Desde hace tiempo, una serie de eventos han hecho que la figura del arquitecto vaya perdiendo peso, y su campo de actuación vaya quedando cada vez más acotado. Por eso hay un cierto desasosiego sobre el futuro de la profesión.
Es evidente que la construcción de la ciudad es un trabajo colectivo, fruto de la colaboración de distintos profesionales: sociólogos, abogados, economistas, ingenieros, y un largo etcétera, dirigidos y apoyados por la voluntad política de nuestros gestores. Pero también es gracias al trabajo, dedicación y responsabilidad de los arquitectos lo que ha llevado a la arquitectura catalana al prestigio que ha tenido en los últimos años.
Este reconocimiento se ha conseguido gracias a la capacidad de síntesis que tenemos los arquitectos para interpretar la complejidad urbana, ligarla a los criterios funcionales y programáticos y, éstos, a los constructivos y formales de un edificio, con el objetivo de conseguir un equilibrio entre calidad y economía.
Por otra parte, no se puede olvidar que la confianza del cliente público o privado en el arquitecto que piensa, proyecta y dirige la construcción de un edificio es lo que históricamente ha garantizado la calidad y la creatividad de la arquitectura.
Permitidme abundar en un tema que puede ponerse como ejemplo de la realidad actual que pone en evidencia la poca consideración que, desde instituciones privadas y públicas, se tiene hacia nuestra profesión, cuestión que viene de lejos.
Hace bastantes años, en la revista Arquitecturas BIS, el arquitecto Oscar Tusquets publicó el artículo “¿Por qué Cruyff sí y Alvar Aalto no?”, en el que exponía una crítica al entonces presidente del Barça Agustí Montal con motivo de la primera ampliación del Camp Nou.
El título era elocuente, ya que indicaba el hecho de que una de las entidades más importantes de la ciudad tuviera en cuenta a los mejores profesionales para el equipo de fútbol y, sin embargo, se encargaba la nueva imagen de la ampliación del estadio a profesionales de poca relevancia arquitectónica.
Creo pertinente una mención de este artículo porque cuarenta años más tarde se podría empezar otro de la misma manera, si tenemos en cuenta los argumentos que han aparecido en los medios de comunicación sobre el inicio de las obras de la renovación del Nou Camp, nombrando a las empresas que definitivamente lo llevarán a cabo y quedando eliminado el equipo de arquitectos que hasta el momento había trabajado.
No se trata de fiscalizar las decisiones del club, pero sí poner de manifiesto las contradicciones de esta decisión. Para ello es necesario recordar el largo proceso que ha llevado a la situación actual, y que se inició en 2006 cuando el presidente Joan Laporta, en nombre del club, convocó un concurso, secundado por el COAC y el Ayuntamiento de Barcelona, al que invitaron arquitectos de gran renombre internacional y nacional y que, después de algunas vicisitudes, el club adjudicó al proyecto a Norman Foster.
Parecía que las cosas estaban bien encaminadas, pero hubo un aplazamiento del proyecto hasta que, años más tarde, en 2016, se convocó otro concurso también secundado por el COAC y el Ayuntamiento, al que se siguieron invitando a respetados arquitectos, pero esta vez en compañía de grandes ingenierías expertas en la construcción de edificios deportivos.
Esta vez el jurado adjudicó la remodelación a un interesante proyecto obra de los arquitectos Joan Pascual y Ramón Ausió, en colaboración con Nikken Sekkei, uno de los estudios de arquitectura más importantes de Japón.
Otra serie de vicisitudes hizo que los arquitectos catalanes abandonaran el proyecto, que sigue en manos de Nikken Sekkei, con la colaboración del arquitecto Fermín Vázquez y la empresa IDOM.
Hasta aquí, vicisitudes aparte, las cosas teóricamente funcionaban y se conseguía que, después de mucho trabajo, reuniones y tiempo, se pudiera concretar y presentar el proyecto en el COAC y en el Ayuntamiento hasta llegar a su aprobación definitiva.
A pesar de las dificultades se había logrado reconducir la frase de Oscar Tusquets en “Lewandowski sí, pero Nikken Sekkei también”.
Sin embargo, por arte de magia, las cosas cambiaron.
Después de más de 15 años de proyectos y dos referendos; de haber contado con la colaboración de grandes despachos de arquitectura, más de 20 estudios si tenemos en cuenta ambos concursos; del volumen de planos, renders y vídeos presentados, con la cantidad de tiempo y presupuesto económico gastado por los diversos arquitectos (ganadores y participantes en los concursos), que en la mayoría de casos representa más del triple de lo que se cobraba por participar; y, después del trabajo desarrollado por los últimos arquitectos y la empresa IDOM en el proyecto ejecutivo, resulta que, en pocos días, ante la extrañeza y el estupor general, el proyecto cae en manos de unos constructores de naves industriales que, pese al respeto profesional que merecen, no parecen los más adecuados ni tienen currículo necesario para responder a una de las obras de mayor envergadura que se puede realizar en estos momentos, y en la que ha desaparecido la figura del arquitecto.
Todo lo que he comentado hasta aquí alimenta la inquietud de la profesión hacia los modos en que la sociedad actual resuelve los problemas arquitectónicos, ya que no es lógico que en este caso, como en tantos otros, el arquitecto que gana un concurso y después del trabajo, el tiempo y el dinero empleado para que fuese aprobado, vea diluidas sus esperanzas de terminar la obra porque aparecen otras empresas que ofrecen honorarios más reducidos, sin haber hecho ningún esfuerzo, sin haber participado en ningún concurso, ni tener los conocimientos del proyecto.
Es evidente que las cosas cambian y nuestra profesión debe estar alerta a estos cambios, que ya nada tiene que ver con la de los años cincuenta del siglo pasado, cuando los goles de Kubala hicieron necesario el Nou Camp, y Francesc Mitjans, el arquitecto que lo hizo posible, controlaba todas las fases del proyecto y la dirección de la obra, consiguiendo así una de las mejores obras deportivas de su tiempo que sirvió para agrandar la historia de nuestro club. Deporte y arquitectura se unieron.
No se trata tanto de criticar las decisiones del club, que como entidad privada puede hacer lo que le convenga, pero sí de poner de manifiesto una situación en la que, cambiando de escala y trascendencia ciudadana, es lo que está pasando, tal y como enunciaba al principio de este escrito, con la pérdida de influencia de los profesionales de la arquitectura en los momentos actuales.
En ese sentido, el tema de los concursos es prioritario. No es lógico que el mayor porcentaje de trabajo de los arquitectos se consiga a través de los concursos, estamos comprobando cómo en la mayoría de casos se convierten en fiascos que arruinan a la profesión, y se está configurando un marco en el que hacer arquitectura en condiciones profesionales dignas resulta prácticamente imposible.
Esteve Bonell, Arquitecto de AxA
Barcelona 23 de septiembre de 2022