Dieciséis años perdidos: del Camp Nou de Foster, al de Nikkei Sekkei para, ahora, (minuto 90), una firma egarense
Publicado en La Vanguardia el 7 de septiembre de 2022
A estas alturas, ya quedan pocas dudas: el nuevo Camp Nou nace torcido. En el 2006 –¡16 años!–, la obra iba a llevar el sello glamuroso de Norman Foster. En el 2016, el de la prestigiosa firma japonesa Nikken Sekkei. Desde anteanoche, septiembre del 2022, y no porque el FC Barcelona haya hecho el anuncio oficial que merecería el asunto, la remodelación -¡inminente!– recae en Torrella Ingeniería, una empresa de Terrassa, especializada en naves industriales.
¡Música, maestro!
Cuando la pelotita entra, la transparencia, la buena gestión y la seriedad se alejan. Y aparecen los días ideales para el despilfarro y con el despilfarro, las corruptelas. Siempre que la pelotita entra (Laporta en el 2006, Bartomeu en el 2016 y Laporta II hoy), el nuevo Camp Nou cambia de modelo. Unas veces se viste de cosmopolita y otra de pubilla . Pero el tiempo transcurre y el Camp Nou está pasando de estadio vintage a casposo, gentileza de las grietas, deficiencias y aspecto avejentado.
Sorprende –y alimenta los malos pensamientos– que el FC Barcelona no haya anunciado la noticia con luz y taquígrafos. La reconstrucción ha sido arrebatada a un arquitecto riguroso y solvente, Fermín Vázquez, “heredero” del encargo a Nikkei Sekkei, para ser adjudicada sin más explicación ni argumentos a Torrella Ingeniería, empresa intachable y con sesenta años de experiencia, pero en naves industriales. Y todo a media luz…
Las cuentas del FC Barcelona son siempre muy suyas. El socio/ aficionado/cliente/consumidor no se fija mucho ni espera unos dividendos al cierre del ejercicio sino goles, títulos, pasiones. La gestión empresarial le importa un pepino, salvo si no hay dinero para fichar o intuye una subida de la cuota. Y nada le sorprende: el FC Barcelona ha sido el club que más ha gastado en fichajes este verano mientras todo el mundo –empezando por su junta- repetía que la situación económica era dramática.
El enésimo giro sobre las obras del Camp Nou –tan de última hora, tan propenso a maliciar– llega en esos estados relajados del aficionado, ideales para el buen carterista. ¡No supondrá retrasos! Cuesta de creer. Y hablamos de 16 años perdidos, con el agravante de que el Barça, a diferencia del Real Madrid, ha desaprovechado el lapso de la pandemia.
A diferencia de las cuentas, el estadio sí importa al aficionado. Y es decisivo para alimentar la “marca” a efectos de mercado. Hablamos, pues, de algo tangible, del último cordón umbilical que une al seguidor con la entidad. Del lugar al que le llevaron de niño y quedó prendido. La junta de Laporta tendrá sus razones para este cambio inesperado. Y uno las suyas para desconfiar.