La tradición arquitectónica y urbanística de Barcelona viene de lejos, conoció un momento álgido ante los Juegos de 1992 y se halla ahora en una fase de limitada actividad.
Publicat el dissabte 17 de març de 2018 a La Vanguardia| Llàtzer Moix
El pulso de la arquitectura pública en Barcelona era hace un cuarto de siglo el de un atleta que recibe sus laureles al poco de batir un récord. Hoy es el de alguien que se inclinó por la jubilación anticipada o –seamos comedidos– por la media jornada. En parte, porque los objetivos arquitectónicos y urbanísticos del alcalde Pasqual Maragall eran muy ambiciosos, y los de la alcaldesa Ada Colau lo son menos, o son de otro signo. En parte, pero de manera decisiva, porque en tiempos de Maragall, asistido por el todopoderoso Oriol Bohigas, la crema de la profesión arquitectónica fue llamada a implicarse en la transformación urbana. Barcelona fue entonces la ciudad de los arquitectos. Los trabajos urbanísticos y arquitectónicos impulsados por el Ayuntamiento con vistas a los Juegos del 1992 alumbraron una nueva Barcelona.El compromiso olímpico se resolvió, en organización, deporte y espectáculo, con buena nota televisiva. Pero la transformación de la ciudad que se desarrolló en paralelo alcanzó niveles de excelencia global. Así lo reconocieron instituciones anglosajonas –como el RIBA, en el Reino Unido, o la Universidad de Harvard, en EE.UU.. Así lo reconocieron también la mayoría de barceloneses, que disfrutaron de la ciudad renovada, y los turistas que llegaron por millones. Aquel éxito colectivo hundía sus raíces en la tradición arquitectónica de Barcelona, que dispone aún de grandes edificios góticos en servicio, como las Drassanes, Santa Maria del Mar o Santa Maria del Pi; y que fue agraciada con las mejores obras de Antoni Gaudí y el modernismo. Pero dicho éxito fue la consecuencia de una fase histórica colmada de esperanzas colectivas y pilotada por unos munícipes con sensibilidad arquitectónica. Narcís Serra, el primer alcalde democrático, economista de formación, había leído a John Summerson, a Aldo Rossi, a Robert Venturi. Es decir, tenía nociones delo que erala arquitectura clásica y de lo que opinaban los arquitectos contemporáneos sobre su disciplina. Serra conocía además personalmente a algunos de los más destacados profesionales locales, empezando por Bohigas, que capitaneó la renovación urbana. El resultado de aquella operación fue la apertura de Barcelona al mar; la construcción de las rondas; la redefinición de los vectores de crecimiento urbano y, en suma, la reinvención de una ciudad corroída por la especulación en los años sesenta y setenta, y su conversión en otra que cuidaba tanto el centro ciudadano como su periferia, aplicando el entonces celebrado y más tarde denostado, pero todavía no superado, “modelo Barcelona”. ¿Por qué se criticó lo que inicialmente había sido tan alabado? Porque los tiempos corren y las coyunturas cambian. La gran operación urbana barcelonesa post JJ.OO. fue la del Fòrum de les Cultures en el 2004. Su ambición era inferior ala de la olímpica, pero no pequeña. Se trataba de rematar la fachada marítima, de resolver uno de los vértices del nuevo distrito 22@, donde el término municipal de Barcelona linda con el de Sant Adrià de Besòs, y de hacerlo con unos criterios arquitectónicamente innovadores y el deseo de integrar servicios dispares. El proyecto era pertinente, pero el Ayuntamiento de Joan Clos no supo hallar el tono adecuado para venderlo a todos los barceloneses, y las crecientes desigualdades, que agudizaría la posterior crisis económica, parecieron restarle legitimidad.La arquitectura y el urbanismo, que alrededor del 92 ganaron prestigio como herramienta multiusos de renovación ciudadana, empezaron a ser vistos con recelo por parte dela población. Y la fiebre dela arquitectura estelar, que por esos años afectó a Barcelona con la misma intensidad que a capitales más provincianas, no hizo sino dar nuevos argumentos a quienes denunciaban