Oscar Tusquets publica ‘Vivir no es tan divertido, y envejecer, un coñazo’, donde explica de forma entretenida cómo le gustaría morir: dignamente
Publicado en El Periódico el 1 de Abril de 2021
Hace 20 años, entrevistando al arquitecto Oscar Tusquets, le pregunté qué proyectos importantes tenía entre manos. Y me contestó, muy serio, que el principal era “preparar mi muerte”. Me pareció una más de sus ‘boutades’. Pero como me ha sucedido a menudo, más tarde he ido entendiendo el significado. Él, que había proyectado de todo en su vida, barrios, edificios, interiores, muebles, libros, cuadros, exposiciones… tenía que proyectar también su muerte.
Ahora acaba de publicar ‘Vivir no es tan divertido, y envejecer, un coñazo’ (Anagrama), donde explica de forma entretenida cómo le gustaría morir: dignamente. Lo hace con su habitual destreza, erudición y desparpajo, “un panfleto riguroso pero desenfadado de un superviviente” trufado de citas afrancesadas, desde Montaigne, Foucault, Camus o Lévy hasta llegar, cómo no, a Cioran.
Este verano Tusquets cumplirá 80 años y sigue yendo a contracorriente, basta ver el políticamente incorrecto título y la portada del libro. Pero esta vez no es el arte el eje central de su ensayo, sino su desvelo ante el tratamiento de la muerte en nuestra sociedad. O, mejor dicho, del ocultamiento de esta y sus prolegómenos como algo vergonzoso que hay que esconder. La parte más emocionante del libro es la definida como “sucinta y anecdótica autobiografía”. Como decía su admirado Pla, considera que la literatura sin anécdotas no tiene valor.
La parte más aterradora, cuando va describiendo todo lo que con la vejez nos va abandonado: la salud, la belleza, el deseo sexual, la memoria, las ganas de aprender y lo que es más terrible para un artista, la capacidad de crear. “Estoy convencido de que con la edad se adquiere experiencia, quizá sabiduría, pero no capacidad de invención”. Entonces, ¿cómo afrontar el envejecimiento? Aceptándolo y proyectando de qué forma uno quiere marcharse. Dejando claro qué humillaciones médicas no está dispuesto a aceptar a cambio de malvivir unos pocos meses más. Y sin arruinar a la familia con desorbitados gastos para estar enchufado sin calidad de vida. Cuenta que el 70% de los gastos médicos de una persona ocurren en los últimos seis meses de su vida.
En el libro hace una defensa razonada de la eutanasia, recientemente legalizada. Van desfilando algunas muertes cercanas al autor, como la de sus padres, Dalí, Jaume Vallcorba-Plana o Enric Miralles. Y acaba con la del torero Juan Belmonte, que se suicidó, cuyo dibujo ilustra la cubierta. Lanza una afirmación desconcertante pero certera: “Cuando medito sobre la aflicción que me produce la desaparición de un ser querido no me engaño, es por razones egoístas… lamentamos lo que nosotros nos perdemos con su desaparición”.
El duro pero emotivo libro demuestra que Tusquets sigue en plena forma. Y dada la tendencia de los arquitectos por la longevidad –su maestro Federico Correa murió a los 96 años, Frank Lloyd Wright a los 92, Philip Johnson a los 98 y Oscar Niemeyer a las 105– espero que el proyecto que ha organizado para su muerte se demore lo más posible. Explica que ya ha escrito su testamento vital y hace años que pide a los amigos que cuando fallezca, nada de ceremonias tristes, que monten un festorro, bailando con afrodisíacos y abundante alcohol, , “recordando lo bien que se lo pasaron conmigo”. Vale. Pero hay un fallo en el proyecto, Oscar. No has tenido en cuenta que la mayoría de asistentes al evento rozarán el siglo, irán con bastones o en silla de ruedas, tendrán prohibidísimo el alcohol, y a lo mejor no se acuerdan ni para qué han ido allí.