Una plaza de Gràcia exhibe el proyecto de Rovira i Trias ganador del concurso municipal para ampliar Barcelona tras el derribo de las murallas pero que fue desestimado por Madrid, que acabó imponiendo el proyecto de Cerdà
Publicado en La Vanguardia el 16 de agosto de 2020
El Eixample de Ildefons Cerdà es la gran seña de identidad urbanística de Barcelona, pero estuvo a punto de no haber sido, porque fue Antoni Rovira i Trias quien en realidad ganó el concurso convocado por el Ayuntamiento. Sin embargo, el Gobierno central impuso finalmente la solución de Cerdà. El Eixample de Rovira i Trias puede contemplarse hoy en un plano de bronce situado desde 1990 en la plaza del mismo nombre en Gràcia.
El plano de este Eixample que no pudo ser se puede contemplar a los pies de una escultura de Rovira, también de bronce y a tamaño natural, sentado en un banco de la plaza. Su Eixample difería notablemente del de Cerdà. Mientras este último apostó por grandes calles rectilíneas y una trama urbana en forma de cuadrícula, Rovira aportó una solución menos innovadora y con una distribución radial ya aplicada en otras ciudades europeas a partir del núcleo histórico.
Además del de Rovira, otros 12 proyectos se presentaron al concurso municipal. Pero desde Madrid se había iniciado otro camino enfocado claramente en Cerdà y su modelo urbano higienista para planificar el crecimiento de la ciudad tras el derribo de las murallas. El plan del Eixample se convirtió así en una dura y larga pugna entre los criterios del Gobierno central y el municipal. La mayor parte de los proyectos presentados al concurso municipal partían de los criterios burgueses dominantes para la nueva Barcelona, poco pensada entonces para la clase proletaria. El de Cerdà, que no pasó por el concurso, sí preveía claramente la integración de las distintas clases sociales.
La hoja de ruta de Madrid hacia la solución Cerdà se inició en 1855, cuando el Ministerio de Fomento encargó al ingeniero el levantamiento de un mapa topográfico del llano de Barcelona en el que debería desarrollarse el Eixample. Cerdà aprovechó el encargo para trabajar su propio proyecto. El 2 de febrero de 1859, el Gobierno requirió a Cerdà que presentase su plan en el plazo de 12 meses. Fue entonces cuando el ayuntamiento reaccionó convocando el concurso.
El 9 de junio de 1859, el Gobierno central aprobó definitivamente el plan Cerdà, imponiéndose a los criterios municipales y desoyendo el resultado del concurso en el que se finalmente se impondría Rovira tres meses después en un fallo por unanimidad. El 4 de septiembre de 1860, la reina Isabel II puso la primera piedra del Eixample en la plaza Catalunya.
Hoy, con perspectiva histórica, nadie discute que la de Cerdà fue la solución más idónea, pese a la oposición inicial del Ayuntamiento. El proyecto de Rovira se convirtió en el gran perdedor por real decreto, pero pervive en un rincón de Gràcia, en la plaza que lleva su nombre y que fue precisamente proyectada por él mismo.