Publicado el jueves, 1 de mayo dels 2014, en la revista Descubriendo el Arte
En un período gris, el de la posguerra, el Grupo R dinamizó la vida cultural catalana con una nueva arquitectura abierta al debate y a la relación con otras disciplinas. Su papel se repasa ahora en una exposción en el MACBA
Si la segunda Guerra Mundial seupuso la interrupción, pero también, en último término, el triunfo del proyecto moderno, la Guerra Civil española trajo consigo las desparición casi total de la incipiente arquitectura moderna en nuestro país. Las figuras principales del GATEPAC – GATPAC en su versión catalana-, que en poco más de ocho años habían importado y dotado de personalidad propia al Estilo Internacional, fueron depuradas, y o bien marcharon al extranjero, como el más reconocido de todos, Josep Lluís Sert, o fueron silenciados, como Fernando García Mercadal. Otras, caso de José Manuel Aizpurúa, autor del maravilloso Club Náutico de San Sebasían, muerieron en la contienda, en este caso fusilado por el bando republicano.
Sabido es que la arquitectura de la primera posguerra española dervió hacia la monumentalidad y el historicismo imperial. Sin embargo, si miramos más allá de la pompa superficial podemos reconocer algunos enclaves de esa modernidad interrumpida. En primer lugar en aquellos enclaves más alejados del foco, como los poblados promovidos por la Dirección General de Regiones Devastadas, primero, y por el Instituto NAcional de Colonización después, donde el lenguaje neorregionalista enmascara unos esquemas basados en los modelos racionalistas desarrikkadis eb kis años 30 y una preocupación espacial y urbana que supera la mera escenografía propagandística. Pero también en las grandes obras institucionales, donde algunos arquitectos supieron trascender el lenguaje impuesto. Ya sea Gutiérrez Soto, cuyo Ministerio del Aire esconde bajo su ropaje escurialense un proyecto bbasado en modelos americanos del momento, o los primeros trabajos de Francisco de Asís Cabrero en la Casa Sindical y Miguel Fisac en el CSIC, que buscan en la arquitectura del EUR romano, y bajo la coartada de su etiqueta de arquitectura fascista, un camino que conciliara la monumentalidad historicista y una nueva modernidad. En Barcelona surge con fuerza la figura de Francesc Mitjans, que en cierta forma apadrinó a algunos de los futuros miembros del Grup R, cuyas viviendas en la calle Amigó, con su expresa renuncia a la fachada, es uno de los mejores edificios de la década en toda España.
La incipiente mejoría económica con la llegada de los años 50, combinada con una primera apertura intelectual, permitirá una mayor actividad, no solo pública sino también privada, lo que dará lugar a un aumento de la actividad fuera de los canales oficiales y una mayor posiblidad de experimentación. Una apertura tímida al principio, pero que se irá afianzando a lo largo de la década.