Publicat el 8 d’abril de 2014 al diari El Mundo
Desde los tiempos más remotos la arquitectura ha servido para marcar las distancias sociales y glorificar al poder. Las pirámides de Egipto y las catedrales fueron obras que pretendían transmitir un mensaje a la posteridad. Pero con el nacimiento de la burguesía el arte adquiere además el carácter de lujo y lo exquisito se convierte en moda. Lo sagrado acaba por convertirse en una marca, como apunta Gilles Lipovetsky. El debate se centra hoy sobre si la arquitectura debe mantener su tradicional carácter monumental o abandonar sus sueños de grandeza e intentar satisfacer las necesidades del hombre común.Publicado el 8 de abril del 2014 en el periódico El Mundo
Desde los tiempos más remotos la arquitectura ha servido para marcar las distancias sociales y glorificar al poder. Las pirámides de Egipto y las catedrales fueron obras que pretendían transmitir un mensaje a la posteridad. Pero con el nacimiento de la burguesía el arte adquiere además el carácter de lujo y lo exquisito se convierte en moda. Lo sagrado acaba por convertirse en una marca, como apunta Gilles Lipovetsky. El debate se centra hoy sobre si la arquitectura debe mantener su tradicional carácter monumental o abandonar sus sueños de grandeza e intentar satisfacer las necesidades del hombre común.
La historia del lujo no empieza con un trapo de piel ni con una piedra brillante atada a un cuello. La historia del lujo empieza en un enterramiento, en un templo, en un cachito de arquitectura encargado por alguien que quiso hacer sagrado el día a día profano. Esa era la idea que construía El lujo eterno (Anagrama), un ensayo de hace 10 años de Gilles Lipovetzky que aún aparece junto a El lujo y el capitalismo, de Werner Sombart, en el podio de los libros que han intentado intelectualizar el apetito de exquisitez. Y si está en lo cierto Lipovetzky, aquel primer templo, aquel primer lujo, fue la manzana prohibida de la historia de la arquitectura.
«La arquitectura antigua que ha llegado hasta nosotros procede de los poderosos. De las pirámides a los palacios y templos, los gobernantes y las iglesias han acaparado la mayor parte de la arquitectura significativa. Incluso la arquitectura dedicada a los más necesitados, como los hospitales en las rutas de peregrinación, procedían de órdenes monásticas y de donativos de los más ricos. Sus edificios eran un lujo por varias razones, en general por comparación con la forma de vida del resto de los seres humanos», explica Enrique Domínguez Uceta, crítico de arquitectura de este periódico.
Hipótesis: si alguien escribiera una historia psicológica de la arquitectura, uno de los asuntos centrales sería el conflicto entre el chico idealista que se mete en la escuela porque quiere cambiar el mundo y porque tiene un sentido muy exaltado de la belleza y que, al echar a trabajar, tiene que plegarse al gusto conservador del poder. ¿Es así? Y si es así, ¿en qué momento de ese conflicto estamos, ahora que los premios Pritzker se decantan por arquitectos povera como Shigeru Ban (hace dos semanas) o Wang Shu.
Luis Fernández Galiano presentó hace un mes la exposición ‘The architect is present‘ (en la Fundación ICO de Madrid), de la que es comisario. «La mayor parte del presupuesto lo hemos empleado en talleres y charlas, de modo que el resultado es una obra en marcha. Seguimos a cinco despachos unidos por aparecer en entornos de precariedad, por estar ligados a la comunidad y al lugar en la que trabajan y por no renunciar a la belleza por ello». Fernández Galiano se queda un poco desconcertado cuando se le pregunta por el lujo y la arquitectura. «No sé… Yo creo que es muy refrescante encontrarse con despachos que, después de los años de la burbuja, toman la arquitectura como referente ético».
¿Y eso del chico idealista y soñador que sufre? «Los estudiantes de ahora son más pragmáticos. A su edad, sus profesores estábamos convencidos de que la arquitectura era una herramienta de cambio social» explica el también director de la revista Arquitectura Viva, que, sin embargo, recuerda que el burkinés Diébédo Francis Kéré (participante en The architect is present) ahora llena salones de actos. ¿Eso hubiese ocurrido hace 10 años, por ejemplo? «Hace 10 años a arquitectos así sólo los empezábamos a tener en el rádar».
De modo que la historia de la arquitectura y el lujo es compleja, está llena de momentos de amor y desamor.
«En realidad, la ética de la arquitectura nace vinculada a la declaración de los derechos humanos por una parte y de otra a la idea del artista como individuo independiente del poder económico. Es, por tanto, una idea moderna», explica Domínguez Uceta.
