La crisis lleva a los arquitectos a rescatar asignaturas pendientes como la prefabricación o la pasividad energética. El gran reto no es innovar, sino solucionar
Publicado en el suplemento cultural BABELIA del diario EL PAÍS
Las grandes revoluciones domésticas llegan sin hacer ruido. Se presentan como trabajos menores pero terminan por alterar el modo en que vivimos. Se necesita tiempo para observar lo cotidiano desde otro ángulo, para ver lo que conocemos bien desde un punto de vista inédito. Así, tal vez sea la ralentización de las épocas de crisis lo que hace de ellas el mejor momento para plantearse nuevas maneras de vivir.
En España, los primeros años de la actual recesión coincidieron con el desatasco de una asignatura pendiente: la prefabricación. A diferencia de otras tradiciones constructivas —nórdicas o norteamericanas— aquí no se recurría a la industria para levantar viviendas. Sin embargo, muchos proyectistas han unido recientemente diseño e industria para lograr una arquitectura doméstica más eficaz y sostenible. Los prefabricados reducen el tiempo de construcción, el coste final y el consumo energético. No obstante, esa industrialización (producir en serie un tabique en lugar de levantarlo a mano) tiene también un coste energético en las fábricas que no debería subestimarse a la hora de calcular la factura ecológica final.
Con todo, hemos pasado de la prefabricación de elementos constructivos a la prefabricación de viviendas enteras. Prefabricar ha dejado de ser un experimento para convertirse en una vía de cambio. Casas que se asientan en el terreno sin obra es lo que los profesores Pablo y Francisco Saiz realizan desde su empresa Modulab o lo que Juan Herreros ha firmado en la sierra madrileña. Su prototipo de vivienda prefabricada incremental se construyó en pocos días y podría crecer en menos de una semana. En Murcia, Juan Antonio Sánchez Morales, del estudio Ad-hoc, recurrió a una casa-máquina para recrear el recuerdo de la furgoneta en la que él y su mujer recorrieron el mundo hace años. Aparcada en la huerta, sin apenas cimentación, esa vivienda abre una puerta de futuro. Aunque, conviene no olvidarlo, podría cerrar otras: las que relacionan espacio, sensación y memoria. Todavía parece difícil satisfacer el lado sensual y emocional de la arquitectura por la vía industrial.
Sin embargo, es en esa vía de las sensaciones en la que han ganado terreno las casas pasivas que funcionan con la energía que son capaces de producir o acumular. El buen aislamiento y un diseño bioclimático —que prima la captación solar en invierno y emplea protecciones frente al soleamiento en verano— son los responsables de un gran ahorro energético. Josep Bunyesc —que construyó en Lleida una de las primeras que se levantaron en España— decidió emplear parte de la energía solar acumulada en su fachada para alimentar su vehículo. Este arquitecto de 35 años está convencido de que el avance en esa dirección es irreversible. Explica que si los coches no contaminantes alimentados por energías renovables llegaran a implantarse, cuestionarían la densidad urbana que defienden hoy la mayoría de urbanistas.
Tratando de combinar industria y sostenibilidad, el japonés Sou Fujimoto anunció hace unos meses un paso más en la unión entre prefabricación y densidad. Para demostrar que podríamos vivir apretados en los centros urbanos sin tener que renunciar a la luz, las vistas o la ventilación, ideó un edificio de 17 plantas llamado Arbre Blanc con una estructura arbórea que deshace el perímetro tradicional de un inmueble. La torre de Montpellier despliega sus plantas para que todos los pisos tengan luz natural en todas las estancias y terrazas con vistas al cielo. La idea de fragmentar el volumen para multiplicar el espacio es la gran apuesta arquitectónica de Fujimoto. Acostumbrado a exprimir la escasez de metros en las viviendas de su país, proyectos como su Casa NA, levantada en Tokio hace cuatro años, proponen dividir no solo la planta sino también la sección de la vivienda creando diversas alturas en un mismo espacio. Es cierto que los diseños de Fujimoto aprovechan los metros cúbicos y no solo los cuadrados y que esa fragmentación no resulta claustrofóbica porque todas las habitaciones quedan conectadas; sin embargo, sus viviendas segmentadas son difícilmente accesibles y, por lo tanto, son más un diseño exclusivo que una solución universal. La idea de una casa que rompe moldes para hacer avanzar la arquitectura es una constante en la historia de esta disciplina. Sin embargo, solo los proyectos alejados de respuestas individualizadas terminan por afectar a la vida real de las personas. Así, que Rem Koolhaas realizara en 1998 una vivienda en Burdeos con un forjado móvil —la plataforma que subía y bajaba al dueño, postrado en una silla de ruedas— fue un ejercicio de vanguardia arquitectónica: a la vieja planta libre moderna se sumaba por fin la sección libre. Sin embargo, el experimento no ha alterado nuestra manera de vivir. Esa vanguardia sin consecuencias universales podría estar perdiendo peso.
Conviene recordar que las mayores aportaciones de Frank Lloyd Wright a la arquitectura doméstica no llegaron con sus magníficas casas de la pradera sino con sus modestas viviendas usonianas, que adelantaron —o recuperaron— la unión de la cocina, el comedor y el salón. En Madrid, el estudio PKMN ha rehabilitado una casa de 50 metros con armarios y estanterías móviles que actúan como tabiques y permiten agrandar la estancia que se usa en cada momento. Así, cuando la falta de encargos ha propiciado que numerosos arquitectos aborden la casa como espacio transformable, el gran reto no consiste ya en innovar, la gran hazaña sería solucionar: aportar mejoras viables, accesibles y universales. No es la teoría sino la práctica la que está necesitada de ideas de vanguardia. Algunas ya están aquí.
Foto de portada de Iwan Baan via TASCHEN