La Agenda 2030 es sobre todo un plan para dar respuesta a la creciente urbanización del mundo
Publicado en La Vanguardia el 7 de agosto de 2020
Nada nos asegura haber aprendido después de la crisis de la Covid-19. En palabras del filósofo Daniel Innerarity, podría pasar que el mundo de ayer ya se hubiera acabado y que nosotros siguiéramos tomando decisiones y gestionándolo como si nada hubiera pasado, como si nada estuviera cambiando. Más allá del coronavirus, hay que entender la profundidad de los cambios que vive el mundo. La próxima generación de humanos se enfrenta a grandes desafíos, descritos todos en la Agenda 2030 aprobada por las Naciones Unidas y que, hasta hace tres meses, estaba en el centro de las preocupaciones y de todos los gobiernos.
La Agenda 2030 es sobre todo un plan para dar respuesta a la creciente urbanización del mundo. Es en las ciudades donde primero impactan los efectos positivos y negativos de los cambios socioeconómicos. Ha estado en las ciudades donde más contagios y víctimas de Covid-19 ha habido y donde más difícil ha sido gestionar el confinamiento, pero también han sido los hospitales y los centros de investigación de las grandes ciudades los que han permitido hacer frente con éxito a la pandemia y reducir la mortalidad. Y ha sido en las ciudades donde mejor han funcionado las redes de solidaridad.
Para asegurarnos de que hemos entendido la profundidad del desafío, hace falta más ciudad; mejores ciudades
No estamos, pues, en el estadio de discutir si vamos hacia atrás en el proceso histórico de urbanización de nuestras sociedades, sino en el debate de cómo mejoramos nuestro modelo urbano. Las externalidades negativas de la dispersión de población, de retroceder a un modelo de suburbanización serían todavía mayores. Más distancia a recorrer, más coches, más contaminación, peores servicios y menos competitividad económica.
Nuestro modelo tiene que ser el de generar economías de escala, crear polos de innovación, fortalecer vínculos sociales y culturales, garantizar el derecho universal en la vivienda de calidad, diseñar espacios urbanos más habitables, y reducir al mínimo la contaminación. Y todo eso lo tenemos que hacer renunciando a muchos de los instrumentos del siglo XX, especialmente todo lo que tiene relación con la economía derivada del petróleo. Tenemos, en cambio, a nuestra disposición lo mejor del siglo XXI: la ciencia y la innovación, las tecnologías de la información y comunicación, la inteligencia artificial o los avances en biomedicina, entre otros.
No partimos de cero. Tenemos una ciudad que hizo un cambio de referencia mundial hace poco más de 25 años gracias al impulso olímpico. Catalunya, con Barcelona y su región metropolitana, y también con una amplia red de ciudades medias y pequeñas del país, puede liderar un nuevo salto adelante que la sitúe como área urbana de referencia global.
Nos encontramos en un momento decisivo. El coronavirus ha sacudido el mundo. Los cambios se aceleran. Los gobiernos tenemos que estar a la altura. No es posible dar el nuevo paso sin unas ciudades que hagan compatible la actividad económica, la vida saludable de las personas, la inclusión social y la lucha contra la emergencia climática. Y no es posible resolver esta ecuación sin una agenda urbana consensuada y compartida entre Govern, ayuntamientos, sociedad civil y, finalmente, ciudadanos. Para asegurarnos de que hemos entendido la profundidad del desafío que tenemos delante nos hace falta más ciudad. Mejores ciudades.