Las calles de Barcelona demuestran que hoy el nivel de exigencia en el espacio público es mínimo y que el esfuerzo por aplicar un urbanismo que hasta hace poco era la envidia de otras ciudades se ha dilapidado
Publicado en La Vanguardia el 11 de septiembre de 2020 | Silvia Angulo
Si por algo se ha caracterizado Barcelona en los últimos 40 años es por su diseño. No solo el de los edificios, sino también el de su espacio público. Es fácil identificar una calle de la capital catalana entre un millón. Reconocer el vado accesible que con un ligero descenso conduce hasta la calzada, el semáforo a un lado, la papelera al otro y un pavimento que se ha convertido en la seña de identidad de la ciudad. La influencia del diseño es tal que se abrió un museo en la plaza de las Glòries en el que se recoge la tradición barcelonesa en esta disciplina e, incluso, desde el Ayuntamiento se editó un libro en el que se reunían con orgullo todos los elementos presentes en la vía pública.
Todo esto ya forma parte del pasado de Barcelona y el urbanismo táctico ha convertido las calles en un puzle de objetos de diferentes formas, colores –el amarillo ha dejado de indicar prohibición y provisionalidad de obras–y tamaños que abigarran el espacio público con bolas y bancos de hormigón, vallas new jersey, bolardos…
Los que discrepan de la estética de estas medidas son acusados de negar las muertes por contaminación
Esta semana un abogado ha denunciado al Ayuntamiento por estas estructuras de hormigón, situadas en mitad de la calzada a modo de separación entre la nueva zona peatonal y los carriles de tráfico. Considera, así también lo creen algunos grupos de la oposición, que pueden ser peligrosos para motoristas y ciclistas. No piensa lo mismo, el gobierno local, que dice que en esas calles se debe circular a 30 kilómetros por hora y que estos cambios en la movilidad han llegado para quedarse. Es cierto que algunos de ellos acabarán siendo permanentes para reducir los niveles de contaminación de la ciudad, aunque se debería velar para que fueran seguros para todos los usuarios.
Este urbanismo táctico rezuma un poco de demagogia y de improvisación. A todos los que se quejan o critican las medidas, el gobierno de Ada Colau les acusa de negar las muertes causadas por la contaminación. O estás conmigo o contra mí. Si discrepas porque no te gusta lo que ves en la calle, porque consideras que es más pirotecnia política que otra cosa y que no se incide en el conflicto de fondo, que al final siempre es el déficit de transporte público con el área y la región metropolitana, eres partidario del vehículo privado y fomentas la polución.
El fondo es importante y las formas también. Las calles de Barcelona demuestran que hoy el nivel de exigencia en el espacio público es mínimo y que el esfuerzo por aplicar un urbanismo que hasta hace poco era la envidia de otras ciudades se ha dilapidado. Es urgente una reflexión profunda sobre la ciudad más allá de intervenciones temporales. Muchos de los espacios que dicen haberse ganado al tráfico han derivado la circulación a otras calles y este urbanismo táctico no es accesible para todos los ciudadanos, sobre todo cuando se comparten carriles entre ciclistas y peatones, como ocurre en Via Laietana. Además, puestos a ser eficientes, por qué no hacer pasar por la Diagonal, ahora que gana carriles para el transporte público, un autobús que cruce de punta a punta la avenida, mientras se decide hasta dónde llegará el tranvía.