Hacen falta objetos con alma, que no griten «cómprame», sino «voy a darte gusto»
Publicado el jueves 19 de febrero de 2015 en el diario EL PERIÓDICO
Tenía apenas 16 años. Paseaba por una Hiroshima totalmente devastada. Había muerto su hermana y al año siguiente lo haría su padre por la radiación. «Enfrentado a la nada sentí una gran nostalgia por la cultura humana». Comenzó a oír cómo los objetos le hablaban: bicicletas, muebles, productos rotos le decían que aún querían servir. Entonces decidió que sería hacedor de cosas.
Abandonó la vocación de monje budista inculcada por su padre y se decantó por la materia «con el objetivo de democratizar la belleza». Murió la semana pasada a los 85 años y se llamaba Kengi Ekuan.
Todos conocemos su famosa botella de soja Kikkoman. Tan simple que necesitó tres años y cien prototipos para conseguirla. Eso sí, desde 1961 este icono no ha cambiado un ápice, con más de 300 millones de unidades vendidas. Algo así como la hermana oriental de nuestra aceitera antigoteo de Marquina, del mismo año. Ambos diseños míticos con inspiración materna: el de Ekuan para evitar que su liviana madre tuviera que levantar las pesadas garrafas de soja, y el de Marquina para conjurar las collejas que le daba su madre cuando manchaba el mantel de aceite.
Ekuan también diseñó el tren bala, padre de la alta velocidad, y motos para Yamaha, así como aparatos electrónicos. Siempre sintió gran aprecio por España y su creatividad. El año pasado, en silla de ruedas, recorrió con curiosidad infantil toda la exposición del creador español Jaime Hayón en Tokio y quiso conocerlo y felicitarlo. También preguntó por su colega André Ricard, ambos pioneros de una profesión que nació para humanizar la materia, pero que ahora anda desbocada. No hace falta una nueva Hiroshima para darse cuenta de que hacen falta objetos con alma. Que no griten «cómprame», sino «voy a darte gusto». Necesitamos otra hornada de monjes y apóstoles que prediquen otra relación entre materia y espíritu.