BOHIGAS, LA TAPIA, LA CENA Y LO QUE DESPUÉS PASÓ | FÉLIX SOLAGUREN-BEASCOA

En record d’Oriol Bohigas i Guardiola

Seguramente él no estaría de acuerdo. No estaría de acuerdo en que le escribieran notas de reconocimiento. Oriol Bohigas era así: polémico, transgresor, rebelde, inconformista, inteligente, pero sobre todo ello, era culto, muy culto.

En el expediente académico de Bohigas consta que obtuvo el título de arquitecto en el año 1951 y el de doctor arquitecto en 1978. Se vinculó a la ETSAB como profesor Encargado de Curso en el año 1964. Posteriormente en 1966, tras el encierro realizado por estudiantes, profesores e intelectuales en el convento de los Capuchinos de Sarriá, fue separado de la Escuela como profesor por un período de dos años. Ganó el grado de catedrático el 19 de diciembre de 1970, pero perdió todos los derechos a acceder a la plaza por decaimiento, pues no juró acatamiento a los Principios Fundamentales del Movimiento Nacional y demás Leyes Fundamentales del Reino dentro del mes siguiente a esa fecha como era preceptivo. Leopoldo Gil Nebot a la sazón director de la Escuela hizo lo posible y lo imposible para que se realizara la toma de posesión y se llevara a cabo el nombramiento, algo que no ocurrió. Posteriormente fue Amnistiado el 25 de octubre de 1976 y Javier de Cárdenas, que por aquel entonces era el nuevo director de la ETSAB, lo recuperó y Bohigas accedió a la cátedra de Elementos de Composición para posteriormente serlo de Proyectos Arquitectónicos. En el año 1978 accedió al cargo de director de la Escuela con treinta y nueve votos de la Junta frente a los dos que sacaron los otros dos candidatos que se presentaron a las elecciones.

Por aquél entonces yo era estudiante de la ETSAB. Tengo una imagen de un Bohigas que marcaba las distancias especialmente con muchos de los alumnos entre los me encontraría. También por aquella época se inició un proceso de renovación del edificio que creo estuvo a cargo de J.A. Acebillo. Las ventanas de guillotina se cambiaron por otras estilizadas y estrechas. La consecuencia fue inmediata: dejaron de desaparecer mesas y sillas pues ya no pasaban por los nuevos y angostos huecos: si querías llevarte un mueble lo tenías que sacar por la puerta principal y allí estaba Modesto, el jefe de conserjería, para evitarlo.

En la Escuela mandaban dos personas, o mejor dicho tres, Bohigas, Modesto y Conchita Martín, la jefa responsable de la Administración. Mandaban y pusieron orden en una caótica Escuela. Nadie se atrevía a meterse con ninguno de ellos. El alumnado se desahogaba en la crítica al profesorado y al sistema mediante pintadas en las paredes de los ascensores o en alguna puerta de los lavabos. Nunca hubo una ni sobre Bohigas ni sobre Modesto. Pero a Bohigas le encantaba la controversia, le daba un punto de alegría que le hacía justificar su presencia en la Escuela, una Escuela que estaba por aquel entonces en obras. Y eso fue una circunstancia que facilitaron los hechos.

Los generosos descansillos de las plantas fueron divididos longitudinalmente por la mitad. Se crearon nuevos despachos de cátedra para el profesorado. Todas las plantas eran iguales. ¿Todas?, todas no. La divisoria de la quinta planta era de trazado curvo con un bulto que sobresalía como si el tabique estuviera embarazado. Era la cátedra de Bohigas. Parece ser que su intención era la de poner al otro lado de la pared una mesa redonda, como la del rey Arturo, para hacer las reuniones. Una mesa que nunca apareció, por lo que de aquella intervención quedó, únicamente, la vistosa protuberancia a la vista de todos. Su utilidad fue otra pues servía para orientarse dentro del edificio pues así sabíamos en que planta nos encontrábamos. Pero el edificio estaba en obras. Palets de tochanas y de sacos de cemento era el paisaje del momento pues estaban por doquier. También en la quinta planta. Eso puesto en manos de un estudiantado inconforme, siempre inconforme, y de un profesorado joven y rebelde, siempre rebelde, sería realmente tentador. Bohigas no se merecía una pintada en los aseos, ni siquiera una pancarta jocosa, se merecía algo más, tenía otra categoría. Y se condenó la puerta de su despacho con aquellos ladrillos y con el mortero de los acopiados en aquel rellano, no hubo siquiera que molestarse en irlos a buscar a otro sitio del edificio. Frente aquella puerta cegada otra persona se hubiera irritado o incluso deprimido, pero Bohigas no, estuvo encantado pues el hecho le convirtió en el protagonista de la polémica escena. El a Bohigas le han tapiado la puerta de su despacho corrió como la pólvora por toda Universidad durante semanas.

