El escultor barcelonés, pasó de la Bienal de Mataró a la de Venecia. Presenta en Madrid, la muestra ‘La España moderna’.
La noche del 4 al 5 de junio de 2013, coincidiendo con la fecha del nacimiento de Lorca, David Bestué (Barcelona, 1980) recorrió los escenarios de Poeta en Nueva York, de Harlem a Battery Park. Durante ese recorrido, de 15 kilómetros, ingirió fragmentos de ladrillo, vidrio, acero, cemento y granito. “Nueva York estuvo fuera y dentro de mí”, dice el título de la obra resultante, que puede verse ahora en García Galería (Madrid) dentro de la exposición La España moderna. ¿Se tragó la tuerca que sale en la foto? “Fue lo que más me costó, pero sí, claro. Llegué un día y me volví al siguiente. En el hotel me dije: ‘Si estás en Nueva York tienes que tragártelo. Te han pagado el viaje’. Tampoco pasa nada. ¿No nos tragábamos pesetas de pequeños?”
Bestué se dio a conocer formando equipo artístico con Marc Vives. Ahora trabaja en solitario. Interesado por la arquitectura y la ingeniería, sus investigaciones sobre ambas materias han dado lugar a libros como Enric Miralles a izquierda y derecha (también sin gafas) o Formalismo puro (ambos publicados por la editorial Tenov). Escribe con regularidad en la revista El Estado Mental. Casi todo le sirve de estímulo pero los estímulos cambian. Estos días escucha “como un loco” a Sufjan Stevens, pero aclara: “Soy de la generación Spotify, no de la generación CD. Dentro de unos días Sufjan Stevens puede ser solo una carpeta en el ordenador”.
—Entre sus esculturas hay un haiku crute y referencias a Juan Benet, Joan Vinyoli, García Lorca… ¿Por qué tanta literatura?
—Mallarmé hablaba de la fisicidad de las palabras. Como un poeta elige las palabras, yo elijo los materiales. Digamos que mis esculturas funcionan como un aparato gramatical. La España moderna deriva de una exposición anterior en la que contraponía poetas (que hablan del paisaje) con ingenieros (que quieren cambiar ese paisaje). No es un homenaje, sino un resumen material del país.
—Material e irónico, ¿no? El humor siempre ha estado presente en su trabajo.
—Me he ido alejando de aquel humor de cuando empecé con Marc [Vives]. Ahora me relaciono más con lo escultórico y lo arquitectónico. Llegar a la gente por el humor es una estrategia que funciona porque es directa, pero ya no estoy tan cómodo. El humor puede desactivarte. Algo que ha sido muy costoso puede terminar pareciendo una broma.
—Alguna vez ha citado como referencia al humorista Miguel Noguera.
—Fue compañero mío en Bellas Artes. Me interesa cómo rompe las convenciones de lo real. Es algo más que humor, pero resulta que le hace gracia a la gente.
—Dígame tres cosas que le interesen de la España de hoy, modernas o no.
—La arquitectura del estudio Langarita Navarro (por su forma de dejar el trabajo abierto, sin hermetismos), la literatura argentina —¿vale Argentina como España moderna?— y un libro reciente: La pell de la frontera, de Francesc Serés, sobre los inmigrantes en la franja entre Aragón y Cataluña. En catalán. Lo van a traducir pronto.
—¿Y un lugar (moderno)?
—Uno que me perturba y me fascina: San Chinarro y Las Tablas, en Madrid. Siempre que puedo voy a esos barrios. El poder se está construyendo ahí, donde no había nada. Es pura ideología cristalizando a nivel físico: los edificios de Telefónica, el BBVA, El Corte Inglés… Allí entiendes el poder como algo magnético.
—¿Qué está sobrevalorado en el mundo del arte?
—Lo formalista, lo superficial, lo que solo es bonito. Pero digo esto y suena muy antiguo. Yo olvido rápido lo que no me interesa.
—Dicho de otra manera: ¿qué sale demasiado en los medios?
—Bueno, vuestro periódico tiene fijación por sacar a Eduardo Arroyo y Luis Gordillo. Pero, ya digo, me interesa más lo que no sale lo suficiente. Y trabajo sobre eso.
—¿Por ejemplo?
—La arquitectura y la ingeniería de los siglos XX y XXI. No ha habido pedagogía y es un drama que la gente no sepa distinguir lo bueno de lo malo porque eso configura y ordena un país. La ingeniería habla de una época, pero no tiene quien hable de ella.