Arte y dinero
«No sé en arquitectura, pero la historia de la hostilidad hacia lo suntuoso es casi tan antigua como la historia de lo suntuoso», explica la ensayista y novelista Lourdes Ventura. «En la Escuela de Atenas ya hay un elogio de la austeridad que lleva directamente hasta la Querella del lujo en el sigloXVIII». Muy en resumen: Voltaire dijo que asociaba el lujo con la alegría ateniense y que ése es un modelo que le gusta mucho más que la triste gravedad de Esparta. En cambio, Rousseau vio en el gusto por la exquisitez un síntoma de disolución moral de una sociedad.
Y, claro, cualquiera de nosotros simpatizará con Atenas. Así que, que hablen ahora los amantes del lujo. ¿Cómo le suena a Joaquín Torres, el arquitecto por excelencia de ricos y bellos, esa frase hecha del «lujo obsceno»? «Francamente, creo que hay una doble moral con el lujo y sobre todo con el concepto del lujo. Obsceno es quizá cómo se han conseguido muchas de las fortunas del mundo pero el mercado del lujo da trabajo a muchísima gente y posibilita la creatividad y la calidad en muchísimos de sus productos. Yo he dejado de juzgar en qué se gasta el dinero cada individuo, pues me parece que cada uno tiene el derecho de gastarse su dinero en lo que le dé la gana, tiene derecho a sus caprichos: arte, arquitectura, náutica, aviones, moda… El problema sería si el origen de ese dinero es ilícito. Pero eso le compete a la justicia y no a los demás juzgarlo».
Y continúa: «En arquitectura los grandes proyectos suelen ir acompañados de grandes presupuestos, y aunque hay magníficos proyectos con presupuestos muy reducidos es un condicionante más. Hoy todos admiramos obras como las pirámides de Keops, Kefren y Micerinos y no pensamos en la explotación y los medios que se utilizaron. Obras de reconocido prestigio como el Guggenheim han contado con presupuestos escandalosos y eso no se cuestiona. De repente, un promotor privado con su dinero se hace una gran vivienda con medios y se cuestiona al arquitecto».
«Es importante relativizar para evitar tópicos y malos entendidos», añade Ramón Esteve. «Por ejemplo, Zara es un producto de clase media en la mayoría de los países de la Europa más desarrollada, y en África, un lujo inalcanzable. Para el ciudadano de un país más pobre, le podría parecer un lujo obsceno lo que a nosotros nos parece normal. Esto entonces debería de darnos mala conciencia a todos».
Eso «del lujo obsceno puede ser zafio y torpe, relacionado con el exceso y el mal gusto. Encarna el tópico sobre el lujo más peyorativo. Esa versión es la que se contrapone a la versión del lujo que tiene que ver con el refinamiento y la excelencia, que es la que a mí me interesa».
Planos de Villa Badoer (1554), de Andrea Palladio.
«¿Que cómo me dedico a este negocio? Es un mercado que existe y yo de una manera muy natural me fui introduciendo», explica Torres. «Entre otras circunstancias, seguramente el estar metido en un entorno económico determinado me fue sin duda más fácil acceder a ese sector».
«En la historia de la arquitectura las obras de referencia han sido en las que ha habido un entendimiento entre las partes, sin concesiones del arquitecto que mermaran la calidad de la arquitectura; si no para la historia no serian grandes obras. Además hay que añadir que para conseguir algo destacable tienes esforzarte mucho y desde luego nunca perder esos ideales. Hay que pensar en que puedes cambiar el mundo hasta el último de tus días, es necesario para sentirte vivo».
«Mi realidad se ha basado en conseguir proyectos que me dieran la posibilidad de materializar una obra de calidad. Desde mis comienzos, pudiera permitírmelo o no, he rechazado cualquier proyecto que supusiera desvirtuar aquello en lo que yo creo. He sido bastante firme y he luchado siempre con la misma intensidad e ilusión por las pequeñas y por las grandes propuestas».
«La arquitectura no es ni lujosa ni pobre en sí misma, debe ser adecuada, cuanto más adecuada a la vida humana es de mayor calidad. A menudo el verdadero lujo, por su escasez, es el espacio. También la luz natural, la relación con la naturaleza y la independencia… En realidad, son factores de calidad, pero no necesariamente de lujo. El lujo tiene relación con el gasto innecesario en acumulación de formas y en excesos injustificados, destinados a menudo a la intención de aparentar antes que a la de mejorar la calidad de vida».