Un tiempo antes o un tiempo después, no recuerdo, y mientras cursábamos quinto curso, donde Bohigas era el catedrático de Proyectos, justo al acabar el período lectivo, se organizó una cena de un grupo de estudiantes con alguno de los profesores de la asignatura. Él también vino. Creo, o intuyo, que fue allí donde se empezó a fraguar la creación de los llamados lápices de oro formado por un grupo de jóvenes estudiantes y profesores seleccionados por el propio Bohigas y su círculo de influencia para que fueran a trabajar en el Ayuntamiento de Barcelona y desarrollar su plan preolímpico. El restaurante estaba situado cerca del entonces hotel Ritz en la Gran Vía de Barcelona. Seríamos unas veinte o veinticinco personas. Todos eludíamos sentarnos al lado del entonces director de la ETSAB. Pero ocurrió que sentó a mi lado, o yo al suyo según como se mire: mala suerte, me dijo Javier Pero para perplejidad de alguno de mis compañeros, durante el ágape mantuvimos un fluido diálogo, como si nos conociéramos de toda la vida. Descubrí a una persona diferente a la que veía por la Escuela o en sus clases magistrales. Traté a una persona relativamente humana en la distancia corta. Comentamos el último ejercicio de curso que era un reto que ha resultado visionario: completar el mercado de la Boquería. En una magnífica clase particular me explicó el sentido del lugar y la historia del mercado desde sus tiempos medievales. Un lujo. Pero no dejé pasar la oportunidad pidiéndole la revisión de la nota de un amigo rebelde y crítico con la docencia que se estaba llevando a cabo. El proyecto tenía guasa. Mientras los demás estudiábamos el orden, las proporciones y el estilo del pórtico que rodea el mercado intentando completar la geometría, Manuel, mi amigo, proponía tirar todo abajo, recuperar la plataforma del mercado medieval y, en el centro del gran vacío colocar una gran estatua del recién repuesto presidente de la Generalitat de Catalunya, Josep Tarradellas, a caballo. Pero la coña no acababa aquí. Inspirado en el monumento a Colón del final de la Rambla, Manuel quería ponerle un mirador en la parte alta del nuevo monumento: ¡qué mejor que ponerle un balcón que salga de la peca de la cabeza del president!, exclamó. Y ni corto ni perezoso presentó esta idea en la entrega final. Resultado: Suspendido. El proyecto dibujado en un estilo más próximo al grito de Munch que al resultado del uso del paralex y cartabón no se entendió; se interpretó más como una mofa que como una sátira. Mientras le iba narrando el sentido de la crítica a Bohigas, Javier, que estaba sentado enfrente nuestro se iba descomponiendo. Con la mirada parecía que me decía, y luego me lo confirmó, ¿cómo se te ocurre hablarle así?, es catedrático y el director de la ETSAB,¡es Oriol Bohigas! Aplícate el cuento, me dijo el otro día mi hija mientras le explicaba la anécdota.

Pero volvamos a los hechos. El panorama era el siguiente: Oriol Bohigas con una sorprendente paciencia franciscana iba oyendo mi explicación, Javier pálido y desencajado, y el silencio se fue haciendo a nuestro alrededor. Todo el mundo estaba perplejo por lo vehemente de mi discurso que realicé quizá animado por los efluvios de las cervezas que habíamos tomado. Al final de mi explicación Bohigas justificó el suspenso diciendo: es el proyecto de un mal pintor surrealista. La conversación terminó allí, no sin que antes me explicara qué era el surrealismo y el sentido que tenía para él un movimiento artístico hábil, aunque con una extraña argumentación.

En 1980 dimitió como director de la ETSAB y no por la crítica derivada del tapiado de su despacho y que alguno podía pensar que le sumiría en una tristeza profunda. Bohigas se fue al Ayuntamiento a poner un poco de orden allí.

Antes me he referido a él como una persona relativamente humana. Explicaré el porqué. Al cabo de los años coincidimos en dos circunstancias diferentes. En la primera él estaba presidiendo un tribunal de unas oposiciones de Universidad, y yo era un ingenuo candidato que me presenté prácticamente con las manos en los bolsillos. El varapalo que me dio fue impresionante. Siempre he dudado si no me reconocería como aquel estudiante impertinente. Fue una magnífica lección pues me enseñó que la frivolidad sólo estaba permitida a unos pocos, y no era mi caso. Nunca más cometí tal error. Poco tiempo después tuvimos que ir a explicar un pabellón polideportivo para la villa olímpica de Barcelona con el proyecto que el que habíamos sido seleccionados en una y anónima primera fase. La segunda, y eso nos perjudicaba, era a cara descubierta. Él, junto al resto de los miembros del jurado, estaba sentado esperando la explicación. Esta vez la llevaba, la llevábamos, muy bien preparada y defendimos un hermoso proyecto con el cual sabíamos que no íbamos a ganar pues bien sabíamos que aquel resultado final no sería justo. Pero le metimos en un buen aprieto, algo que más tarde me acabaría reconociendo: éramos demasiado jóvenes. Un pecado que quizá hemos pagado demasiado caro.

Félix Solaguren-Beascoa

20 de enero 2022