”, dice Gehry, en referencia al edificio que lleva cinco años intentando levantar en Washington. “El proyecto está financiado por un tipo muy derechista que me está haciendo la vida imposible [el filántropo Richard Driehaus]. Pero no me rendiré. Cuando se presentan dificultades, contraataco de todas las maneras que conozco. Físicamente no, aunque lo haría si fuera necesario”.
Entre otras muestras de su modernidad mutante, la exposición apunta al Guggenheim bilbaíno como su gran obra maestra. “No me haga eso. Sería como elegir a tu hijo favorito”, protesta. “Lo que puedo decir es que en Bilbao siempre me han tratado como si fuera de la familia. Supongo que es uno de esos casos en los que el éxito artístico va de la mano del triunfo económico. Sucede muy pocas veces”, lamenta. ¿Cuántas le ha sucedido a él? Gehry cuenta con los dedos de las manos. “Puede que solo dos. La otra sería el Disney Concert Hall”, afirma sobre la sede de la Filarmónica de Los Ángeles. “Pero debo decir que durante los primeros dos años no me gustó. Cada vez que iba a ver un concierto lo pasaba mal, porque me entraban ganas de cambiarlo todo”. Se le tratará de genio y de semidiós, pero Gehry reconoce padecer de múltiples inseguridades. “Me parece saludable tenerlas, e incluso necesario. No es bueno para ningún arquitecto creerse un genio”.
Al abandonar la muestra, una larga entrevista con Gehry despide al visitante. En ella, se escucha una frase al vuelo: “Nunca me he sentido legítimo”. El arquitecto recuerda sus orígenes modestos, su familia judío polaca, los niños que le ridiculizaban en la escuela y por los que terminó cambiando su nombre real, Frank Ephraim Owen Goldberg, por otro más asimilado. “Lo hice por mis hijos”, reconoció una vez. Eso es lo que late en el vientre del arquitecto.
Foto portada extraido de EL PAIS | El arquitecto Frank Gehry. | BERTRAND LANGLOIS
Publciado el jueves, 23 de octubre de 2014 en EL PAIS
En la primera planta del Centro Pompidou, todo el mundo desea sus cinco minutos con Frank Gehry (Toronto, 1929). Le ríen las gracias, le persiguen por todos los rincones, se toman selfies junto a él y le agarran del brazo para apartarlo de la multitud. El arquitecto se deja llevar, exhibiendo una sonrisa inoxidable y esquivando las decenas de maquetas que forman parte de la retrospectiva que le dedica el museo. Hasta que, unos minutos después, lo descubrimos derrotado, sentado en el único punto ciego donde podrá tener algo de paz. Al descubrir que tiene visita, se reincorpora. “Pregúnteme lo que quiera”, solicita con otra sonrisa.
A los 85 años, el arquitecto se ha convertido en protagonista de la temporada cultural en París. Además de la muestra en el Pompidou, acaba de inaugurar la nueva Fundación Louis Vuitton, deslumbrante templo de cristal que acogerá el último arte contemporáneo en la zona oeste de la ciudad. Su viaje a Europa está comportando “una agenda cargada”, como reconoce. Gehry también recibirá mañana el Premio Príncipe de Asturias de las Artes. “Fue una sorpresa. La verdad es que no sabía mucho sobre el premio, pero me sentí honrado”, confiesa. “Cuando supe quién formaba parte del jurado, todavía me gustó más. Será una buena ocasión para conocer a los Reyes”.
El jurado —en el que figuran personalidades de la cultura como Enrique González Macho, Elena Ochoa, Benedetta Tagliabue, Patricia Urquiola, Carlos Urroz y Miguel Zugaza— le concedió el galardón por “la relevancia y la repercusión de sus creaciones, con las que ha definido la arquitectura en el último medio siglo”. Gehry superó a otros finalistas como el videoartista Bill Viola, el arquitecto Toyo Ito, la cineasta Agnès Varda y el compositor Arvo Pärt. Según el acta del jurado, mereció el premio, recompensado con 50.000 euros, por su “juego virtuoso con formas complejas”, al servicio de una arquitectura “de carácter abierto, lúdico y orgánico”.
A Gehry, todo eso parece darle bastante igual. En el fondo, este canadiense de nacimiento y californiano de adopción preferiría pasar sus tardes navegando frente a su casa de Santa Mónica, primera construcción que le catapultó a una gloria tardía, que llegó cuando había superado los cincuenta. “Solo navego una vez a la semana. Es el único momento en el que dejo de trabajar”, parece lamentar. ¿Le sobrecogen tantos premios y elogios desmedidos? “Soy demasiado viejo para sentirme intimidado, pero es verdad que, a veces, tanta atención acaba siendo demasiado”.
Pese a todo, Gehry no tiene ninguna intención de jubilarse. “Aunque quisiera no me dejarían, ¿verdad?”, pregunta apuntando a su asistente, una mujer con traje de chaqueta que pone cara de circunstancias. “Aún disfruto de este oficio, aunque no sea perfecto. He tenido mis altos y bajos, pero todavía me gusta”, reconoce. ¿Cuál fue el último desplome de moral? “Hace poco. Estamos teniendo problemas con el Einsenhower Memorial”, dice Gehry, en referencia al edificio que lleva cinco años intentando levantar en Washington. “El proyecto está financiado por un tipo muy derechista que me está haciendo la vida imposible [el filántropo Richard Driehaus]. Pero no me rendiré. Cuando se presentan dificultades, contraataco de todas las maneras que conozco. Físicamente no, aunque lo haría si fuera necesario”.
Entre otras muestras de su modernidad mutante, la exposición apunta al Guggenheim bilbaíno como su gran obra maestra. “No me haga eso. Sería como elegir a tu hijo favorito”, protesta. “Lo que puedo decir es que en Bilbao siempre me han tratado como si fuera de la familia. Supongo que es uno de esos casos en los que el éxito artístico va de la mano del triunfo económico. Sucede muy pocas veces”, lamenta. ¿Cuántas le ha sucedido a él? Gehry cuenta con los dedos de las manos. “Puede que solo dos. La otra sería el Disney Concert Hall”, afirma sobre la sede de la Filarmónica de Los Ángeles. “Pero debo decir que durante los primeros dos años no me gustó. Cada vez que iba a ver un concierto lo pasaba mal, porque me entraban ganas de cambiarlo todo”. Se le tratará de genio y de semidiós, pero Gehry reconoce padecer de múltiples inseguridades. “Me parece saludable tenerlas, e incluso necesario. No es bueno para ningún arquitecto creerse un genio”.
Al abandonar la muestra, una larga entrevista con Gehry despide al visitante. En ella, se escucha una frase al vuelo: “Nunca me he sentido legítimo”. El arquitecto recuerda sus orígenes modestos, su familia judío polaca, los niños que le ridiculizaban en la escuela y por los que terminó cambiando su nombre real, Frank Ephraim Owen Goldberg, por otro más asimilado. “Lo hice por mis hijos”, reconoció una vez. Eso es lo que late en el vientre del arquitecto.
Foto portada extraido de EL PAIS | El arquitecto Frank Gehry. | BERTRAND LANGLOIS