Creada en 2021, esta iniciativa del Parlamento Europeo apoya proyectos que combinan ciencia, arquitectura, arte y tecnología
Publicado en El País el 14 de julio de 2023 | Anatxu Zabalbeascoa | Foto: Entrada del conjunto de edificios sostenibles Vertical Forest, en Milán (Italia), obra del estudio de arquitectura Stefano Boeri Architetti.IÒIGO BUJEDO-AGUIRRE (UNIVERSAL IMAGES GROUP / GETTY)
La escuela Bauhaus cambió el mundo. El arquitecto Walter Gropius dirigió su primera sede, en Weimar (Alemania) en 1919. Su objetivo era colaborar para reconstruir Europa tras la Primera Guerra Mundial. Se trataba no solo de sobrevivir. También de mejorar. Por eso esa escuela pionera deshacía la frontera entre el Arte, con mayúsculas —la pintura, la escultura, la música o la arquitectura— y las artes aplicadas —la cerámica o la ebanistería— que tan esenciales son en la construcción de un mundo mejor.
Arquitectónicamente, la Bauhaus se tradujo en una imagen internacional. Y, aunque no fue, en absoluto, la primera arquitectura global —solo hay que fijarse en las interpretaciones que cualquier estilo: el del orden griego, romano o neoclásico; o el del desorden, barroco, rococó o art nouveau, han tenido en el planeta— sí cambió la faz de las ciudades. ¿Por qué? Porque proponía una arquitectura digna para todos. El tiempo ha demostrado que la mejor arquitectura desnuda, es decir moderna, debe cuidarse y mantenerse. Construida solo para rebajar el coste económico, se convierte en la arquitectura pobre.
Más allá de la unión de las artes y de la vivienda digna para todos, la puerta que la Bauhaus quiso abrir a principios del siglo XX fue la de la formación de las mujeres. Ninguna de estas propuestas interesó al partido nazi que acabó expulsando la Escuela y a sus directores de Alemania. Hitler reubicó así la modernidad en las universidades de Estados Unidos con Walter Gropius, su primer director, a la cabeza de la Graduate School of Design, GSD en Harvard. Y Mies van der Rohe, el último director, a cargo del Illinois Institute of Technology. Solo hay que fijarse en la huella que Van der Rohe dejó en Chicago (la suya y la de sus epígonos) para entender qué expulsó Hitler de la cultura europea.
En esa estela de colaborar y romper fronteras, en 2021 la Comisión Europea creó la Nueva Bauhaus Europea para, de nuevo, borrar las fronteras entre disciplinas —cultura, arte, ciencia o tecnología— y fomentar un diseño capaz de responder a las urgencias actuales. Hoy se premia la supervivencia, es decir, la sostenibilidad y la inclusión social. Interdisciplinar, conciliadora, colectiva y plural, la iniciativa se ideó para fomentar un esfuerzo común para enriquecer el continente en lugar de preocuparse solo por hacerlo rentable. Sin embargo, Vox incluye en su programa para las próximas elecciones del día 23 la siguiente propuesta: “Rechazamos por ello proyectos globalistas como la llamada Nueva Bauhaus europea que impulsan los burócratas de Bruselas, que, con la coartada del fanatismo climático y la eficiencia energética de los edificios pretende uniformizar la realidad de nuestras ciudades”.
Entre los últimos premiados españoles hay espacios urbanos y rurales regenerados (La Fabrika de toda la vida), patrimonio cultural conservado (Azotea de Xifré, Jardín Silvestre) y hasta estudios universitarios: el Grado en Diseño de la Universidad de Navarra.
Ante la renuncia de VOX a una entidad que busca actualizar los valores europeos, llama la atención la defensa de la arquitectura tradicional que hace el partido. ¿Cómo piensa conservarla? ¿Momificándola?
Como bien cívico, además de artístico, la arquitectura se ha transformado a lo largo de la historia para mantenerse útil, vigente y viva. Tal vez haga falta recordar que el Museo Reina Sofía fue hospital, que el Parque del Retiro era un coto privado de caza —para la realeza— o que en el Museo Naval de Barcelona (Las Atarazanas) se fabricaban barcos.
La Nueva Bauhaus propone unir, rescatar, salvar. Así, vela por el patrimonio inmaterial europeo que son los oficios artísticos: los artesanos que trabajan con nácar, vidrio o cuero cuyas destrezas pone en peligro la rentabilidad económica de la producción industrial. ¿Un partido político que busca, no ya el progreso, la supervivencia de un continente y una cultura, puede hacer campaña contra esto?
Pero hay más: uno de los pilares de la Nueva Bauhaus Europea es el llamado Pacto Verde. Los edificios pasivos son capaces de acumular la energía que precisan para funcionar. Hoy hay en España escuelas (Colegio Brains de Madrid de DL+A) y hasta bloques de vivienda pública (Torre Bolueta de Bilbao de VArquitectos) que cumplen con la normativa standard passive house. Europa tiene además algunos inmuebles, como el Ayuntamiento de Friburgo —de Ingenhoven architects— calificados como edificios activos. Es un paso más: son construcciones capaces de acumular más energía de la que necesitan para funcionar, que vierten el excedente en las redes públicas de energía. Esto, como la contaminación, o el tráfico aéreo, nos afecta a todos. Por eso no debería discutirse. Calificarlo de fanatismo climático en un programa electoral demuestra, cuando menos, desconocimiento.
Las consecuencias de aislar mejor, reciclar el agua de lluvia o las aguas grises, no son una novedad. Hace lustros que figuran en la normativa europea de construcción para poder reconstruir el continente. Es curioso que a una de las caras más visibles de Vox, la arquitecta Rocío Monasterio, este dato se le haya escapado. Tal vez no. La arquitectura que vela por reducir el consumo energético en la construcción y el funcionamiento de los edificios es, evidentemente, un negocio. Pero busca poder ser negocio mejorando el mundo. Esa mejora colectiva, por encima del enriquecimiento económico de unos pocos, es lo que, parece ser, VOX no quiere en su programa.