sus aspectos más suntuarios. En el actual Ayuntamiento de Barcelona las prioridades y las herramientas son distintas de las de hace un cuarto de siglo. En la reorganización hecha en la Casa Gran por BComú se creó un macrodepartamento que engloba en una las siguientes áreas: Ecología, Urbanismo y Movilidad. Este nuevo orden constituye toda una declaración de intenciones. La ciudad verde, sin contaminación, poco amiga de los coches y en la que se fomenta el transporte limpio, desde la bicicleta hasta los vehículos eléctricos, y se dice favorecer al peatón, se ha convertido en prioridad. Son objetivos plausibles, en términos de salud pública y sintonía con las directivas europeas. Ahora bien, no puede decirse que esta nueva orientación se haya traducido en una mayor inquietud municipal por la arquitectura y el urbanismo.Barcelona tuvo su último arquitecto jefe en tiempos del alcalde convergente Xavier Trias. Luego, el cargo cayó en desuso. Actualmente, Barcelona desconfía de las estructuras verticales y apuesta por procesos participativos, lo cual tiene ventajas si esos procesos alcanzan niveles suficientes de conocimiento y participación, aunque con frecuencia diluyen ambiciones, criterios y prioridades. BComú lleva unos dos años y medio al frente de Barcelona, y las grandes transformaciones toman su tiempo, por lo que estaría fuera de lugar exigirle muchas realizaciones. Pero todo indica, a juzgar por las obras en curso, que a final de mandato, en el 2019, el equipo de Colau no podrá presentar un gran balance arquitectónico. Se habrán abierto muchos kilómetros de carril bici,eso sí,y quizás se haya cubierto un tramo de la Ronda de Dalt, seguirán las obras en Glòries, estará muy avanzada o recién terminada la reforma de la Meridiana…y poco más. El Ayuntamiento de Colau ha preferido el freno al acelerador. A su entender, heredó de los convergentes una ciudad en la que los operadores privados atraídos por el negocio turístico galopaban desbocados y amenazaban con alterar inadecuadamente el perfil de la ciudad, al tiempo que expulsaban de su hábitat natural a los barceloneses menos favorecidos. De ahí que la alcaldesa debutara con una moratoria para nuevos equipamientos turísticos que, en buena medida, da el tono de sus políticas, más restrictivas y correctoras que expansivas, más de crecimiento cero que decrecimiento a secas. Dicho esto, y a pesar del escaso interés por la arquitectura pública,o de los devastadores efectos de la crisis, añadiremos que la arquitectura barcelonesa ha sabido mantener las constantes vitales en tiempos de adversidad. En el 2009 , tras estallar la burbuja inmobiliaria, la construcción cayó en picado y el número de visados se redujo en el Col∙legi Oficial d’Arquitectes de Catalunya más de un 90% respecto al año anterior. La profesión entró en fase catastrófica y se vio literalmente diezmada. Alrededor de la mitad de los estudios de arquitectura se vieron obligados a echar el cierre. Muchos de los que sobrevivieron lo hicieron recurriendo a tareas menores. Otros, abriendo nuevos mercados en el extranjero. Y los más jóvenes, los que no habían conocido la abundancia ni podían pues añorarla una vez desaparecida, lo hicieron adaptándose alas circunstancias dictadas por la precariedad. Tuvieron que convertir las limitaciones en una oportunidad. Y así lo hicieron, de manera que buena parte de lo más interesante que se ha producido en la escena local en los años de la crisis ha sido, precisamente, la buena arquitectura hecha con medios muy escasos. Del capricho y la extravagancia de los años de los arquitectos estrella se ha pasado a la contención y la esencialidad. Eso ha permitido a los jóvenes arquitectos sobrevivir y abrir nuevos senderos profesionales, no exentos de progresos y brillos. Lo cual está más que bien.Otra cosa es si la administración municipal de una ciudad con el patrimonio arquitectónico y urbanístico de Barcelona puede darse por satisfecha cuando se limita a frenar y a sobrevivir.