Tuñón/Albornoz logran una atmósfera confortable pese a la modestia de los materiales y el ajustado presupuesto en el campus de la Universidad Francisco de Vitoria
Publicado en La Vanguardia el 1 de junio de 2025
El campus de la Universidad Francisco de Vitoria en Pozuelo (Madrid) se levantó hace alrededor de veinte años y está integrado por una quincena de edificios, en su mayoría de ladrillo oscuro. Esta institución vinculada a los Legionarios de Cristo ha invitado a construir allí en años recientes a arquitectos de renombre como Alberto Campo Baeza, que levantó un pabellón polideportivo blanco; Bjarke Ingels, que se ocupará de un aulario y del rectorado; y Tuñón/Albornoz, cuyo aulario y biblioteca se inauguró coincidiendo con la apertura del actual curso académico.
Esta última pieza, situada en un punto crucial del campus, es un imponente paralelepípedo de tres niveles sobre cota cero y otros tres subterráneos (los dos inferiores para aparcamiento), construido con ladrillo blanco y caracterizado por su grueso muro y su ritmo de ventanas verticales, dispuestas al tresbolillo.
Los autores se refieren a él como un palacio y admiten una lejana inspiración en el romano palacio Farnese (siglo XVI), actual sede de la embajada de Francia. Dicha inspiración puede percibirse en la planta, en cuyo perímetro se disponen los aularios, alrededor de un gran vacío central, que en el edificio italiano es un patio porticado, y aquí es un gran hueco que en sección describe una diagonal descendente, y alberga espacios para dos auditorios polivalentes –más bien unos graderíos espartanos, por ahora sin mobiliario- y otro asociado a la cantina.
Este peculiar vacío central es el rasgo distintivo del edificio, junto a su fachada, donde los parecidos con el Farnese son volumétricos y compositivos, que no estilísticos. Tuñón/Albornoz abundan en ella en una línea de abstracción, desnuda de elementos figurativos, que se reitera en su producción del último decenio, durante el que han terminado una obra tan majestuosa como la Galería de las Colecciones Reales, junto a la Almudena, en Madrid, u otras como el Museo Helga de Alvear en Cáceres.
Emilio Tuñon recuerda, en este sentido, que su producción desde los años en que trabajó con el añorado Luis Moreno Mansilla ha estado definida por una sucesión de familias formales (estrelladas, circulares, ahora más minimalistas, etc.).
Si desde el exterior esta obra parece maciza y compacta –y lo es, habiendo optimizado el espacio disponible- en el interior sorprende por la holgura de sus ejes de comunicación, o de los ya citados auditorios, y por los múltiples espacios de encuentro. Estos últimos abundan también en el exterior, por ejemplo en una terraza superior o frente a alguna de las fachadas.
Pese a la modestia de los materiales y al ajustado presupuesto, Tuñón/Albornoz logran en este palacio para la enseñanza y el estudio una atmósfera confortable, gracias a sus saberes arquitectónicos, a la combinación de muros de ladrillo con carpintería de madera en los marcos de ventana, y al modo en que combinan el orden de las plantas y la libertad de la sección.