«La arquitectura sufre la mayor tensión entre los ideales y la realidad del mercado. El pintor realiza su obra con costes más bajos y llega al mercado con productos que pueden ser mucho más asequibles. Pero entre los productos culturales, siempre la arquitectura es el más caro, y es aquel en el que el cliente influye en mayor medida. Lo que este entiende como lujo suele ser aquello que los demás reconocen como tal, pero no siempre coincide con lo que supone un lujo para los arquitectos.
La propia idea del lujo se concreta para muchos clientes en la imitación de la arquitectura de los edificios históricos vinculados al poder, y cuando no se expresa en elementos formales obsoletos como los falsos balaustres y las columnas, se convierte en la aceptación de excéntricas formas impuestas por la moda».La historia del lujo no empieza con un trapo de piel ni con una piedra brillante atada a un cuello. La historia del lujo empieza en un enterramiento, en un templo, en un cachito de arquitectura encargado por alguien que quiso hacer sagrado el día a día profano. Esa era la idea que construía El lujo eterno (Anagrama), un ensayo de hace 10 años de Gilles Lipovetzky que aún aparece junto a El lujo y el capitalismo, de Werner Sombart, en el podio de los libros que han intentado intelectualizar el apetito de exquisitez. Y si está en lo cierto Lipovetzky, aquel primer templo, aquel primer lujo, fue la manzana prohibida de la historia de la arquitectura.
«La arquitectura antigua que ha llegado hasta nosotros procede de los poderosos. De las pirámides a los palacios y templos, los gobernantes y las iglesias han acaparado la mayor parte de la arquitectura significativa. Incluso la arquitectura dedicada a los más necesitados, como los hospitales en las rutas de peregrinación, procedían de órdenes monásticas y de donativos de los más ricos. Sus edificios eran un lujo por varias razones, en general por comparación con la forma de vida del resto de los seres humanos», explica Enrique Domínguez Uceta, crítico de arquitectura de este periódico.
Hipótesis: si alguien escribiera una historia psicológica de la arquitectura, uno de los asuntos centrales sería el conflicto entre el chico idealista que se mete en la escuela porque quiere cambiar el mundo y porque tiene un sentido muy exaltado de la belleza y que, al echar a trabajar, tiene que plegarse al gusto conservador del poder. ¿Es así? Y si es así, ¿en qué momento de ese conflicto estamos, ahora que los premios Pritzker se decantan por arquitectos povera como Shigeru Ban (hace dos semanas) o Wang Shu.
Luis Fernández Galiano presentó hace un mes la exposición ‘The architect is present‘ (en la Fundación ICO de Madrid), de la que es comisario. «La mayor parte del presupuesto lo hemos empleado en talleres y charlas, de modo que el resultado es una obra en marcha. Seguimos a cinco despachos unidos por aparecer en entornos de precariedad, por estar ligados a la comunidad y al lugar en la que trabajan y por no renunciar a la belleza por ello». Fernández Galiano se queda un poco desconcertado cuando se le pregunta por el lujo y la arquitectura. «No sé… Yo creo que es muy refrescante encontrarse con despachos que, después de los años de la burbuja, toman la arquitectura como referente ético».
¿Y eso del chico idealista y soñador que sufre? «Los estudiantes de ahora son más pragmáticos. A su edad, sus profesores estábamos convencidos de que la arquitectura era una herramienta de cambio social» explica el también director de la revista Arquitectura Viva, que, sin embargo, recuerda que el burkinés Diébédo Francis Kéré (participante en The architect is present) ahora llena salones de actos. ¿Eso hubiese ocurrido hace 10 años, por ejemplo? «Hace 10 años a arquitectos así sólo los empezábamos a tener en el rádar».
De modo que la historia de la arquitectura y el lujo es compleja, está llena de momentos de amor y desamor.
«En realidad, la ética de la arquitectura nace vinculada a la declaración de los derechos humanos por una parte y de otra a la idea del artista como individuo independiente del poder económico. Es, por tanto, una idea moderna», explica Domínguez Uceta.
Arte y dinero
«No sé en arquitectura, pero la historia de la hostilidad hacia lo suntuoso es casi tan antigua como la historia de lo suntuoso», explica la ensayista y novelista Lourdes Ventura. «En la Escuela de Atenas ya hay un elogio de la austeridad que lleva directamente hasta la Querella del lujo en el sigloXVIII». Muy en resumen: Voltaire dijo que asociaba el lujo con la alegría ateniense y que ése es un modelo que le gusta mucho más que la triste gravedad de Esparta. En cambio, Rousseau vio en el gusto por la exquisitez un síntoma de disolución moral de una sociedad.
Y, claro, cualquiera de nosotros simpatizará con Atenas. Así que, que hablen ahora los amantes del lujo. ¿Cómo le suena a Joaquín Torres, el arquitecto por excelencia de ricos y bellos, esa frase hecha del «lujo obsceno»? «Francamente, creo que hay una doble moral con el lujo y sobre todo con el concepto del lujo. Obsceno es quizá cómo se han conseguido muchas de las fortunas del mundo pero el mercado del lujo da trabajo a muchísima gente y posibilita la creatividad y la calidad en muchísimos de sus productos. Yo he dejado de juzgar en qué se gasta el dinero cada individuo, pues me parece que cada uno tiene el derecho de gastarse su dinero en lo que le dé la gana, tiene derecho a sus caprichos: arte, arquitectura, náutica, aviones, moda… El problema sería si el origen de ese dinero es ilícito. Pero eso le compete a la justicia y no a los demás juzgarlo».
Y continúa: «En arquitectura los grandes proyectos suelen ir acompañados de grandes presupuestos, y aunque hay magníficos proyectos con presupuestos muy reducidos es un condicionante más. Hoy todos admiramos obras como las pirámides de Keops, Kefren y Micerinos y no pensamos en la explotación y los medios que se utilizaron. Obras de reconocido prestigio como el Guggenheim han contado con presupuestos escandalosos y eso no se cuestiona. De repente, un promotor privado con su dinero se hace una gran vivienda con medios y se cuestiona al arquitecto».
«Es importante relativizar para evitar tópicos y malos entendidos», añade Ramón Esteve. «Por ejemplo, Zara es un producto de clase media en la mayoría de los países de la Europa más desarrollada, y en África, un lujo inalcanzable. Para el ciudadano de un país más pobre, le podría parecer un lujo obsceno lo que a nosotros nos parece normal. Esto entonces debería de darnos mala conciencia a todos».
Eso «del lujo obsceno puede ser zafio y torpe, relacionado con el exceso y el mal gusto. Encarna el tópico sobre el lujo más peyorativo. Esa versión es la que se contrapone a la versión del lujo que tiene que ver con el refinamiento y la excelencia, que es la que a mí me interesa».
Planos de Villa Badoer (1554), de Andrea Palladio.
«¿Que cómo me dedico a este negocio? Es un mercado que existe y yo de una manera muy natural me fui introduciendo», explica Torres. «Entre otras circunstancias, seguramente el estar metido en un entorno económico determinado me fue sin duda más fácil acceder a ese sector».
«En la historia de la arquitectura las obras de referencia han sido en las que ha habido un entendimiento entre las partes, sin concesiones del arquitecto que mermaran la calidad de la arquitectura; si no para la historia no serian grandes obras. Además hay que añadir que para conseguir algo destacable tienes esforzarte mucho y desde luego nunca perder esos ideales. Hay que pensar en que puedes cambiar el mundo hasta el último de tus días, es necesario para sentirte vivo».
«Mi realidad se ha basado en conseguir proyectos que me dieran la posibilidad de materializar una obra de calidad. Desde mis comienzos, pudiera permitírmelo o no, he rechazado cualquier proyecto que supusiera desvirtuar aquello en lo que yo creo. He sido bastante firme y he luchado siempre con la misma intensidad e ilusión por las pequeñas y por las grandes propuestas».
«La arquitectura no es ni lujosa ni pobre en sí misma, debe ser adecuada, cuanto más adecuada a la vida humana es de mayor calidad. A menudo el verdadero lujo, por su escasez, es el espacio. También la luz natural, la relación con la naturaleza y la independencia… En realidad, son factores de calidad, pero no necesariamente de lujo. El lujo tiene relación con el gasto innecesario en acumulación de formas y en excesos injustificados, destinados a menudo a la intención de aparentar antes que a la de mejorar la calidad de vida».
«La arquitectura sufre la mayor tensión entre los ideales y la realidad del mercado. El pintor realiza su obra con costes más bajos y llega al mercado con productos que pueden ser mucho más asequibles. Pero entre los productos culturales, siempre la arquitectura es el más caro, y es aquel en el que el cliente influye en mayor medida. Lo que este entiende como lujo suele ser aquello que los demás reconocen como tal, pero no siempre coincide con lo que supone un lujo para los arquitectos.
La propia idea del lujo se concreta para muchos clientes en la imitación de la arquitectura de los edificios históricos vinculados al poder, y cuando no se expresa en elementos formales obsoletos como los falsos balaustres y las columnas, se convierte en la aceptación de excéntricas formas impuestas por la moda».